Loada sea la intención
La gala del Primavera Sound llenó el teatro Apolo
La organización de una gala en la que hacer público el cartel de un festival tan importante como el Primavera Sound podría responder a una realidad: en el mundo del espectáculo las ruedas de prensa son una rutina de menguante interés y decreciente utilidad. Entre otras cosas se debe a la aceleración de la Red y a que los grupos suelen publicar en sus webs las fechas de sus giras, por lo que mantener el secreto de su contratación se vuelve tarea titánica. Hasta aquí perfecto. Una vez se opta por dar un plus tanto a público —el Apolo estaba lleno— como a la misma prensa, se ha de modular con tino el espectáculo, entendiendo desde el comienzo que no se trata de una rueda de prensa sino de una gala.
De entrada eso hace que incluso la exposición de contenidos y mensajes por parte de los responsables haya de ser considerada como parte del espectáculo y no, como ocurrió en la gala, como un frenazo en el devenir de la misma. Otro traspiés de la gala fue el tono humorístico empleado por el conductor, Johann Wald, que queriendo emular la acidez de Ricky Gervais no hizo sino recordarlo sin tino, lo que habiendo un referente tan claro resulta demoledor. Tener intención no consiste en hacer bromitas tontas sobre conductas incorrectas ya autotoleradas, sino en provocar comezón de verdad, atenuada en todo caso por el contexto, por el propio tono y por estar éste utilizado por alguien a la postre afín a la organización, como era el caso. Eso es lo que no le salió bien al presentador de la gala, que además hizo imitaciones bastante inocentonas de algunos ídolos de la escena indie en una notable muestra de humor colegial que, eso sí, dio tiempo a Extraperlo, La Bien Querida y Antònia Font a disponer su instrumental en escena.
Un festival con vocación de popularidad ha de ser inclusivo, no exclusivo
Pero lo peor de todo fue lo que en principio más prometía, unos vídeos en los que se loaban los esfuerzos de una falsa Primavera Sound Foundation con cuyos fondos se trataba a pacientes aquejados de síndrome indie. Los tres vídeos, bien rodados y de escenificación creíble, mostraban en terapia de grupo a unos jóvenes adictos a festivales, grupos alternativos, lecturas que se consideran sesudas y demás hábitos asociados a los "modernos". El problema fue que al usarse la ironía banal y epidérmica en lugar de la profunda, de la voluntad satírica y paródica y de la distancia, el resultado, amable a la postre, abundaba en la idea de pertenencia a un club de elegidos, los asistentes al Primavera Sound, que resulta en el fondo intocable y por ello coto de una minoría no numérica sino conceptual. Este hecho genera la idea de frontera, de círculo de amistades, de club selecto que más que abrir puertas a los curiosos se las cierra, marcando una hipotética línea divisoria entre los que están dentro y los que permanecen fuera.
Eso, para un festival y para cualquier grupo humano que no sea elitista por definición, no parece una buena idea. Un festival con vocación de popularidad ha de ser inclusivo, no exclusivo. Y eso no tiene nada que ver con carecer de personalidad. Por lo que hace al cartel, nada que decir excepto que como postula Simon Reynolds en su excelente obra Retromanía, nada ha cambiado de verdad en la música desde finales de los noventa. Los clásicos mandan y las ideas se repiten. Pero eso no es culpa del festival, que como los pescadores no puede capturar peces que no están en el río. Y a favor del certámen se ha de señalar que muchos de los que ha pescado son exquisitos. Y loada sea su intención de no repetir rituales inútiles. Todo y el resultado.
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