_
_
_
_
CRÍTICA / ROCK
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un río eterno

Dominique A, ha ido cimentando su popularidad a base de un trabajo sordo

Mal andan los tiempos. Cierto, no es noticia, pero la desolación que produce contemplar cómo salas que antes se llenaban con artistas de tirón ahora apenas alcanzan la media entrada hace que un velo de tristeza cubra la mirada. Ya no es tanto cuestión de que cada persona pueda estar mejor o peor, dado que el abatimiento se manifiesta en casi cada rincón. Pudo verlo Dominique A, un artista que ha ido cimentando su popularidad en Barcelona y en el resto de España a base de un trabajo sordo que no ha sido particularmente favorecido por las modas sino por la determinación de un artista a la antigua usanza, de los que crecen poco a poco.

Aún con todo, y probablemente por ese trabajo, Dominique mantiene una respetable cantidad de seguidores a los que además ofreció un concierto impecable. Y eso que en algunos elementos, quizás no de calado, se manifestó algo diferente al Dominique A visto en anteriores ocasiones. El francés, con un cuello y una cabeza de firmeza marmórea que evocan la pétrea rotundidad de los moáis de la isla de Pascua, ofreció su cara menos tensa, manifestando un guiño al sosiego apenas sugerido en visitas anteriores. Tuvo que estar mediado el concierto para que al son de piezas como Inmortals comenzase a golpear el aire con su cabeza de forma acompasada con los hachazos que con su guitarra marcaron los acentos rítmicos de la pieza.

Con un cuarteto de apoyo en el que en ocasiones se omitió el bajo para sonar con tres guitarras, caso por ejemplo de piezas como Le Convoi, Dominique exprimió su voz, matizada pero robusta, en un repertorio pautado en buna medida por las canciones, dulces en la medida que Dominique apura la dulzura, de Vers les lueurs, su último trabajo. Pero en lo esencial, el artista se mantuvo fiel a sus raíces, hundidas en ese caudal inagotable llamado chanson que él articula en sentido contemporáneo con su personalidad rockera. Ese es el gran hecho diferencial de los artistas franceses, una tradición musical que se ha mantenido vigente y con la que no ha habido interrupciones. Por eso esa capacidad de sonar tenso y rockero mientras los requiebros melódicos elevan canciones tan hermosas como Contre un arbre, una de las muchas canciones hermosas que sonaron en un Apolo en el que una vez iniciado el concierto se pudo olvidar casi todo. Incluso la tristeza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_