“Hay que seguir inventando espacios para el arte”
Los galeristas catalanes premian la trayectoria del artista Antoni Muntadas
El artista Antoni Muntadas (Barcelona, 1942) parece haber conseguido la receta mágica para no envejecer. Quizás sea su asombrosa capacidad para mantenerse abierto a los estímulos de la realidad que le rodea o a su continua frecuentación de generaciones de jóvenes, que va formando en instituciones tan distintas como la Universidad de Arquitectura de Venecia o el MIT, el célebre Instituto Tecnológico de Massachusetts. Tras concluir sus clases en Italia y antes de regresar a Nueva York, donde tiene su base desde hace décadas, ha pasado por Barcelona, donde a finales de este mismo mes de enero, durante la VI Noche del Galerismo, recibirá el Premio GAC a la trayectoria artística que conceden las cuatro asociaciones de Cataluña del sector: el Gremio de Galeries d’Art de Catalunya, Art Catalunya, Art Barcelona y la asociación de Galeristas Independientes.
“Cuando recibes algo sin pedirlo, se agradece. Sin embargo, no deja de ser un poco paradójico, ya que soy un artista de la generación de 1970, la que más luchó por conseguir espacios alternativos a los museos y las galerías, donde el arte pudiera desarrollarse en ámbitos libres y no institucionales. En este momento tan difícil habría que reivindicar la actitud de aquellos años, cuando los artistas se inventaban espacios para el arte, aunque ahora las galerías son más sensibles a las nuevas producciones”, indica Muntadas, convencido de que habría que recuperar algo de la solidaridad y generosidad de aquella época. “No hay que esperar que te lo den todo. Las ayudas deben existir, pero sobretodo para viajar, experimentar lugares y situaciones distintas, que es lo que más enriquece el trabajo”, asegura.
“Hay que reivindicar
Considerado uno de los pioneros del media art político español, Muntadas fue de los primeros en darse cuenta de las potencialidades de las nuevas tecnologías en el ámbito artístico y lleva toda su ya dilatada trayectoria trabajando en la intersección entre arte, ciencias sociales y sistemas de comunicación. Es lo que le gusta: centrarse en proyectos concretos en los que aborda sus preocupaciones recurrentes sobre las injusticias sociales, los fallos de los sistemas educativos o la necesidad de compartir el conocimiento. En cambio, no soporta las etiquetas. “Las clasificaciones son problemáticas. Hay artistas más introspectivos y otros que miran más hacia fuera y hablan de la realidad que les rodea. Ya en la década de 1970 afirmábamos que todo es político, sólo depende de la forma en qué lo ves y lo sitúa”, indica ahora desde la distancia.
“Por lo que se refiere al sistema del arte, reivindico siempre el papel del comisario como instrumento de enlace entre el artista y el público; desgraciadamente es como la comida rápida y lenta, también hay fast curator que sólo saben hacer listados de nombres, cuando siempre hay que empezar por el proyecto”, insiste.
Mientras trabaja
A él, proyectos no le faltan. Suele abordar diversos trabajos simultáneamente, que reparte en grandes cosmologías temáticas, como las que se pudieron ver en la antológica que organizó hace un año el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid y que, tras recalar hasta el día 20 de este mes por el Jeu de Paume de París, se presentará en primavera en Vancouver. “Las muestras itinerantes no son paquetes cerrados, van cambiando, siempre hay que contextualizarlas en el nuevo sitio. En Canadá, presentaré una nueva obra, About Academia, una instalación audiovisual de tres pantallas en un espacio laberíntico, que explora la doble vertiente de la universidad, que por un lado crea reflexión y conocimiento, pero por el otro ejerce poder y autoridad”.
Otro proyecto, en desarrollo, lo inaugurará en mayo en Marsella: una obra pública, una gran instalación sobre el desplazamiento y las migraciones, formada por cajas, contenedores y otros elementos anecdóticos y emblemáticos de este tema, que sirven de pantallas para unas proyecciones de agua del Mediterráneo. “Es una obra de larga duración, diez años por el momento, pero no permanente. La comunidad no tiene porqué aceptar algo para toda la vida”.
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