Recital de guitarra de Eulogio Albalat en el Museo de Belas Artes da Coruña
La monumental Fuga de la Sonata III de Bach, tocada con precisa distinción de planos y líneas sonoros, fue pieza clave del arco de la obra y dio a la luz un Largo sereno y de gran hondura
En el Museo de Belas Artes da Coruña, dentro de su XIV Ciclo Concertos de Outono, se ha celebrado este domingo un recital de guitarra a cargo de Eulogio Albalat. El concertista y pedagogo coruñés afrontó un programa muy serio. De inicio, la Sonata op. 61 de Joaquín Turina, escrita en 1930 y estrenada por Andrés Segovia en la Academia Santa Cecilia de Roma en 1932. Una obra de honduras y misterios que Albalat afrontó con un discurso sobrio y un sonido limpio y claro, con ese algo de lejanía que Segovia atribuía como principal característica dinámica del instrumento.
La Sonata III para violín solo de Bach es obra no excesivamente frecuentada por los guitarristas, por su dificultad de interpretación: con exigencia de un gran dominio del mecanismo pero aún más difícil desde un plano puramente musical. Albalat mostró una preparación rigurosa de la obra desde ambos puntos de vista, con el resultado de una versión de gran sobriedad y respetuosa con el espíritu original de la obra para violín, como pudo apreciarse en sus acordes arpegiados y un legato realmente notable. Las primeras notas del Adagio inicial, surgidas como de la oscuridad de capilla lateral en una catedral, sugirieron que lo mejor del recital estaba al llegar: fue su monumental Fuga, tocada con precisa distinción de planos y líneas sonoros fue como las clave de arco en la bóveda de esta monumental Sonata y dio a la luz un Largo sereno y de gran hondura, antes de rematar con un Allegro assai con vocación de perpetuum mobile, atacado con gran valentía y expresado en lenguaje de gran adecuación estilística.
Tras el breve descanso, Albéniz. Su Granada sonó misterioso en una buscada lentitud; la hermosa separación de planos que estableció Albalat provocó la envidia de una nubes que quisieron competir con el músico soltando un sonoro aguacero antes de amansarse por la gracia de un Asturias que amansó el ritmo de la lluvia hasta acompasarlo al insistente y hermoso repiqueteo de sus notas.
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