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La bata de cola como una cruz

Especie de monólogo gestual, el tiempo y el espacio están aprovechados al máximo; la energía de Rivera desborda

Teresa Rivera en su espectáculo de danza, La Sole.
Teresa Rivera en su espectáculo de danza, La Sole.

En la entrada que dan al espectador en taquilla está impresa la siguiente leyenda: "DT no es un teatro, no es una sala de danza y no es un cabaret… es una nueva forma de entender los escenarios (…) vas a participar de una experiencia teatral no convencional". Y tanto que es así.

Todo comienza con una performance a oscuras en la cava de la sala, tipo túnel de la risa, pero que pronto se torna amarga. El ambiente es blanco con topos rojos y negros, como la bata de cola que se lleva como una penitencia feliz. La Sole, personaje comunicativo, habla de la solidaridad humana y de esa zona oscura de la infancia, que puede ser un gran fantasma en forma de flotador de piscina.

Especie de monólogo gestual, el tiempo y el espacio están aprovechados al máximo; la energía de Rivera desborda y suma hasta llegar a un acto solidario: una espectadora le dobla las bragas —limpias— y comparten un pan con chorizo. El olor acre del embutido llena la sala y la bata de cola, dramática, se vuelve flagelo para expulsar de aquel templo o retablo el desagarro de la enajenación y los miedos ancestrales. El trabajo es ameno, pero cala; las claves de sátira tiran sin piedad de los lugares comunes y la misma Sole se convierte en estantigua, mito callejero y ramplón, acuarela tricolor de matices afilados que acaso espera un gesto de los otros, desde la acera de la cordura. También podemos dejarnos llevar por el siniestro banquete de recuerdos. ¿Quién dijo miedo? Se busca la catarsis con una cierta furia, a la vez que se convida a un festín imaginario. La lucha con el flotador destapa la caja de los truenos interiores para bordar una velada estupenda.

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