El punto de inflexión
"El PP ha hecho que el victimismo sea una seña de identidad para su electorado y ahora no puede capitalizar su jugoso rendimiento"
El secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha admitido en un insólito acto de contrición que los errores cometidos por su partido en la Comunidad Valenciana han engordado la sensación de que cuando el PSOE gobierna no les va bien a los valencianos. Lo dijo el mismo día que el presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, confesaba sentirse agraviado por el Gobierno central de su propio partido, el PP, que no solo ha discriminado a la Comunidad Valenciana en los Presupuestos Generales del Estado (con una inversión que cae un 35% respecto a la del año pasado y flagrantes agravios comparativos con otras comunidades) sino que no le ha aceptado ni una de las enmiendas que presentó para tratar de rascar a la desesperada 144 millones.
Ambos, salvando los espacios, no han hecho sino constatar una cruda realidad en el tiempo: la Comunidad Valenciana, da lo mismo que gobierne el PSOE o el PP, siempre sale trasquilada en las inversiones del Estado. Y esto no sucede precisamente porque en Madrid haya una conspiración transversal para perjudicar a los valencianos. Es solo un reflejo del escaso peso que nuestros políticos, sean socialistas o populares, tienen en las estructuras del PSOE y del PP. O lo que es lo mismo: la nula capacidad para imponer exigencias en beneficio del territorio que representan. Si antaño fue el retraso en “una autovía que era fundamental (Valencia-Madrid)”, como reconoció Rubalcaba, ahora lo es el corredor mediterráneo (el que Loyola de Palacio, como presidenta del grupo de alto nivel que definió los ejes ferroviarios prioritarios de la UE, dejó fuera del informe Van Miert, y el que el Gobierno de Rajoy no considera el más prioritario), cuyas inversiones se ven postergadas en favor del corredor central (Fabra no puede competir con María Dolores de Cospedal y Luisa Fernanda Rudi).
El PSPV, con Joan Lerma a la cabeza, no pudo en su día hacer nada por priorizar aquellas obras (se topó con José Bono y Josep Borrell), como tampoco por anticipar el AVE ni impulsar el eje mediterráneo por el que ya empujaba la Generalitat de Jordi Pujol. Entonces el PP se recreó hurgando en la fístula y cimentó la peana de un discurso que ha estado nutriendo y avivando durante las dos legislaturas de José Luis Rodríguez Zapatero y que ahora, a las primeras de cambio y con la zozobra de la bancarrota de la Generalitat, se le vuelve en contra porque retrata su propia calamidad.
En tiempos de bonanza, el desaire de la Moncloa a Fabra habría sido edulcorado con prosopopeyas y el presidente se habría puesto de perfil. Sin embargo, con todas las patronales pisándole los talones, se ha visto obligado no solo a mostrarse agraviado sino a que su entorno apunte que esto marca un punto de inflexión en las relaciones con el Gobierno central. Ahora el PP tiene un problema, aparte de gestionar una desautorización a Fabra que lo enfría como líder de los populares valencianos. Ha hecho que el victimismo sea una seña de identidad para su electorado y ahora no puede capitalizar su jugoso rendimiento, dejando el terreno muy abonado para formaciones sin vínculos de subordinación en Madrid. Y lo que es peor: podrían surgir de su propio desmembramiento.
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