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Paraísos de barro

Barcelona expone 30 cerámicas de Iznik de la colección Gulbenkian de Lisboa

José Ángel Montañés
Dos de los platos de cerámica de Iznik que se puede ver en la exposición de Barcelona.
Dos de los platos de cerámica de Iznik que se puede ver en la exposición de Barcelona.

Para el islam el jardín es la representación del paraíso en la tierra, un lugar mítico que el Corán cita en más de 6.000 ocasiones. Por eso, la cultura islámica creó, a través de fuentes, surtidores, vegetación y arquitectura, jardines tan bellos como el patio de los leones de la Alhambra o el de los naranjos de la Mezquita de Córdoba, que nos hacen sentir que el paraíso debía de ser algo parecido. En la cerámica también. Los artesanos de la ciudad turca de Iznik crearon, entre los siglos XVI y XVIII, lozas en las que mediante la representación de coloridas flores como tulipanes, rosas, claveles y jacintos, pero también, flor de loto y alcachofas, representaban pequeños fragmentos del paraíso. La exposición Un jardín singular reúne en el Museo de la Cerámica de Barcelona 30 piezas de esta escasa y codiciada producción artística de estas cerámicas provenientes, en su mayoría, de la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa. Es la primera vez que se pueden ver en Barcelona y una de las pocas veces que han viajado a España.

El recipiente para tulipanes que adquirió Gulbenkian en 1889, la primera de su colección.
El recipiente para tulipanes que adquirió Gulbenkian en 1889, la primera de su colección.

Las piezas, la mayoría formas abiertas, como platos de diferentes medidas y otros servicios de mesa como jarras y jarrones, además de azulejos para la ornamentación de mezquitas, palacios y mausoleos, están llenas de colores turquesas, rosados, verdes, esmeraldas y púrpuras. Fueron producidas en esta ciudad situada en el norte de Turquía, en el momento en el que el imperio Otomano con Estambul a la cabeza era el epicentro comercial y cultural de Oriente Próximo. Pero pese al tiempo que ha pasado desde que se crearon, las cerámicas parecen recién estrenadas, sin marcas de uso, golpes ni restauraciones. Era una de las condiciones que se impuso para adquirirlas el coleccionista armenio Calouste Gulbenkian, que tras vivir en Londres y París, se refugió en Lisboa después de la ocupación alemana de 1942. Su colección, que viajó con él, la fue adquiriendo durante 40 años y está considerada una de las mejores del mundo.

Según Maria Antonia Casanovas, comisaria de la exposición, esta cerámica, creada para la corte de los sultanes, representa el gusto por la decoración floral islámica como ninguna otra cerámica. Sobre todo su diseño más popular, el llamado de las “cuatro flores”, que es “el más vistoso y el que aporta una perspectiva tridimensional y potencia el realismo”. El valor económico de las piezas es altísimo: en noviembre pasado en una subasta en Madrid se pagó por una pieza similar a las expuestas 145.000 euros.

Por una pieza similar se pagó en una subasta 145.000 euros

En la exposición también se pueden ver dos espléndidos tejidos otomanos del siglo XVI que reproducen la misma decoración floral y media docena de piezas de producción cerámica catalana del siglo XVII y XVIII que deja ver el influjo que Cataluña recibió de Oriente, sobre todo a partir de 1570, cuando la cerámica de Iznik empezó a comercializarse en Europa —sobre todo en las familias más acaudaladas— y marcó las tendencias de la producción de Padua y Venecia en Italia, Nevers en Francia y Cataluña.

De forma paralela a esta comercialización de Iznik, llegaron a Europa desde Estambul los primeros bulbos de tulipán. Primero se plantaron en el jardín imperial de Viena y luego el gusto por estas flores se extendió por Francia y los Países Bajos, creando una “tulipomanía”, una moda obsesiva que llevó a coleccionar las diferentes especies y colores de esta flor. La ciudad de Iznik también creó recipientes donde se depositaban los bulbos y crecían estas flores que se asociaban con la creatividad, la sensualidad, la belleza y el poder y que era el emblema del imperio Otomano. De hecho, la primera pieza que compró Gulbenkian en 1889, uno de estos recipientes para que crecieran los tulipanes, se puede ver en la exposición barcelonesa. El interés y la afición por esta flor llegó hasta tal extremo que protagonizó la primera burbuja económica registrada en la historia, entre 1636 y 1637, recuerda Casanovas.

La última pieza de la exposición —montada de forma escenográfica, con parte del pavimento y paredes cubiertas de césped artificial— es un pequeño libro; el primer tratado de botánica española por Carolus Clusius, autor al que se le atribuyen los más bellos jardines del momento y la introducción del tulipán en Europa. El libro, en el que aparece la primera ilustración de un tulipán, perteneció al rey Felipe II, un enamorado de esta flor que no dudó en plantarlo en sus jardines reales.

La exposición estará abierta hasta marzo de 2013. Luego el Museo de la Cerámica hará las maletas para abandonar el Palacio Real de Pedralbes para siempre y trasladarse a la plaza de las Glòries, al nuevo Dhub, que tiene previsto abrir sus puertas a finales de 2013.

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Sobre la firma

José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

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