El autobús 47
Assemblea Nacional Catalana organiza más de 1.200 autocares a la capital catalana EL PAÍS acude a la marcha en uno de ellos, que parte desde Girona
Delante del autobús, con la bandera independentista de Cataluña a modo de capa, se fotografían, sonríen, se abrazan, saltan…. Montse Uribe, de 37 años, profesora, y sus amigas Elsa Galera, de 32 y secretaria, Muntsa Figols, de 27 y médico, se preparan para subir al autobús 47, que las conducirá desde Girona hasta la gran manifestación de la Diada de Catalunya en Barcelona. Andrés García, de 57 años, las mira y asiente con la cabeza. Él es el encargado de llevarlas a ellas y a otras 48 personas hasta la capital catalana. Todos coinciden en que habrá un antes y un después del 11 de septiembre de 2012.
El 47 -uno de los 1.200 coches organizados por la Assemblea Nacional Catalana en Cataluña- arranca entre aplausos. “Llevo esperando todos los 11S de mi vida para celebrar la jornada nacional”, sonríe Anna Mera, de 34 años y trabajadora de un supermercado, que viaja con su prima, Judit Cunya, de 15, y un grupo de amigo. “Rodearemos a [Josep] Duran i Lleida y lo echaremos”, fantasean.
Sentado a su lado, Josep María Oliver habla sin tapujos: “Estamos hartos de que se nos meen en la boca y nos digan que llueve”, se queja el joven estudiante y trabajador de 21 años. “Soy un Sí-Sí”, bromea. De fondo, se oye a Andrés, el conductor, explicando chistes imitando al humorista Eugenio. “¡I, inde, independencia!”, canta animado el grupo de Montse.
Otro cuarteto, esta vez de veinteañeros, se fotografía con sus IPhone mientras juega una partida a la brisca. “Tenemos que molestar a Madrid”, dice Narcís Auguet, estudiante de Ingeniería Electrónica. “No tanto”, tercia Ernest Pujades, técnico de aprovisionamiento. Un poco más adelante, Miquel Freixes, el controlador del bus, coge el micrófono: “Los teléfonos móviles posiblemente no funcionarán”. Josep Riera, de 40 años, transportista en paro, junto a su hijo Enric, de 16 años, le escucha. “Confío más en la gente que en la política”, dice el padre.
El autobús tiene alma. “Este coche es especial”, repite el conductor. Y de los más rápidos: va adelantando al resto de autocares en su primera media hora. Mientras, el grupo de mujeres que se subía exultante al bus debate apasionadamente. “No nos manifestamos en contra de nadie, sino a favor de Cataluña”, insiste Sandra Figols. “Al final es como un matrimonio que te ahoga”, añade Muntsa. De fondo suena José Luis Perales.
“Es insostenible que las cosas se queden como estaban. Hoy nos manifestamos, mañana los políticos tienen que coger las riendas”, dicen desde la parte delantera Pere Drou, trabajador de la Universidad de Girona, de 51 años.
Los debates, charlas y conversaciones sobre la gran manifestación se suceden, mientras Andrés pita y saluda a los coches con los que se va cruzando. Un 4X4 saca una bandera catalana, que jalea con el claxon. No presta atención a la música, hasta que Freixes se le acerca. “Quizá mejor que cambies el Y viva España que a la gente no le acaba de gustar”, dice, entre risas. Andrés ni se había dado cuenta del contenido del CD recopilatorio Disco Fiesta. Nadie se lo toma a mal.
Antes había sonado Manolo Escobar, con el Porompompero y La Morena de mi copla, que tarareaba inconscientemente Gerard Descarps, maestro, de 34 años. “Había tocado en una orquesta de fiesta mayor y sonaba todo esto y más”, sonríe.
Poco antes de las 16.10, el coche cruza el primer peaje a grito de No Vull pagar. En el segundo, topa con una pequeña retención debido a un accidente: cuatro autobuses han colisionado, sin graves consecuencias. A las 16.20 el autobús 47 entra en Barcelona, y los manifestantes independentistas jalean con aplausos la llegada. Andrés tarda casi media hora en aparcar. Barcelona está y saturada. Freixes coge el micro, y les despide: “Que vagi molt bé. Y que visca Catalunya! Lliure!”.
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