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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los silencios de Fabra

"Fabra evita las respuestas, pero en sus sostenidos silencios no solo se manifiesta su vergüenza por lo que hizo el PP aquí sino también su responsabilidad en lo que está haciendo ahora"

Miquel Alberola

El presidente del Consell, Alberto Fabra, se parece cada día más a su predecesor. No por la causa que engulló a Francisco Camps y las derivadas que espolearon su descrédito. Sí por alguno de los efectos que hicieron más patético su desmoronamiento: el pánico a la intemperie mediática, la cobardía a la impertinencia del periodista alérgico al pesebre.

A Camps le sobraban los motivos para ello, pero ¿de qué huye Fabra? ¿Por qué la mayoría de actos de su agenda son solo para gráficos y cuando no lo son se limita a ejecutar una proclama que siempre acaba sonando más como una defensa que como una propuesta? ¿Qué trata de esquivar? ¿De dónde surge su sentimiento de culpabilidad?

 Fabra se comporta como si desde que Mariano Rajoy lo ungió para ponerse al frente de la catástrofe del PP en la Comunidad Valenciana hubiese sido desterrado al Tártaro, es decir, la región más baja del inframundo griego, donde Sísifo fue obligado por Zeus a llevar a la cima una pesada piedra que, en una suerte de día de la marmota mitológico, siempre se le caía y rodaba hasta el punto de partida.

El problema de Fabra, como Sísifo, fue estar allí: su posición acabó determinando su suerte

¿Por qué tuvo Rajoy que fijarse en Fabra, que había hallado su sitio en la apacible alcaldía de Castellón y nunca había dado señales de ambicionar lo demás, ni siquiera condiciones para acometerlo? Tampoco Rajoy tenía más opciones. Con Camps carbonizado, la cúpula del PP valenciano agusanada y las dos principales alcaldesas de la Comunidad Valenciana descartadas (una, desacreditada por encubrir a Camps y salpicada por Gürtel y Emarsa; la otra, por Brugal), a Fabra, más allá de si era o no idóneo para el cargo, le tocaba el boleto por eliminación.

El problema de Fabra, como Sísifo, fue estar allí: su posición acabó determinando su suerte. Sísifo vio algo que no debía. Fabra fue lo primero que se veía detrás del estercolero. No hizo nada para merecerlo, pero ahora también él transporta sobre sus lomos una terrible carga cuyo peso se va intensificando a medida que avanza hacia una cima que se aleja cada día más y cuya fatalidad es ser la penitencia de la bancarrota en la que los suyos sumieron a la Administración valenciana bajo el delirio de fatuos liderazgos y despiadados saqueos.

Esa ineludible perspectiva, sin duda, arruina la sustantividad de su discurso y agarrota su expresividad. Fabra evita las respuestas, pero en sus sostenidos silencios no solo se manifiesta su vergüenza por lo que hizo el PP aquí sino también su responsabilidad en lo que está haciendo ahora.

En ese mutismo se expresa la mayor escabechina laboral llevada a cabo en la Comunidad Valenciana desde los días de Altos Hornos de Sagunto, RTVV, la demolición de la sanidad y la educación públicas, el desguace de la investigación científica, el estrangulamiento de los institutos tecnológicos o el drama de los concursos de acreedores de las empresas de proveedores que cierran por los impagos de la Generalitat.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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