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“¿Blasco Ibáñez? Ah, sí, la calle donde vivo yo”

El desacuerdo entre el Ayuntamiento y los herederos mantiene inactivo el legado del escritor

El secretario de la Fundación Centro de Estudios Blasco Ibáñez, Ángel López, muestra un retrato original, junto a parte de las 60 cajas que guardan su legado y una copia del retrato que le hizo Sorolla.
El secretario de la Fundación Centro de Estudios Blasco Ibáñez, Ángel López, muestra un retrato original, junto a parte de las 60 cajas que guardan su legado y una copia del retrato que le hizo Sorolla.CARLES FRANCESC

“Si a la gente no se le presenta un Blasco actual, será un personaje que caerá en el olvido”, asegura Emilio Sales, ganador en 2008 del premio de ensayo de la Generalitat con un trabajo titulado Bajo el encanto de lo novelesco: Blasco Ibáñez, 80 años después. Este profesor de Literatura Medieval en un instituto de secundaria de Tavernes ha acabado por especializarse en el que el escritor Joan Francesc Mira califica como “único personaje valenciano que ha tenido una fama universal en la historia contemporánea”. Ni más ni menos. “Independientemente de la simpatía que le tengas”, añade Mira, que es autor de La prodigiosa historia de Vicente Blasco Ibáñez.

Sales, que ha sido responsable de recientes ediciones de la obra blasquiana, algunas para Amazon, constata que el número de nuevas ediciones está decreciendo y sugiere que Blasco debe mostrarse en todas sus facetas, como el intelectual moderno, como el primer escritor de best sellers, como el periodista y el viajero, como el cautivador de masas y el conquistador de Hollywood, implicando a distintos sectores sociales en esa tarea divulgativa. Lo dice un profesor que antes de sacar a sus estudiantes del aula para conocer la Valencia blasquista, ha tenido que encajar respuestas como ésta: “¿Blasco Ibáñez? Ah, sí, la calle donde vivo yo”. Y es que Blasco, tras recibir de cuerpo presente la acogida más multitudinaria que nadie haya tenido en Valencia, en 1933 y con el presidente de la República a la cabeza, no ha gozado de demasiada suerte en su ciudad.

Esperó hasta 1977 para que el Ayuntamiento le pusiera su nombre a una avenida. Y tuvo que aguardar hasta 1986 para que se hiciera su primera gran exposición en el Puerto de Valencia, que fue la vía por donde entró su féretro en un buque de la Armada francesa. Con la Diputación de Valencia presidida por el socialista Antoni Asunción al timón, y los préstamos tanto de las herederas Libertad Blasco-Ibáñez y Pilar Tortosa como de los coleccionistas Ricardo Bolinches y José Huguet como sustancia principal, contó con la colaboración de las distintas administraciones valencianas, los principales museos (hasta el Prado) e incluso Lo Rat Penat para llevar a buen puerto la exposición.

La nieta de Blasco expresó en 1999 el deseo de “revocar la donación efectuada”

El catálogo de la muestra, titulada La aventura del triunfo, se abría con una portada de un suplemento del New York Times firmada por el propio Blasco. Las exposiciones más importantes posteriores estarían también impulsadas por la Diputación, como la múltiple y polifacética de 1998, con Manuel Tarancón, del PP, en la presidencia y la última del Muvim en 2011, Blasco Ibáñez 1867-1928, con Rus como presidente. Entre medias, el Gobierno de España organizó en el edificio de Correos de la plaza del Ayuntamiento, la exposición Blasco Ibáñez vuelve a Valencia (1933-2008), para conmemorar la llegada de los restos mortales a su ciudad natal.

En estas dos últimas exposiciones las principales aportaciones fueron de la Fundación Centro de Estudios Blasco Ibáñez, creada en 2001 y presidida por Gloria Llorca, la nieta del escritor. Pero todo el legado en manos de la Fundación, que había estado en el Muvim en comodato (contrato de entrega gratuita temporal) durante dos años, quedó disponible en junio de 2012 y sin sede propicia para su preservación, tratamiento y difusión. La institución hacia la que miró la Fundación como destino razonable fue la misma a la que Gloria Llorca donó en 1997 la mayoría de los fondos que acoge la Casa Museo de la Malvarrosa. Es decir, al Ayuntamiento de Valencia, como vía más lógica para tener una gestión unificada del legado.

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La falta de respuesta municipal inmediata y plausible se tradujo en un amago de ofrecer a determinadas instituciones madrileñas la gestión de los fondos. Primera alarma. La reapertura del diálogo dejó en el aire esa posibilidad. Hasta ahora, momento de la segunda alarma. La Fundación, a través de su secretario y portavoz, Ángel López, ha vuelto a esgrimir el argumento de la deslocalización ante el alargamiento de las conversaciones y la persistencia de un importante escollo que parece insalvable y que López ha expuesto desde el principio, pero que el Ayuntamiento ha preferido mantener en segundo plano: la propiedad de los materiales albergados en la Casa Museo.

La alcaldesa asegura que los fondos del chalet son de propiedad municipal

Si faltaba leña para el fuego, el viernes la propia alcaldesa se encargó de proclamar en voz alta que los fondos de la Casa Museo de la Malva-rosa son de propiedad municipal.

La Fundación refuta ese argumento y exige el reconocimiento de la titularidad de los fondos como condición para firmar un nuevo convenio de custodia de ambas partes del legado, es decir, la que donó a la casa museo Gloria Llorca, nieta de Blasco, y la que custodió el Muvim dos años y ahora espera destino en cajas. De su lado, los herederos aducen el escrito presentado por la nieta de Blasco Ibáñez en el Ayuntamiento el 9 de marzo de 1999, en el que manifestaba el “deseo explícito de revocar la donación efectuada a favor del ayuntamiento” y de “recuperar la propiedad de la totalidad de los bienes cedidos”. La petición de Gloria Llorca se basaba en la cláusula del acuerdo firmado en marzo de 1997 con la Corporación, que decía: “el incumplimiento de cualquiera de las condiciones estipuladas dará lugar a la revocación de la donación” y se informaba de la creación de la Fundación. Rita Barberá asegura que el intento de revocación fue “rechazado por los tribunales”, cosa que López niega de plano y no abona el diálogo. Llueve sobre mojado, porque en la Fundación nunca ha acabado de estar contentos sobre cómo se han tratado los fondos cedidos, aunque Barberá diga que “ningún gobierno ha hecho más que éste por la memoria y el legado de Blasco Ibáñez” y presuma de los más de 5 millones gastados en la Casa Museo.

Las actuaciones e inversiones efectuadas en ésta, asegura, “han convertido ese lugar en el centro de referencia internacional sobre Blasco”, dijo. Pero el hecho de que la página web del centro sea prácticamente clandestina pone en evidencia la hipérbole de la primera munícipe. “Yo he visto en la Malva-rosa cómo el clima estaba estropeando los materiales”, asegura el exdirector del Muvim Javier Varela, que gestionó la última exposición, presupuestada con más 200.000 euros. “Tuve que restaurar los arcos y las flechas de Argentina para la exposición del Muvim”, recuerda.

“La patria es el patrimonio”, arguye Mira ante la posible deslocalización

Así las cosas, 60 cajas con más de 2.000 documentos relacionados con Blasco permanecen en la sede de la Fundación, con un millar largo de fotos originales, muchas con anotaciones del escritor, contratos, textos manuscritos y otros documentos que guardó su hija Libertad, junto con los centenares de libros, incluidas primeras ediciones y ediciones singulares del coleccionista Ricardo Bolinches. No parece haber muchas opciones, o el Ayuntamiento trata de retenerlos o se irán a Madrid. Porque increíblemente, en Valencia no llueven apuestas por Blasco. La diputada provincial de Cultura, María Jesús Puchalt, concejala a la vez de Valencia, ha recalcado recientemente que "a esta diputación no le corresponde albergar estos fondos". Y la consejera de Cultura, Lola Johnson, se mantiene al margen; considera que es un tema del “ámbito municipal” y que no interviene en éste como no lo hizo en el caso de Miguel Hernández, aunque desea, como Puchalt, que el legado se quede en Valencia, según fuentes de su gabinete. Y el interés inicial de la Universitat de València por el legado se desinfló finalmente, según el negociador, Ángel López.

Javier Varela, que ultima una biografía sobre Blasco, es muy crítico con la situación y la achaca a que en “la Comunidad Valenciana no tiene instituciones en sentido estricto. Lo que hay”, denuncia, “son grupos de amigos políticos y clientelas”. Cree que “el hecho de que una fundación como el Centro de Estudios Blasco Ibáñez, que lleva más de 10 años pugnando por que el legado reciba un tratamiento adecuado, tenga que llevárselo fuera, puede ser bueno para la propia Fundación, para la memoria de Blasco Ibáñez y para los investigadores”.

Para Joan Francesc Mira, que identifica la patria y el patrimonio, lo que está pasando con el patrimonio de Blasco obedece a que “un país o tiene la capacidad de respetar el patrimonio y las instituciones lo respaldan, o cualquier problema menor, sea circunstancial o de titularidad, pesa más que el valor mayor de ese patrimonio que hay que preservar”. Mira confía, no obstante, en que “no se consume la monstruosidad de que Valencia pierda el legado de Blasco Ibáñez”. Demostraría un déficit de patriotismo en su seno.

“He visto materiales estropearse en la Malva-rosa”, denuncia Varela

Para el profesor Emilio Sales, “no tiene sentido que el legado esté en un sitio u otro si no se exhibe y se genera actividad pública con él”. Como profesor, considera que si se quiere potenciar al personaje y traerlo a nuestro tiempo, hay que movilizar a la Consejeria de Educación para un amplio despliegue de actividades didácticas. Pero si el legado se va a Madrid, poco habrá que hacer. Quedará todavía más disperso de lo que está ahora, incluso contando con que la Fundación litigue por la propiedad de los fondos de la Malva-rosa y gane: por las propias diferencias habidas entre la familia, por las distintas residencias de Blasco y porque nadie se ha ocupado nunca de reunirlo. Sirva como anécdota reveladora que las pistolas con las que el escritor se batió en duelo en 1901 aparecieron en subasta, el secretario de la Fundación trató de que se quedaran en Valencia, pero finalmente acabaron en el Museo de la Maestranza.

Hay documentos, sobre todo fotos, en la Biblioteca Valenciana y el periódico El Pueblo, que fundó Blasco Ibáñez, se puede consultar en la Hemeroteca Municipal de Valencia, pero sólo en papel, porque no está digitalizado. Vicente Blasco-Ibáñez Tortosa, miembro de otra rama familiar, tiene fondos propios y los numerosos materiales de la residencia Fontana Rosa de Menton se dispersaron sin estar claro dónde fueron a parar. ¿Hay alguien ahí?

Archivos que se van y otros que arraigan

Los comentarios de la alcaldesa de Valencia sobre quienes hasta ahora han facilitado la mayoría de los materiales que los valencianos conocen de Blasco Ibáñez no van tan lejos como fue Mercedes Alonso, actual alcaldesa de Elche, respecto al legado de Miguel Hernández. “Ya en precampaña decía que no aportaba nada cultural ni turísticamente”, recuerda Paco Escudero, virtual director de la futura fundación que gestionará la herencia del poeta oriolano, integrada por el Ayuntamiento, la Diputación, los herederos y tal vez la Junta de Andalucía. Natural de Orihuela e hijo, recuerda, del alcalde que inauguró la Casa Museo Miguel Hernández en esta ciudad, Escudero insiste en que “fue una patada”, ya que “no hubo ninguna relación, solo una carta de un conserje municipal diciendo que no interesaba”. Luego vino la negativa a invertir 150.000 euros anuales en 20 años.

Esa patada envió 250 cajas con más de 5.000 documentos a Quesada, población jienense de unos 6.000 habitantes en la que nació Josefina Manresa, la esposa del poeta. Allí se desarrollará, según Escudero, “el mismo proyecto cultural” que se proponía en Elche, enfocado hacia la investigación, la divulgación y la didáctica, y el turismo. Miguel Hernández compartirá el mismo edificio expositivo que el pintor local, Rafael Zabaleta, aunque en pisos diferentes. Pretenden “aprovechar el tirón de Úbeda y Baeza como patrimonios de la Humanidad, así como el atractivo paisajístico y mediambiental de Cazorla”.

Mientras Miguel Hernández vuela, Azorín parece bien afianzado en Monòver y Max Aub, en Castellón. Éste, gracias a la fundación segorbina creada en 1997 por el Ministerio de Cultura, la Generalitat, las diputaciones de Castellón y Valencia, Bancaja y el Ayuntamiento. La Casa Museo Azorín fue impulsada en 1969 por los herederos del escritor y sostenida por la actual Caja Mediterráneo Obra Social. En la actualidad tiene 18.000 volúmenes, 3.000 cartas y 8.500 estudios críticos, materiales que en parte pueden consultarse en la web de la institución. “La clave está en mantener y enriquecer”, explica José Payá, director de la Casa Museo y también del Centro de Legados de la Obra Social. “Hemos adquirido mucho material; hemos catalogado todo y hemos digitalizado casi todo”, detalla, siguiendo “una línea ascendente o como mínimo regular”, y teniendo en cuenta “la difícil situación actual”, añade prudentemente. La entidad, que mantiene presupuesto, coordina los derechos de autor y la imagen de Azorín y alienta nuevas traducciones, entre otras actividades. Las últimas han sido al griego, al serbio y al noruego entre otras lenguas, pero José Payà se siente especialmente satisfecho la traducción de El enfermo al valenciano, en colaboración con el Ayuntamiento de Petrer. La actividad didáctica es constante: “Estamos introduciendo a Azorín en todas las escuelas”. Ahí están los futuros azorinianos.

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