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Escenarios del crimen

Feria de monstruos

El túnel del terror es el lugar más parecido a un viejo barracón de una feria de monstruos

El pasaje que conduce al museo de Cera de Barcelona
El pasaje que conduce al museo de Cera de BarcelonaENRICO BARAZZONI

No soy muy aficionado a los túneles del terror; siempre me han dado más grima que miedo. Sin embargo, no he podido resistirme a terminar aquí la serie de artículos veraniegos de este año, en el lugar más parecido a un viejo barracón de una feria de monstruos, donde antaño se explicaban crímenes famosos y truculentos. Bajo la luz temblorosa de los candiles, rodeado de figuras de cera de malformaciones humanas o de asesinos célebres, los narradores populares reflexionaban sobre las monstruosidades del cuerpo y del alma humanos. Así pues, me armo de valor y me uno al grupo que esta noche pasará una hora a oscuras en el museo de Cera.

La última vez que estuve aquí iba cogido de la mano de mi padre. Tendría 10 años y la colección justo se acababa de estrenar. De aquella visita recuerdo sobre todo la mazmorra, con su Drácula siniestro y su criatura de Frankenstein agitándose de vez en cuando por una descarga eléctrica. También me acuerdo de una caja acorazada de banco, asaltada por la banda de Al Capone. Años más tarde sabría que el edificio donde se ubica el museo fue la sede de una de las primeras entidades bancarias barcelonesas. Y después, una sala de fiestas que llevaba el nombre de Copacabana, que fue el primer local de espectáculos de travestismo que tuvo la ciudad tras la Guerra Civil, y uno de los enclaves más recordados de la Barcelona yeyé. Curiosa ecuación: finanzas más transformismo igual a cera.

Había oído hablar del espectáculo El Cuidador en los años noventa, así que cuando supe que este 2012 se iba a actualizar me apunté a verlo. Ya entonces se presentaba como una visita nocturna por el museo, con algún que otro susto. Y básicamente, de eso se trata. Funciona todos los sábados a las 21.00 horas, hasta finales de septiembre.

Visita nocturna al museo de Cera para ver el espectáculo ‘El Cuidador’, con algún que otro susto

Les diré que no sé si estas salas de soldaditos de tamaño natural dan más miedo con luz o sin ella. En contra de lo que podría pensarse, la oscuridad no parece animar ni infundir vida alguna a las figuras de cera. Más bien confiere un aspecto cerúleo a las personas. Entre tinieblas todos parecemos muñecos moldeados por una mano desconocida. La única regla taxonómica para diferenciar a los espectadores del resto es fijarse en que nosotros llevamos camiseta de manga corta.

Iniciamos la ruta acompañados por el cuidador de los combustibles habitantes de la casa y por una taquillera estresada, dos de los tres actores que nos harán de guías y arrojarán algo de luz a la experiencia. No se separen del grupo y no hablen con extraños, nos dicen conminativos. Soy incapaz de sustraerme a la sensación de que este lugar es el lejano precedente de las estatuas humanas instaladas ahí afuera, en la vecina Rambla.

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Los personajes, los trajes y los carteles identificativos se suceden con cierta parsimonia de otros tiempos. La cosa es intentar averiguar quién es quién, sin mirar la ficha. Alguno de los modelados cuesta de reconocer o pertenece a una actualidad muy alejada de la nuestra. Ante Yasser Arafat o Mao Tse-tung me veo con mi fatalismo de 10 años imaginando estas salas bajo una ola de calor, el museo se derretía cada verano y había que hacerlo de nuevo cada otoño. Pasado el miedo reverencial que transmiten tanto reyes como políticos, llegamos a la sala de los científicos y pensadores, y después a la de los artistas, donde conocemos al tercer actor de la obra, un clarinetista que había sido figura de cera pero se está quitando.

El trayecto termina con los monstruos que me daban pavor en la niñez y ahora ternura y simpatia

Entre sustos amables y explicaciones humorísticas, siguiendo el candil nos adentramos en el sótano, en la mismísima cámara de los horrores que tanto me impresionó en su día. Dicen que el criminal siempre vuelve al escenario del crimen. Me pregunto si los protagonistas de mis pesadillas infantiles seguirán allí o los habrán cambiado por otros más modernos. Freddy Krueger no estaba hace 40 años, aunque la cabeza de aristócrata francés clavada en su revolucionaria pica, el suicida barbudo en la bañera —a lo Marat despeinado—, Charles Manson y Jack el Destripador seguramente son inquilinos veteranos. Incluso descubro una sala de torturas de la Inquisición española, como las que le gustaban al secretario Coloma. Y junto al garrote vil observo un verdugo encapuchado (quizá sea Nicomedes Méndez en persona, que también intentó montar su propio museo de cera).

Bajo ahorcados, cámaras de gas, sillas eléctricas y guillotinas, el trayecto termina con aquellos monstruos que me daban pavor en la niñez, y con los que ahora comparto una mezcla de ternura y simpatía. Todos nos hemos hecho mayores, y nos da mucho más miedo un vulgar banquero que cualquier vampiro.

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