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Escenarios del crimen
Crónica
Texto informativo con interpretación

Duelos milagrosos

El último torneo a caballo de Barcelona se celebró en 1833 en lo que hoy es el Paral·lel

Una de las dependencias de Sant Pau del Camp.
Una de las dependencias de Sant Pau del Camp. ENRICO BARAZZONI

Hasta el siglo XV, el lugar elegido para celebrar justas y torneos en Barcelona era la plaza del Born. Los duelos individuales habían aparecido poco antes en Italia, motivados por la moda de llevar espadas y puñales como parte indispensable de la vestimenta masculina. En una ciudad donde eran frecuentes los alborotos y las peleas, estos combates reglamentados bien pronto conocieron un gran auge, y eso a pesar de que la Iglesia amenazaba con la excomunión a los que resolviesen sus diferencias al margen de la ley. Pero cuando fueron las autoridades civiles las que persiguieron esta costumbre, los duelistas barceloneses comenzaran a citarse en los campos que quedaban fuera de las murallas, ocultos a la vista de la justicia, en las estribaciones de Montjuïc.

En Sant Pau del Camp

Las llamadas huertas de Sant Bertran se convirtieron en el escenario predilecto por los espadachines clandestinos, y el duelo se perpetuó entre los militares hasta el siglo XIX. El último torneo a caballo se celebró en lo que hoy es el Paral·lel en 1833, en conmemoración del ascenso al trono de Isabel II, entonces de tres años de edad. En esa ocasión, se enfrentó la vieja aristocracia contra la poderosa burguesía emergente, ambas disfrazadas de señores feudales, y ante la rechifla del pueblo llano. A partir de 1850, los duelos se democratizaron y se hicieron extensivos a estudiantes y periodistas. Con el romanticismo y la popularización de las pistolas, una nueva oleada duelística se desató en nuestra ciudad.

En aquella época era muy frecuente que los labriegos encontrasen cadáveres entre sus sembradíos. Una madrugada de 1872 apareció una cabeza humana que resultó pertenecer a un artesano acomodado, asesinado por su criada al dejarla heredera de sus bienes. La chica y su novio le mataron echándole aceite hirviendo por la boca mientras dormía. Y como tardaba en fallecer lo acabaron estrangulando, al tiempo que le arrojaban brasas encendidas del hogar por la cara. No obstante, lo más habitual era que los cuerpos perteneciesen a perdedores en un duelo. Hasta los primeros años del siglo XX, varios periódicos tenían una sección donde se comentaba la actualidad duelística. La prensa se tornaba didáctica y escribía que el calor de los veranos barceloneses exasperaba de tal forma a los varones que estos terminaban peleando. Al mismo tiempo, se creaba el Comité Antiduelista.

Las justas fueron tan populares en Barcelona, que en el templo de Sant Pau del Camp se veneraba un Cristo crucificado con fama de interceder por los contendientes. Su historia la recogió Ricardo Suñé, un periodista de sucesos que antes de la Guerra Civil militaba en el carlismo y publicaba en El Correo Catalán. Pasó los tres años de la contienda haciéndose pasar por loco en el manicomio Pere Mata de Reus, y después fue el gran cronista de la ciudad durante los primeros años de la posguerra, con libros como Estampas barcelonesas y Nueva crónica de Barcelona. Murió prematuramente en septiembre de 1952, atropellado por el tranvía al salir distraído de un taxi.

Hasta principios del siglo XX los diarios tenían una sección donde comentaban la actualidad duelística

Cuando Ricardo Suñé recogió esta leyenda la imagen ya no existía, pues desapareció en los primeros días de la Guerra Civil. Pero hasta ese instante, había sido un crucifijo con gran fama de milagroso. El motivo de esta notoriedad se remontaba al año 1452, cuando dos caballeros riñeron a causa de una damisela y se enfrentaron a duelo. La cosa quedó en tablas, pero días después ambos rivales volvieron a encontrarse junto al huerto de Sant Pau, que se extendía entre el monasterio y La Rambla. De inmediato reiniciaron su combate, y tras diversos lances y persecuciones acabaron junto a las huertas de Sant Bertran. Uno de ellos perdió el arma y buscó refugio en la iglesia de Sant Pau del Camp. Sin respetar el sagrado recinto, su perseguidor entró con la espada desenvainada y decidido a terminar con su rival.

Mientras se insultaban a gritos llegaron al altar del Sant Crist, que estaba situado junto a la lápida sepulcral del rey Guifré II. El caballero desarmado suplicaba por su vida. Pero el otro, obcecado por la furia, le lanzó una estocada mortal. En ese instante, el Cristo se soltó de los clavos que le sujetaban a la cruz e interceptó el tajo con su propio cuerpo. Atónitos, aquellos hombres dejaron de pelear y cayeron de rodillas. Cuenta la conseja que ambos se hicieron monjes y que cada aniversario pasaban la noche rezando juntos. La imagen quedó torcida de forma similar a su colega, el Cristo de Lepanto.

El último duelo legal tuvo lugar en 1522, aunque todavía en 1914 los políticos Rodrigo Soriano y Antonio Maura se citaron para defender su honor.

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