Apaga la tele
Después de una semana de jolgorio suelo terminar con una sensación de vacío, curiosa. Poco a poco se nos va terminando nuestro agosto y deseo que hayamos aprovechado a fondo las vacaciones, que nuestras pilas estén lo mejor cargadas posible porque detrás de esa esquina, donde esa “nada” se lo traga todo, llega septiembre, un mes tradicionalmente duro que este año viene con sorpresa, como si fuera un huevo Kinder del mismísimo Satán. Vamos a empezar el curso con unos recortes como nunca hemos conocido, algo que nos va a llevar a una situación que cuando intento imaginarla tengo que parar porque me da miedo. Enciendo la tele para distraerme y solo sale mas leña para la hoguera, ministros pidiendo derechos humanos, actuando sin humanidad; mujeres de expresidentes jugando a ser alcaldes, ejerciendo su ignorancia activa; países que después de entretenernos con los juegos intentan ayudar a encarcelar a un hombre sin un juicio justo; manipulaciones de un medio de comunicación tan evidentes que ni el hijo nacido entre el superagente 86 y Míster Bean lo haría peor. Justo antes de apagar la TV cazo una historia que me deja por los suelos el nivel de alegría. Al intentarlo de nuevo aprieto el botón de la radio y salta una emisora que me cuenta que en Barcelona mis adoradas profesionales del sexo ya no van a poder ejercer en la calle. Esto me recuerda que algunas de las mejores conversaciones con la ropa puesta que he tenido en mi vida han sido con mujeres de este gremio. Además, en la situación en la que nos encontramos nos vendrían muy bien unos ingresos en Seguridad Social de algo que por mucho prohibirlo no va a dejar de existir. Desenchufo y me voy a nadar, tengo que sacar toda esta mala ostia que me entra después de una sesión así. Una vez en el agua a cada brazada va disolviéndose la mala baba. Al salir estoy nuevo, solo con un poco de frío que el sol va encargándose de echar a patadas. Voy hacia casa con unas ganas enormes de sumergirme en un cómic de Spiderman, que ha sido un pequeño tesoro que encontré en una librería vieja, como la del señor Koreander. Después de unos buenos paseos por New York hasta terminar mis cartuchos de fluido arácnido, cocino, que es muy parecido a escribir una columna, salvo en que aquí no os veo la cara al probarla, cosa que me gustaría. Seria una bonita ciencia ficción, como quisiera que fueran las primeras lineas de este texto, producto de algún guionista loco y no reales. Ves ya me está haciendo efecto otra vez el Enfadadín, líquido que debía llevar la marmita en la que me caí de pequeño. Voy a tener que escapar de estas lineas antes de que llegue el lunes y compruebe si me atrevo a encender la televisión.
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