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“Al Gaiás no viene ni el Tato”

Los turistas admiten que visitan la Cidade da Cultura por simple “curiosidad” arquitectónica mientras vecinos y trabajadores perciben muy poco público

Una pareja pasea junto a uno de los edificios de la Cidade da Cultura, la pasada semana. / ÓSCAR CORRAL
Una pareja pasea junto a uno de los edificios de la Cidade da Cultura, la pasada semana. / ÓSCAR CORRAL

La Cidade da Cultura es la construcción en obras más grande de Santiago y posiblemente la única que no cuenta con un jubilado haciendo de capataz. El complejo que parecía que le iba a disputar el interés turístico a la Catedral se asemeja a un desierto este mes de agosto. Los obreros tienen que conformarse con la compañía de los motores que de cuando en vez resuenan por la Avenida Manuel Fraga. El camino que conecta al Gaiás con la civilización es para muchos el mejor homenaje al mecenas de la obra de arte esculpida por el arquitecto Peter Eisenman.

 A las 12 del mediodía, una treintena de coches están aparcados a las puertas del gigante, muchos menos que en cualquier hipermercado. La ciudadanía no es ajena a una polémica que acompaña a la Cidade da Cultura desde que fue ideada y que sigue creciendo. Unos trabajadores que transportan material bromean sobre cómo se tomó la decisión de llevar adelante el proyecto: “Había que darle un premio al que le tomó el pelo a Fraga con esto”. A los turistas que suben a curiosear el edificio les invaden las dudas, como un explorador que descubre el Machu Picchu. Ninguno sabe muy bien qué es lo que hay ahí ni por qué se hizo.

“Si hace buen día la gente prefiere

Estos días uno puede reflexionar y deleitarse con la pintura de Eugenio Granell, gozando de la mayor tranquilidad. Las piezas del artista republicano están expuestas en un Arquivo de Galicia que rara vez cuenta con más de cuatro visitantes al mismo tiempo. Un vídeo que ilustra la vida y obra de este militante del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) se repite infinidad de veces en una sala de paredes negras siempre vacía. El único público son algunos cuadros del propio Granell o el impasible soldado del cartel propagandístico de Arturo Ballester con la leyenda “Salud, heroico combatiente de la libertad. CNT”.

Sobre unas vallas verdes de obra se superpone el rótulo Gallaecia Petrea anunciando la entrada a la exposición más publicitada esta temporada en el Gaiás. Aunque cuenta con mucho más público que Granell, el propio guardia de seguridad reconoce que no viene mucha gente. “Hoy tuvimos dos visitas muy numerosas, de 40 personas cada una. La traía el Imserso. Pero los que vienen a curiosear por su cuenta suelen ser turistas”. No todo son curiosos. También hay quién va específicamente a ver el Gaiás, como un matrimonio vasco que veranea en Carnota y se acercó a Santiago solo por la exposición.

Un vídeo sobre Granell se repite

La cafetería es casi siempre el espacio más animado de la Cidade da Cultura, pero siguen sobrando los dedos de las manos para contar a los que se refrescan bajo las sombrillas, al menos durante la mañana. “Por la tarde hay más personas, aunque si hace buen día [COMO HOY]la gente prefiere ir a la playa”, comenta un camarero. Hacia las siete de la tarde el sol deja de cocer las piedras del golem del Gaiás. Una vecina de la zona que suele ir habitualmente a ver obras de arte protesta por la falta de prevención ante las inclemencias climáticas: “Aquí no hay ni un árbol para taparse del sol, durante el día no se puede venir si no quieres morir de calor. El mejor momento es la puesta de sol, pero dura poco. A partir de las nueve y pico empieza a hacer un frío terrible. Para ver los conciertos de los Atardeceres no Gaiás hay que traer ropa de abrigo si uno no quiere congelarse”.

La biblioteca es un excelente lugar para la lectura. La ausencia de gente y el silencio ayudan al lector a concentrarse. La única interrupción es el eco, que se forma fácilmente en esta gran sala. Unos cómodos sillones invitan a uno a quedarse todo el día acompañado por libros. A diferencia de cualquier otra biblioteca, apenas hay mesas para estudiar, pero no supone un problema ya que pocos escolares cuentan con un medio para ir al Gaiás y optan por las bibliotecas de la universidad.

Los visitantes locales suelen usar su coche particular para hacer la visita, ya que ir dando un paseo desde el centro de Santiago lleva no menos de 40 minutos. Los turistas, en general, prefieren el autobús urbano que parte cada hora desde el centro. Algunos de estos vehículos viajan con solo dos pasajeros. Su conductor afirma que es lo habitual. Otros van más llenos y alguno completanente vacío.

La mayoría de los visitantes reconoce que va para ver el continente y que no sabe cuál es el contenido. Aunque todo ayuda. Una pareja madrileña que está de vacaciones por Santiago comenta durante el trayecto de autobús que van hacia el final de la tarde para ver la actuación musical. Se refieren al concierto del Colectivo Oruga, uno del ciclo Atardecer no Gaiás, que presenta nuevas bandas varias noches a partir de las nueve. Unas cien personas acurrucadas en pufs asisten al espectáculo. “Son gente de aquí, de Santiago o de Galicia, que ya conocen al grupo. También se queda siempre algún turista que estaba viendo los edificos y la música le pilla por sorpresa”. La trabajadora que cuenta esto confirma que el público de los atardeceres suele rondar siempre en torno a las 100 o 150 personas.

“Lo único que hay aquí a partir de las ocho es el viento y la Santa Compaña”

“Aquí no viene ni Dios”. Una señora que se toma una caña en la cafetería se queja de lo que ella considera un agujero de dinero público. “Solo hay visitas de ancianos. Los turistas vienen a Santiago para ver la Catedral y la Zona Vieja. Quitas eso y a la Cidade da Cultura no viene ni el Tato”, ironiza. Aunque le gusta disfrutar de los conciertos, reconoce estar en contra del proyecto: “Esto es un mausoleo faraónico que lo hizo quien lo hizo. Vienen aquí como quién va a ver una pirámide”.

Cuando la luz se va yendo también desaparece la gente que pudiera quedar. Un ilustre personaje de la cultura gallega, que prefiere guardar el anonimato, echa mano de la retranca para definir el escenario: “A partir de las ocho de la tarde lo único que hay aquí es el viento y las almas que vienen en Santa Compaña”. A la salida, una joven pareja de arquitectos franceses termina la visita con una pregunta en la boca: “¿Cuándo va a estar terminado esto?”.

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