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La vida en la carretera

Los madrileños invierten cinco millones de horas anuales en desplazamientos Los desplazamientos por carretera han aumentado en más de un 28% la última década

María, en su coche antes de volver a su casa en Toledo.
María, en su coche antes de volver a su casa en Toledo.SAMUEL SÁNCHEZ

Cada mañana Emma abre los ojos con un frenazo en el mismo punto de la carretera, en la última rotonda de Villanueva del Pardillo. Es el momento en que realmente se despierta, lo anterior ha sido un prólogo, aunque haya significado levantarse a las 6.30 en su cama de Fresnedillas de la Oliva, vestirse y correr hasta el autobús. En 75 minutos completa el viaje hasta Madrid, más el metro después hasta el centro. Luego la oficina, y vuelta a casa a las ocho de la tarde. El plan de viaje esta vez pasa por la lectura. Miles de páginas al año.

Emma quema libros, y también forma parte del grupo de devoradores de kilómetros de Madrid. Son los principales responsables de que en la Comunidad la media de kilómetros recorridos al día sea de 20,4 millones. Son los oyentes de radio más fieles, los consumidores compulsivos de gasolina, el comprador para el que los publicistas gastan millones en los anuncios de carretera. En definitiva, son los que practican el commuting, que es como se define en inglés el hecho de recorrer grandes distancias entre el punto de residencia y el centro laboral. Ninguno de los expertos de movilidad consultados ha sabido proponer un nombre en castellano para los commuters, prueba de la limitada atención que ha despertado hasta ahora el grupo en España. Aventurando una traducción, la más cercana quizá sea intercambiadores.

Hay intercambiadores que se lanzan a la carretera por necesidad y otros que lo hacen por decisión propia, aunque la diferencia entre una y otra opción es difícil de discernir, sobre todo a medida que pasan los años: el optimista propietario de una casa en las afueras al que no le importa un trayecto largo puede pasar en cuestión de años o meses a sufrido cabeza de familia con una hipoteca de la que no puede desprenderse. O viceversa: también existen casos de deportados a las afueras que terminan declarando que les resultaría imposible regresar a Madrid.

Como media, cada habitante de la Comunidad invierte al día una hora y veinte minutos en sus desplazamientos, y la inmensa mayoría lo hace por razones profesionales. En total, los madrileños pasan 5 millones de horas en desplazamientos al año, según la Encuesta sobre la movilidad cotidiana que confecciona el Ministerio de Fomento. Los desplazamientos por carretera en la región han aumentado en más de un 28% la última década, aunque desde 2008 la crisis ha ocasionado que se registre un ligero descenso.

Una vida de estrés

  • Los madrileños recorrieron 20,4 millones de kilómetros cada día por las carreteras de la Comunidad en 2010
  • Cada día entran o salen de la región 295.980 vehículos o lo que es igual, más de 108 millones de desplazamientos al año.
  • Los madrileños empiezan a dedicar mucho tiempo al desplazamiento en la universidad y alcanzan el máximo de minutos de media (100) a los 50 años.
  • En Madrid, casi 5.000 de los 6.000 viajes de más de 50 kilómetros que se hacen al día son por motivos profesionales.
  • Después de las provincias vascas (con una media superior en 5 minutos) con sus 79 minutos de desplazamiento medio Madrid es la provincia en la que más duran los desplazamientos, según Movilia.
  • Madrid tiene 2.600 kilómetros de carreteras. La red principal, compuesta por 636 kilómetros, fue la que concentró mayor volumen de circulación, con una intensidad media de 22.548 vehículos diarios.
  • Las 10 carreteras con más circulación: M-607 (100.928 vehículos/día); M-45 (98.764 vehículos/día); M-503 (93.764 vehículos /día); M-506 (59.979 vehículos /día); M-500 (56.064 vehículos /día); M-501 (54.639 vehículos /día); M-100 (46.610 vehículos /día); M-407 (44.983 vehículos /día); M-409 (44.568 vehículos /día); y M- 406 (40.352 vehículos /día).
  • Los desplazamientos públicos y privados han disminuido por la crisis en torno al 1%.
  • Según datos europeos, 1 de cada 10 trabajadores españoles pasan más de 45 minutos de camino al trabajo., y cuanto más grande es el municipio, más sube esta media.
  • El estudio de movilidad del Ayuntamiento de Madrid de 2010 demuestra que han disminuido los desplazamientos públicos y privados en los dos últimos años. Principalmente se ha notado en el transporte público –muy ligado a la tasa de ocupación-, que se ha recortado en el 1%.

Emma forma parte de los intercambiadores que recurren preferentemente al transporte público. Solo coge el coche algunos viernes porque tiene estudiado que el tráfico es menos denso. María opta por el coche. Ella lleva ocho años conduciendo diariamente entre Toledo y la calle de Alcalá de Madrid.

Originaria de Toledo, estuvo dos años estudiando en la capital y luego se marchó a Barcelona. Volvió a Toledo al descubrir que no se diluía la nostalgia de su casa y familia, pero buscó empleo en Madrid porque era prácticamente imposible encontrar algo de su sector (la investigación de mercados) fuera de las grandes capitales. Su padre, que conocía bien las incomodidades de la situación después de 20 años trabajando en Madrid y viviendo en Toledo, intentó disuadirla del plan, pero a María le apetecía tanto regresar a casa que aceptó. Al principio completaba el viaje con placer. “Cuando tuve la niña hace cinco años me encantaba el momento de paz”, explica al volante de su coche, camino de Toledo. “Me gustaba que el día amaneciera mientras yo estaba conduciendo. Por la mañana, cuando salía de casa era de noche, y al aparcar en Madrid se había hecho de día”. Una oruga de peluche se bambolea colgada del retrovisor. Los laterales de las puertas están atiborrados de cedés. María escucha continuamente música: ópera, clásica, radiofórmula… “Piensas un montón”, dice “y además, me gusta el volante”.

Durante los primeros kilómetros del viaje habla animadamente de su decisión. “No lo vivo con angustia”, explica con la vista sobre la carretera. Luego se queda en silencio siguiendo la línea continua: “Pero no quiero estar toda mi vida así”. Cuenta que el entusiasmo fue declinando con los años y que ha sido su separación la que le ha hecho tener ganas de una vida distinta. “Ahora no puedo porque no depende de mí, pero quiero cambiar”. Su hija le condiciona; la cercanía de sus padres que le ayudan con ella, también; y su expareja, a la que hizo trasladarse desde Barcelona, vive en Toledo. Además tiene una hipoteca, aunque asegura que eso es lo de menos. Sigue conduciendo y exclama: “Es que está muy lejos. Es un coñazo”.

La paradoja del intercambiador

Un estudio de dos economistas de la Universidad de Zúrich, Bruno Frey y Alois Stutzer, titulado Estrés que no paga: la paradoja del intercambiador, fija, basándose en operaciones matemáticas y datos recogidos durante 13 años en Alemania, que mucha gente perfectamente racional toma la decisión de trabajar demasiado lejos de su casa (o irse a vivir muy lejos de su trabajo) por razones no demasiado racionales. Según este estudio, para sentirse satisfecho con un desplazamiento de dos horas de coche diarias, el salario que implica trabajar lejos de casa debe ser al menos un 40% superior al que cobra alguien que trabaje más cerca. Pero quizá lo más llamativo del informe es que está lleno de conclusiones deprimentes sobre la capacidad de los seres humanos para dirigir sus vidas: “La gente no suele ser capaz de evaluar los verdaderos costos que el intercambio tiene en su bienestar. Se suelen dejar arrastrar por teorías intuitivas a la hora de predecir cómo les afectará el desplazamiento continuo”. Después de leerlo dan ganas de pedir que algún alma superior obtenga la custodia de nuestras vidas. Según los dos teóricos, un importante porcentaje de las personas que optan por construirse una vida dividida entre dos polos geográficos no calculan lo destructivo que será el estrés a medio plazo. También atacan la falta de voluntad. “La gente tiene poco autocontrol y energía para cambiar su vida cuando no funciona”, aseguran aupados sobre una serie de ecuaciones difíciles de interpretar para legos en matemáticas. “La decisión de buscar un trabajo más cerca de casa o un apartamento que reduzca los desplazamientos es algo que se deja continuamente para la semana que viene”.

Sin trasladar las conclusiones de este estudio a la vida de María, que se prestó solo a participar en un reportaje y no ser conejillo de indias de experimentos sádicos, su caso ilustra que el intercambio funciona sobre todo en situaciones de gran estabilidad, pero que cualquier cambio puede poner de relieve que tomamos decisiones apoyándonos en una visión optimista del porvenir. A día de hoy, María reconoce que hace unos años no hubiera firmado un plan de vida similar si le hubieran expuesto con tanta crudeza los aspectos negativos.

De entrada, calcula que para llegar al trabajo se deja unos 600 euros al mes entre gasolinas y la letra del coche. Y cada dos o tres años tiene que cambiar de vehículo como resultado de los 40.000 kilómetros que le mete. Y eso no es lo que más le molesta. “Vives muy condicionado, sobre todo socialmente, y ahora no me apetece. Por poner un ejemplo: si tienes una cena de empresa, o lo arreglas para quedarte a dormir o nada”. El día a día le resulta también duro. Hasta que se separó se levantaba a las 5.15 para evitar los atascos. Ahora por las mañanas lleva la niña al colegio a las 6.45. A cambio de dormir un poco más, paga un doble peaje: los atascos (alguno histórico de hasta tres horas y media) y tener que llevarse trabajo a casa. “Hay etapas, y esto ahora no tiene mucho sentido”, concluye.

La difícil recompensa

El estrés es el enemigo de todo intercambiador. El psicólogo Antonio Cano cifra su incidencia: “Pasar más de una hora en el coche de camino al trabajo supone un 82% de estrés adicional”. A la hora de responder cuál de los componentes del desplazamiento es el que genera realmente el estrés, asegura que es “todo”: “Al estrés de conducir una hora, que es una actividad que de por sí pone nerviosa a mucha gente, se añade el de las aglomeraciones y los atascos, los conflictos con otros conductores, los retrasos y también el tiempo dedicado a hacer nada”. Según el psicólogo, muchas personas consideran las horas al volante como tiempo muerto. Instantes de inactividad, de aburrimiento. “Viendo cómo se marchan esas horas se puede generar un conflicto. El trabajador ve cómo está perdiendo recursos (horas) que no puede invertir en lo que realmente querría, como en ocio, en pasar tiempo con la familia o incluso en trabajar”.

Nick Paumgarten, un reportero estadounidense de la revista The New Yorker escribió en 2007 un extenso reportaje sobre los intercambiadores que está lleno de personas solitarias en trayectos de hasta siete horas durante los que llegan a aprender a tocar la armónica.

Paumgarten llega a dos conclusiones. La primera es que el tiempo se convierte en la moneda en la vida del intercambiador, porque la cantidad de minutos gastados determina lo ventajoso del trato. La segunda, es que “hablar de conmutar es como hacerlo de sexo o de las horas que duerme cada uno: todo el mundo miente”. Unos exageran las horas que pasan en coche y otros las minimizan. La gente que hace viajes cómodos tiende a evangelizar sobre las virtudes de vivir y trabajar en puntos alejados, y los que sufren se obsesionan con el tema y lo convierten en el eje de su infelicidad. María consigue no caer en ninguna de las trampas mentales de la vida del intercambiador y asegura que arreglará su situación en cuanto las circunstancias se lo permitan. “Lo elegí yo, y no voy a quejarme. Durante años me ha compensado por el estilo de vida allí y por lo contenta que estaba de volver a casa. Toledo es una buena ciudad para criar hijos”, concluye encogiéndose de hombros.

Volviendo al caso de Emma, ella también reconoce que su situación tiene luces y sombras. Las luces son el bajo precio de su vivienda -un espacioso chalé por 650 euros- y la vida en Fresnedillas (650 euros), la naturaleza y, sobre todo la tupida red social que ha tejido en el pueblo. El contrapunto es que apenas le queda tiempo libre. “Llegas a las ocho a casa muy cansada. Solo vives los fines de semana, pero te merece la pena cuando te levantas en medio del campo”, cuenta sentada en el autobús.

El asunto de las recompensas es espinoso. Aunque ya hayamos visto que existen muchas variables, la mayoría de literatura sobre el tema coincide en que la decisión de intercambiar se basa en una ecuación en la que la moneda Tiempo = Metros cuadrados más baratos. En general, la tendencia es alejarse lo necesario de la ciudad, donde el suelo es más caro, para conseguir un domicilio que cumpla con los requisitos de precio y calidad que cada individuo se fija. Emma explica que su migración hacia las afueras empezó así hace cinco años. Cuando ella y sus compañeros de carrera decidieron buscar apartamento durante los últimos cursos de Agronomía, fueron recorriendo los alrededores hasta que encontraron en Fresnedilla una residencia lo bastante barata y con la calidad que les apetecía. Ahora está tan asentada allí que ni siquiera una vez que han mejorado sus condiciones laborales quiere abandonar el pueblo. La rodean sus vecinos, sus amigos, y siente que yéndose perdería calidad de vida. Esto lleva de nuevo a la sutil diferencia que hay entre los que conmutan por necesidad y los que lo hacen por gusto.

El nivel de compromiso del individuo con su trabajo y su entorno también contribuye a subir el umbral de aceptación de la pérdida de tiempo, explica el psicólogo Antonio Cano. Así, si hablamos de alguien enganchado a su ocupación o encantado conque sus hijos tengan un jardín para jugar, probablemente tengamos más posibilidades de encontrarnos con un conmutador satisfecho.

Al problema del tiempo se le añaden variantes de género. Esto viene a significar, explica Cano, que las mujeres trabajadoras suelen sufrir más estrés cuando conmutan. A lo evidente, que es que suelen asumir más cargas domésticas que sus contrapartidas masculinas, hay que añadirle la trampa de pensar en la que se convierte un coche. Pasar media hora en medio de un atasco sabiendo cuántas cosas quedan por hacer en casa y nadie está haciendo puede llevar a la consumición incluso a las más resistentes.

Miles de historias

Todo el mundo conoce historias de gente que conduce muchas horas para ir a trabajar. Por ejemplo, una de las inspiraciones de este reportaje fue un taxista que una noche contó cómo se marchó de Villaverde a Toledo porque buscaba una casa más grande. Ahora se levantaba cada día a las cuatro de la mañana para recoger el taxi en Leganés y luego conducir hasta Madrid para hacer allí el servicio.

La conversación sobre otros intercambiadores es común entre los intercambiadores. Las situaciones ajenas sirven de modelo y de inspiración al gremio. También de entretenimiento. Por eso Maite, una habitante de la sierra que no quiere dar más datos sobre su identidad, escribía un blog que quiere conservar anónimo con las historias que le contaba la gente que recogía en las paradas de autobús con la intención de poder conducir hasta su trabajo en Madrid por el carril VAO.

María conoce a una compañera de trabajo que dejó finalmente la oficina, y también a la madre de una amiga de su hija. Emma cuenta la historia de varios vecinos de Fresnedilla que vivían auténticas epopeyas para llegar a trabajar. Por ejemplo, Paz, una psicoanalista que para entrar a las 11 a El Escorial salía a las 8; una chica a la que el trayecto a Coslada se le hacía muy cuesta arriba y ha terminado trabajando en Navagalamella; y, la mejor de todas, una vecina que cada día iba de Fresnedillas a Moncloa, y de allí a Príncipe Pío para llegar a trabajar a otro punto de la sierra a solo 12 kilómetros del punto de partida. Lo que se denomina una causa profunda de estrés.

Público contra privado

Una de las principales causas de estrés para el conductor es el atasco. El atasco representa la bicha que no hay que nombrarle a los intercambiadores. Sudan, miran al techo del coche, cambian de tema.

La red de carreteras de Madrid se compone de 2.600 kilómetros de asfalto. Por ellas circularon 3.277.367 turismos y 267.860 motocicletas, explica el estudio de la Intensidad Media Diaria (IMD) de circulación. Muchos de ellos, vehículos procedentes de provincias limítrofes, porque cada día entran o salen de la región 295.980 vehículos, lo que representa 108 millones de desplazamientos anuales.

Las carreteras que registraron un mayor volumen de circulación el año pasado fueron la M-607 (entre Madrid y Navacerrada), la M-45 (autopista de circunvalación entre las alturas de Leganés y Coslada) y la M-503 (aproximadamente entre Aravaca y Villanueva de la Cañada). La fisonomía de la región se va adaptando a las necesidades de estos conductores: las carreteras han ido construyéndose a medida que surgían los desarrollos inmobiliarios. Las lenguas de cemento se desplegaban para responder a las necesidades de los propietarios de la periferia. Pero al llegar a las inmediaciones de la capital, se colapsan. Mario Arnaldo, presidente de los Automovilistas Europeos Asociados, opina que los atascos están generando malos hábitos en los conductores, que convierten el vehículo en prolongación de la oficina y lo utilizan para pintarse, hacer llamadas o consultar el mail. “Eso lo hacen cada día y se convierte en un hábito que luego es peligroso”, dice. “Más aún al tener en cuenta que en España la principal causa de accidentes son las distracciones”.

Y el asunto de los accidentes no es precisamente menor, puesto que el Observatorio Europeo de Condiciones laborales asegura que el 4% de los accidentes laborales están relacionados con el tráfico, afectando especialmente a hombres entre 25 y 54 años con un nivel bajo o medio de educación.

Según Arnaldo, estos atascos se producen principalmente porque no se ha resuelto el problema del transporte intermodal. “Unas 800.000 personas entran al día en Madrid desde la periferia, y no hay buenas conexiones por ejemplo entre Alcorcón y Móstoles”, cuenta. “Se siguen aguantando esos atascos porque incluso con ellos se tarda menos que usando el transporte público”.

Esta opinión dirige hacia uno de los problemas básicos: la alternativa del transporte público no siempre es atractiva a pesar de que permite combinar el desplazamiento con otras actividades: el sueño, la lectura, conversaciones o incluso partidas de cartas y videoconsola.

De toda España, la Comunidad de Madrid es la que ofrece una mayor accesibilidad a los transportes públicos. Según la Encuesta sobre la movilidad cotidiana de los ciudadanos (2006), el 89,7% de los madrileños tienen uno a menos de 15 minutos y solo el 8,5% no dispone de uno próximo.

Sin embargo, según el último informe de movilidad del Ayuntamiento de Madrid (2010), el 40% de los conductores rechazan el uso del transporte público independientemente de su calidad. Algunos lo hacen porque necesitan el coche durante la jornada laboral; otros porque no les gusta viajar en colectividad. A pesar de ello, los números de metro y tren siguen siendo importantes: Cercanías transportó 181,6 millones de viajeros durante el año 2010, el 12% del total de la demanda. Dicho de otra forma, en 2010 se vendieron un total de 14.591.087 abonos transporte, de los que 4.696.330 fueron en las Zonas B, 438.939 en las Zonas C y 80.197 en las Zonas E.

A María la autonomía del coche le compensa el tiempo de los atascos. Durante un año y medio, después de que la llevara su madre, hacía el trayecto de vuelta en tren: “Siempre iba la misma gente”. A ella no e hacían demasiada ilusión esas mesas en las que se sentaban los cuatro mismos de cháchara: “¿Qué te cuentas?”.

Con el AVE a Madrid no tardaba más de 30 minutos, pero desde Atocha hasta Ciudad Lineal hay que añadirle otros 40 minutos. Lo que más le desagradaba del AVE es que le imponía una serie de condicionamientos: que no salía con toda la regularidad necesaria y terminaban temprano, que tenía que ir hasta la estación en coche y dejarlo allí en el aparcamiento de pago, que para algunos tramos horarios se encontraba sistemáticamente con falta de plazas... “Una vez tuve que volver a casa en taxi y me costó 100 euros”, recuerda. Otra, tuvo que ir a buscarla su expareja. Después RENFE quitó el bono de 10 y dejó solo el mensual, que no le cuadraba en absoluto, así que terminó la disyuntiva.

Algunos, sin embargo, son defensores incondicionales del tren. Es el caso de Valentín Alejandrez, un editor de 42 años que trabaja en Madrid pero vive la mayor parte del tiempo en Málaga. A la semana, Valentín se hace 1.100 kilómetros; 52.000 al año. Sale de Málaga el martes por la mañana y regresa el jueves por la tarde. Concretamente, coge el AVE a las 7.10 y a las 9.35 está en Atocha. Se sube a la Vespa que tiene en el aparcamiento gratuito de Renfe y, exactamente en ocho minutos, está en su trabajo. “Mi hermano de Madrid a Galapagar se hace todos los días el mismo tiempo de viaje que yo”, cuenta. “De momento es la gloria bendita: ninguna sensación de trajín”, acota porque lleva solo unos meses en esa situación, desde que su novia se trasladó a Málaga. “Estaba preocupado porque pensaba que los billetes iban a ser muy caros, pero si los sacas con dos meses de antelación te sale el trayecto por 35 euros”.

Lunes y viernes se da al teletrabajo. Se conecta mediante Skype y videoconferencias con sus socios. “Trabajo más horas, pero mientras estás con el puchero haciendo los garbanzos”, ríe. Aparte de la necesidad de pasar de vez en cuando por la oficina, hay una importante razón por la que no se plantea trabajar a distancia el resto de días. “Los martes llego con mi maletita y luego me voy directo a jugar al baloncesto”, cuenta. Desde hace años juega todos los martes por la tarde en Arganzuela, en un equipo más conocido por sus prestaciones en los bares de los alrededores que en la propia cancha.

Valentín no comparte la fobia al tren de muchos intercambiadores. “La programación de pelis de Renfe hasta el momento siempre ha sido más que aceptable, explica. “Si no, vas leyendo. Solo trabajo si es algo muy urgente”.

Mientras el AVE corre por la vía, paralelo a él circula el coche de María. Desde su ventanilla se puede espiar a los vehículos vecinos: en casi ninguno viaja más de una persona. La media de viajeros española es 1,2 por trayecto. Basándose en esta evidencia, las iniciativas para compartir coche se han multiplicado. La práctica, relativamente consolidada en otros países europeos como Alemania, no tiene aún demasiado tirón en España pero, además de los que interesadamente se ponen en contacto para fijar un punto de recogida y compartir vehículo, ya hay empresas especializadas en el negocio, como BlablaCar, que tienen 18 millones de visitas al mes y más de 1,8 millones de usuarios inscritos. “La crisis económica está contribuyendo a que esta opción de transporte se consolide”, explica Fátima Elidrissi, portavoz de la compañía. Si usted es un intercambiador y le pesa en el ánimo o la cartera el tiempo en el coche, plantéese esa opción. María rechaza con una sonrisa la posibilidad. “Esto puede ser un rollo, pero si algo tiene bueno es que te deja tiempo para pensar. No quiero ir dándole cháchara a nadie”, dice. Luego se pone las gafas de sol y la carretera empieza a hacerse plateada.

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