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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tengo un amigo que es bobo

Si será patán, que aún cree que la semana tiene siete días. El muy iluso no se ha enterado de que la crisis se basa en tres cuestiones: reducir salarios, aumentar las horas, los días de trabajo —eso repiten los líderes gubernamentales y sus aledaños— y sumar a los que se multiplican por cero, es decir, los parados. Hay que trabajar más para vivir peor. Luego las semanas tienen los días que a cada cual se le pongan en las criadillas.

Será gilipollas el capullo ese que cree que el IVA es el impuesto que el Estado cobra a los Voluntarios Atormentados. Después de mucho discutir con él —en eso tiene aguante el petimetre—, me aceptó que lo del valor añadido era un impuesto militar porque ahora el valor ya no se supone, sino que se contabiliza. Y cotiza al alza. Vamos, me decía, que es como el copago de los titanes, y con eso el Estado recauda un pastón para el ajuste financiero —ustedes ya entienden los que significa esta expresión tan cursi—.

Se habrán dado cuenta, a estas alturas, que el pavo es imbécil, y que podría ser un personaje de Manolito Gafotas sin desentonar. Tan imbécil que es un fan del famoso tío Alberto al que cantaba Serrat, ese que “aún creía en el amor” ya entrado en años. A veces me enternece, especialmente cuando, siguiendo la tesis del primo de Rajoy, me asegura, convencido, que el Sol da sus paradojas y la culpa del calentamiento es de los bares de luces rojas. Se cree el ingenuo que no sé que esa es una frase de José Luis Figuereo, alias El Barrio. ¡Será tolili! Si me conozco casi, casi, cada una de las letras de gaditano, algunas tan surrealistas que confunde a García Lorca con Machado. Cosas del levante...

Siempre me pregunto por qué soy su amigo si una y otra vez chocamos como los borrachos con las farolas, a las que los más educados piden perdón. El julai dice que todo se arreglaría poniendo a trabajar la máquina de hacer dinero y enviando giros postales a los más necesitados. Le explico que hace siglos que el hambre mata a la gente para que otros puedan seguir comiendo caviar, porque dicen los ricos que prescindir de lo conseguido es mucho más duro que alcanzar lo que no se ha tenido.

“¡No seas poeta, capullo, que la poesía es el arte de lo inservible”, me espeta antes de lanzar un escupitajo: “Mira Rubén Darío, cuando escribió aquello de que la primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido. ¡Será moñas el vate!” Tocado y hundido.

Definitivamente, es imposible hablar con este tío tan bobo, tan vacuo, tan escaso, tan procaz, tan absurdo, tan inimaginablemente feliz en su inocencia infantil. Y lo malo es que no lo puedo evitar porque lo veo cada mañana al levantarme, con esa sonrisa bobalicona, en el espejo del cuarto de baño. ¡Hasta en eso es bobo el capullo!

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