Negra y criminal
La popular librería de la Barceloneta cumple 10 años teñida de historias
La librería Negra y Criminal de la calle de la Sal número 5, en la Barceloneta, celebra sin fastos su décimo aniversario. Así pues, cojo la libreta y vengo a hablar con Paco Camarasa, su principal factótum. La tienda es pequeña, decorada con mucho mimo y para nada intimidante. Reina una calma y una rara empatía con el cliente, que contrasta con los títulos de las estanterías. Ofrecen al mismo tiempo novedades y libros de segunda mano, organizan grupos de lectores (uno de ellos formado por mossos d’esquadra), tienen sus propio merchandising, ponen tapa en sus presentaciones, venden por catálogo a través de la red y son el corazón del festival BCNegra, que este año ha celebrado su octava edición. “En este mundo, o tienes dinero o tienes imaginación”, afirma Camarasa.
La librería lleva abierta desde el año 2002. La mujer de Paco, Montserrat Clavé -autora de Manual práctico de cocina negra y criminal-, tenía un local en la Barceloneta donde pensaba iniciar una editorial de libros de cocina. Pero cuando su marido se quedó sin trabajo con más de 50 años, la respuesta fue embarcarse en una aventura relacionada con su otra gran pasión. También fue ella quien le puso nombre, seguramente uno de los más acertados, simples y clarificadores de todo el comercio barcelonés. Desde entonces, gracias a Internet y a la proximidad con el lector que imprime ser una tienda especializada, se han convertido en uno de los pocos puntos de referencia europea (junto con la librería Hammett de Berlín) en este género literario.
Preguntado al respecto, Camarasa afirma: “Barcelona es la capital de la novela a nivel español, y yo diría que a nivel europeo, por títulos publicados, por autores y por traducciones. Históricamente ha sido una ciudad con unos bajos fondos famosos, con un puerto de importancia y muy cercana a la frontera francesa. La prensa local siempre se interesó por las noticias de crímenes, como los de Enriqueta Martí, Carmen Broto o Josefina Vilaseca (la María Goretti de Manresa). Además, es una ciudad que ha dado dos personajes tan carismáticos como el comisario Méndez de González Ledesma y el detective Pepe Carvalho de Manolo Vázquez Montalbán”.
La tradición de la novela negra, tanto en catalán como en castellano, ha sido una de las peculiaridades de la literatura hecha en Barcelona. En fecha tan temprana como 1927, Cèsar August Jordana publicaba El collar de la Núria. Y en 1932 aparecía El secreto del contador de gas, de E.C. Delmar, que fue la entrega inicial de la primera trilogía detectivesca escrita en nuestro país. En la posguerra estaban las editoriales Cliper, Molino y Juventud, o las colecciones de Bruguera y de Toray. “También fue muy importante la librería Francesa del paseo de Gràcia”, tercia Camarasa, “donde toda una generación descubrimos a los autores franceses de novela negra. Yo soy librero porque soy lector”.
La tradición de la novela negra es una de las peculiaridades de la literatura en Barcelona
En los años cincuenta, la ciudad tuvo autores como Rafael Tasis (Un crim al Paral·lel) o Maurici Serrahima (Estimat senyor fiscal). Después vendría Manuel de Pedrolo (Es vessa una sang fàcil), principal artífice de la gran colección catalana de este género, La Cua de Palla de Edicions 62, con sus características cubiertas de color amarillo. Con Pedrolo publicó clásicos como Le Carré o Highsmith, y bajo la dirección de Xavier Coma se especializó en escritores norteamericanos.
Según me cuenta, los más vendidos son Alicia Giménez Bartlett, Lorenzo Silva y Andreu Martín. “Terreno aparte son González Ledesma y Manolo Vázquez Montalbán, que son nuestros autores más conocidos internacionalmente”, dice Camarasa. “Dos de cada tres ejemplares que vendo de ellos los compra un turista. Hoy Barcelona tiene más escenarios que nunca. El Chino ya no es lo que era y eso ha abierto la ciudad para nuevas tramas”.
Entre los títulos recientes destaca la dureza de Carlos Zanón (No llames a casa), la puesta al día de Petra Delicado de Toni Hill (Los buenos suicidas), el humor de Teresa Solana (L’hora zen), o el crimen rural de Agustí Vehí Figueres (Torn de nit). De los clásicos recomienda Rayland de Elmore Leonard, Dura la lluvia que cae de Don Carpenter, Limassol del israelí Yishi Sarid, Crònica dels bons trinxeraires del portugués Mario Zambujal o cualquier cosa del griego Petros Markaris, “ya que somos la única librería donde pueden encontrarse todos sus libros”. Antes de irme, Paco me suelta: “Una librería así solo puede existir si dejamos de ser consumidores para ser ciudadanos. El consumidor puede comprar cualquier cosa en cualquier sitio. Un ciudadano necesita una librería que pueda hacerse suya”.
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