Se acabó lo que se daba
"¿Y ahora qué? ¿Cuánto va a durar el sofoco de ser valencianos? ¿Cuánto la miseria inducida? ¿Quién se va a enriquecer con el diseño de las composturas?"
Si el cada vez menos risueño señor Montoro afirma, y no hay duda de que sabe lo que se dice, que sin los brutales recortes que nos llevan a la ruina no podrán pagarse los sueldos de casi nadie, lo que está diciendo en realidad es que hay que desbaratar con mil argucias las percepciones a fin de regresar a sueldos efectivos de miseria. A los jubilados de renta escasa no les bajan las pensiones, pero se les obliga al copago de sus numerosas medicinas y no tendrán acceso a todas las que necesitan. Que se jodan. A los dependientes no habrá dios que los atienda, ya que el tijeretazo ha sido tan brutal que equivale, prácticamente, a proclamar que aquí no existe ese problema. Que se jodan también. Los centros de salud mental tendrán que ocuparse de otra cosa, quizás de la salud de los políticos, ya que cada vez se atiende menos a los enfermos mentales carentes de medios, así que pronto veremos aquí, como en la gran época de Ronald Reagan en Estados Unidos, a los locos de desatar vagando por las calles y sembrando el temor en los parques al atardecer. Pues que se jodan, más de lo que ya lo están. Lo mismo para los niños sin centros escolares, los conductores de autobús, los bomberos, los policías a pie de calle, los profesionales de la enseñanza, los investigadores científicos, el cuerpo médico, el personal de limpieza, los profesionales y técnicos del mundo del espectáculo, y los empleados de la red nacional de los ferrocarriles, por no prolongar demasiado esta desdichada lista. Que se jodan todos excepto Carlos Fabra, su educada hija y los banqueros de élite, entre otros cuervos de alto voltaje.
Y mientras el Banco Central Europeo avisa de que no actuará para salvar a España, esta infeliz Comunidad Valenciana pide el rescate nada menos que a Montoro, porque no puede pagar ya ni las aspirinas. Ignoro si el meritorio arquitecto Santiago Calatrava se atreverá a sostener todavía que sus mil millones de nada a cambio de sus terribles buñuelos es poca cosa al lado de los muchos más miles de millones que se barajan para el rescate de España, pero hay que tener mucha jeta para hacer declaraciones de ese tipo. No es precisamente osadía de trilero millonario o en trance de serlo lo que ha faltado en el origen de este basurero a la valenciana. Qué procesión de fantasmas. No bastaba con las correrías de Zaplana y su profunda ignorancia en todo lo ajeno de practicar la mordida como sistema, no; tuvo que llegar Camps para que nos enteráramos de lo que vale un peine bien peinado, o de cómo un faraonismo de medio pelo se enfangaba en el propósito institucional de colocarnos donde nos correspondía, es decir, en el centro de un hazmerreír mundial que todavía se carcajea de figurantes como José Luis Olivas, Consuelo Ciscar o Rafael Blasco, entre muchos otros. ¿Y ahora qué? ¿Cuánto va a durar el sofoco de ser valencianos? ¿Cuánto la miseria inducida? ¿Quién se va a enriquecer con el diseño de las composturas?
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