Una historia de amistad y muerte

Ningún poeta tan relacionado con el flamenco como García Lorca. Él ha sido el autor más usado para espectáculos de danza, tanto a través de sus obras teatrales como por medio de recreaciones o abstracciones de su propia vida. Recurrido y recurrente, Federico y su obra han recibido todo tipo de tratamientos, y vivas están en el recuerdo algunas de las creaciones —ya históricas las de Gades o Maya—, que abordaron su obra. Asomarse al poeta y ofrecer algo original y alejado de los tópicos es un señor reto, que se antoja mayor si se tiene en cuenta que esta es su tierra y esta la programación que se creó para recordarlo. Lorca y Granada en los Jardines del Generalife,un ciclo ya asentado en una decena de ediciones por las que pasaron los citados y añorados maestros y, en años más recientes, los ballets de Cristina Hoyos, Blanca Li y Eva Yerbabuena. También se podría sumar como parte del reto el magnetismo que añade un lugar mágico, como son estos jardines, balcón privilegiado del atardecer minutos antes del inicio de los espectáculos.

Hablando de retos, Rubén Olmo los lleva abordando sin descanso en los dos últimos años. Asumió mediante concurso la dirección del Ballet Flamenco de Andalucía (BFA) y, precisamente, la suite flamenca del proyecto que presentó, Metáfora, será la primera parte del espectáculo que el BFA presente a lo largo del verano lorquiano granadino. La segunda es el estreno de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, concebida ex profeso para la ocasión y con Antonio Canales como estrella invitada. Con el poema como inspiración, Olmo ha compuesto —a través de seis escenas con un total de 15 cuadros— la historia de la amistad entre el torero y el poeta, y la experiencia de este ante la muerte del amigo. Y lo ha hecho a través de aportaciones propias que no olvidan tampoco la herencia de los maestros.

La evocación de la amistad entre Federico e Ignacio y la época en que ella se produce ocupa un tiempo de aparente informalidad en la escena, con cuadros que reviven fiestas por bulerías, tangos de Graná o fandangos de Huelva y acertadas evocaciones musicales (Falla, Tellería o Chaplin). Casi todos —incluidos Olmo y Canales— bailan en este momento, pero la fiesta se acaba y llega la tragedia, el espacio en el que hay que enfrentar el toro de la muerte y el del baile, ya sea en solitario o colectivamente. En este apartado, Olmo ofrece soluciones originales a través de la coreografía de la cogida y muerte de Sánchez Mejías o la danza funeraria con el torero ya muerto. Son, especialmente la primera, soluciones coreográficas logradas y que se alejan del tópico. En cuanto a lo individual, a Canales cuesta por momentos integrarlo en la dinámica escénica, pero defiende bien la seguiriya y baila un paso a dos junto a un Olmo que parece volar. Este tiene una presencia constante en la escena y brilla de forma especial en la danza que ejecuta ante su amigo de cuerpo presente. Los dos, junto a la compañía, afrontan un final logrado en el que vaga el alma ausente y se impone el toro del olvido.

Antes del estreno, la suite Metáfora flamenca, volvió a mostrarse como una obra bien engarzada a través del equilibrio entre el trabajo coreográfico de la compañía y las aportaciones de fuerza de Pastora Galván.