Alcachofas o tragaperras
Si se hace Eurovegas se demostrará que la derecha catalana no tiene nada que envidiar en mal gusto a la española
Cuando termine agosto, todo seguirá igual. Los hombres de negro de la Comisión Europea como moscas cojoneras sobre la nuca de nuestro déficit fiscal y la omnipresente prima de riesgo marcando la hoja de ruta de un bipartito (PP y CiU) que le ha cogido gusto al desmantelamiento del Estado del bienestar. (Esto puede sonar muy catastrofista pero sí, estamos ante la liquidación de los pocos logros sociales que este país, dígase España o Cataluña, había logrado en treinta años de democracia. Y califico de pocos esos logros porque en prestaciones sociales, España, por ejemplo, estaba más cerca de Burundi que de Francia en la atención a la maternidad: así que dejémonos de la cantinela de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades).
Mientras todo esto va sucediendo (no olvidemos la reciente aprobación de la subida del IVA en ese tramo que afecta de lleno al consumo de cultura, tema que al PP evidentemente les trae absolutamente al pairo), queda un asunto que a mí particularmente me llena de una morbosa incertidumbre: el de las tragaperras del señor Sheldon Adelson en los campos de alcachofas de Barcelona.
Para Artur Mas, la España que él presenta en sus indescifrables viajes a Estados Unidos es la España de Bankia. Él se siente orgulloso de representar a un país que considera como la Holanda del sur, aunque es una lástima, según el mandatario, que forme parte de un Estado tan contaminante y poco laborioso como España. El problema es que al señor Mas se le olvida que Cataluña también tiene un agujero moral llamado caso Palau o caso Millet o caso entidades bancarias de Cataluña que escondieron como arte de birlibirloque los beneficiados de 18 millones de euros cobrados en ventanilla en este turbio expediente.
O sea, que junto a la España de Bankia tenemos, le guste o no al señor Mas, la Cataluña de Millet. Y cuando regresemos de vacaciones (por decir algo), es altamente probable que a la Cataluña de Millet se le sume la Cataluña de la ludopatía internacional. O la Cataluña de los cambios legales prácticamente inasumibles, los bajos sueldos y los contratos basura según dicten los jefes de recursos del señor Adelson. No dejó de ser risible ver al consejero Recorder llegar a la cumbre con el muy probable próximo jefe del ocio catalán. Lo hizo con una elegante maletita de piel, en la que es casi seguro estaba llena de claudicaciones para contentar al boss.
El año pasado tuvimos la primera noticia del megaproyecto. Los informes hablaban de 15.000 y 18.000 millones de euros de inversión hasta el año 2020. El estropicio lúdico se instalaría sobre 600 hectáreas del Prat del Llobregat. Es decir, sobre fincas privadas que podrán ser expropiadas por decreto ley a precios de saldo. Luego se informaba de la riqueza que generaría míster Adelson: se hablaba de 132.000 puestos de trabajo, 12 "resorts" de 3.600 habitaciones, 6 casinos, 50.000 plazas de restauración, teatros, campos de golf (los litros de agua que ello consumiría parece que no se registró).
De todos los datos aportados más o menos oficiosamente, hubo uno que me llenó de pavor: la exigencia de que lo menores puedan entrar a ese complejo a esparcirse sin la menor traba legal. O sea, que amén de casa de juego y prostitución encubierta a gran escala, el complejo nos promete una escuela de ludopatía para asegurar la clientela del futuro.
No creo que el Gobierno de la Generalitat salga bien parado de esta locura urbanística. Se haga o no el complejo en Cataluña. Si se hace en Madrid, la federación que nos gobierna quedará irreversiblemente retratada. Si, por el contrario, míster Aldelson se decide por los huertos de alcachofas en lugar de los vertederos de basura de las afueras de Madrid, lo único que logrará nuestro President es confirmar lo que siempre sospeché de la derecha catalana: que no tiene nada que envidiar en mal gusto y desprecio olímpico por las exigencias de protección del medioambiente a la derecha española.
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.
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