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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más pijoteros que cívicos

"La responsabilidad ha tiempo que trascendió el marco parlamentario y reclama la denuncia y el pronunciamiento cívico de todos los demócratas sin excepción"

Aquel valido nada tonto de Felipe IV que fue el conde-duque de Olivares dijo de los valencianos que éramos un pueblo muelle y la expresión sentó cátedra porque a lo largo de los años se nos ha venido catalogando de muy semejantes modos. Un escritor franquista nos reputó de “gallináceos a la vera de un mar caliente”, una imagen despectiva que en todo caso no evoca intrepidez.

Otros observadores más lúcidos y explícitos nos han calificado de sumisos y apocados, no obstante los broncos y funestos dramas rurales que describe Blasco Ibáñez, así como se desprende de algún que otro episodio o personaje aguerrido que nutre las crónicas históricas. Si a esto añadimos nuestro gusto por el estrépito y el meninfotisme tendremos una aproximación viable a nuestra idiosincrasia.

La última aportación a este ejercicio taxonómico es la del presidente del Consell Jurídic Consultiu, Vicente Garrido, que nos considera unos quejicas que reclamamos por cualquier nadería, unos pijoteros en castellano paladín. El eminente jurista y ángel protector de quien fuera president de la Generalitat, Francisco Camps, aduce unos ejemplos de estas pijoterías que tanto desdicen de la colectividad presuntamente madura, moral y democrática que constituimos, pero que los hechos desmienten a diario.

No de otro modo se entiende que este país, decimos de su paisanaje menos dócil, no se haya convulsionado por el cubil de desvergonzados e imputados que se ha lucrado a la sombra del PP gobernante, abocándonos a la metástasis que sufrimos, incluido el desmantelamiento del Estado de Bienestar que habremos de avezarnos a dar por perdido.

"La última aportación a este

La verdad es que resulta deprimente que una significada proporción de valencianos haga perder en pequeñeces el valioso tiempo de los ilustres miembros probablemente prescindible y mentada instancia jurídica. Pero, a la postre, ¿en qué ocupan sus horas estas eminencias que lo componen y otras políticamente homologables que desempeñan altos cargos públicos retribuidos, como los Síndic de Greuges, o de Comptes, o presidente del Consell de Cultura y tantos personajes relevantes y cualificados de la fronda institucional y social que han callado como muertos o disimulado como cínicos ante el desmantelamiento y saqueo de nuestros recursos económicos y financieros, así como la degradación de la democracia que ha llevado a cabo gente del PP o tácitamente amparada por el partido? Pues no de otro modo se explica este escandaloso fracaso que, ahora sí, nos ha situado colectivamente en el mapa europeo de la corrupción y oprobio.

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Se argüirá que no es ese el cometido de los mentados y aludidos, que el coso donde se dirimen los conflictos políticos es el hemiciclo de las Cortes mediante la intervención de los representantes del pueblo soberano. Vale.

Pero acontece que las Cortes están neutralizadas por el PP hegemónico, la oposición hace lo que puede luchando contra la opacidad y arbitrariedad de la mayoría, lo cual se ha revelado insuficiente.

Por eso la responsabilidad ha tiempo que trascendió el marco parlamentario y reclama la denuncia y el pronunciamiento cívico de todos los demócratas sin excepción, incluidos tipos como Juan Carlos Gimeno, titular de una larga hoja de servicios al PP, que ha señalado con el dedo algunas fechorías cometidas en Emarsa, ese forúnculo infestado en el pellejo de la alcaldesa Rita Barberá. Sus todavía cofrades le desacreditan, pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.

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