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El reloj que predice el tiempo

Los vecinos de Doncos dan cuerda a diario a una máquina que alerta de la lluvia

Eduardo Pérez, vecino de Doncos que sube a diario 190 peldaños para garantizar que el reloj del pueblo siga adelantado cinco minutos.
Eduardo Pérez, vecino de Doncos que sube a diario 190 peldaños para garantizar que el reloj del pueblo siga adelantado cinco minutos. PEDRO AGRELO

Sobre esto de los relojes mecánicos se dan verdaderas lecciones magistrales por Internet, y surgen debates, ciertamente ásperos, de presumibles expertos que no llegan a las manos porque a lo mejor uno está en Bélgica y el otro en un pueblo de la Alcarria. En este vaivén de opiniones cruzadas que a veces colisionan por el ciberespacio, alguien llamó un día la atención sobre un aparato que late en el pueblo de lucense de Doncos sin dar grandes muestras de decaimiento desde hace 108 años. Y sin comerlo ni beberlo, el que lo hizo encendió la chispa de otro fuego cruzado. Esta vez protagonizado por entendidos de Argentina y del Reino Unido que se llevaban las manos a la cabeza porque lo que veían contradecía su norma de fe. El desconcierto, entre las precisas mentes, surgió cuando trascendió que el reloj de esta localidad de As Nogais era de cuerdas y no de pesas, algo impensable en las máquinas que, como él, marcan el tiempo desde la torre de una iglesia.

El reloj de Doncos es singular por bastantes cosas, como la circunstancia de ser uno de los últimos que sobreviven sin motor en Galicia gracias a unos vecinos que se organizan para darle cuerda a diario; la de que predice los fenómenos meteorológicos mucho mejor que Pemán sin necesidad de tirar del refranero; o la de que está cinco minutos adelantado para que nadie pierda el bus de línea Ponferrada-Lugo. También por el hecho de estar donde no tenía que estar.

Si José de Pereira do Val levantase la cabeza, explicaría a los sabios extranjeros cómo adaptó al templo católico aquel artilugio pensado para otro lugar. El carpintero más hábil que recuerdan Os Ancares ha pasado a la historia como un artista capaz de remediar cualquier entuerto técnico. No solo hizo virguerías en el bar, y en la casa de los duques de Alba, uno de los varios pazos de los que presume el pueblo, también bajó las turbinas de la central de Horta para que llegase la luz eléctrica a la comarca de Becerreá y resolvió el problema del reloj, que había sido fabricado para tocar las horas sobre una base que se levantaría en el barrio de O Penedo, el más alto de los nueve que componen Doncos.

Una decisión tardía confinó la maquinaria en la torre que le creció a principios del siglo XX a la iglesia de Santiago, una parroquia construida en 1610 que quedó bastante perjudicada tras el saqueo de los franceses. Tras de la historia del reloj hay otra de amor. Clemente, de la casa de Paulo, marchó a hacer la mili a Cartagena y la hija del capitán se fijó en el gallego. Nació ahí una pasión duradera y, cuando él murió, la viuda quiso que el pueblo de su amado lo recordase para siempre. El plan no le salió del todo bien, porque un siglo después en Doncos la recuerdan más a ella que al finado, del que no todos saben decir el nombre de pila.

Un día que haga calor van a limpiar los engranajes de grasa de cocina

El de ella sí. Carmen de Cartagena fue la magnánima señora que ofreció al pueblo un regalo. Debían escoger entre una traída de aguas o un reloj que se oyese más allá del valle. Tras una consulta popular, los vecinos decidieron que podían vivir unos años más (tanto que aguantaron hasta los ochenta sin la instalación completa) sin agua del grifo porque en Doncos las cuatro fuentes eran más que cumplidoras, el líquido podía transportarse en cubos, y en Os Ancares toparse con un cuarto de baño era más difícil que avistar un ovni.

Estaba claro que la opción B fardaba más, y salió elegido el reloj, signo de lujo y distinción donde los hubiese en aquella época, incluso si era de bolsillo. Así que la cartagenera le encargó la pieza (con maquinaria interior, esfera y campana superior de 800 kilos) al madrileño Canseco, célebre relojero del Paseo de las Delicias, y en 1904 Doncos recibió el obsequio. Por eso del marcar —más allá de las horas— estilo, acordaron al final instalarlo en la iglesia y mirando a la carretera, de espaldas al pueblo, para que lo viesen los de fuera al pasar.

Desde entonces, el reloj cronometra las vidas que empiezan y acaban, Doncos vive al unísono (con cinco minutos de adelanto) y en la comarca se sabe si va a hacer frío o calor, a llover o salir el sol porque la intensidad del son varía, según se viva al norte o al sur, dependiendo de hacia dónde sople el viento. Aquí todos tienen el oído entrenado desde el vientre materno.

Los vecinos van apañándoselas para hacer el mantenimiento y darle cuerda a diario. Últimamente le toca siempre a Eduardo Pérez, un jubilado con juventud y ánimo bastantes para acometer los 190 peldaños que separan el artilugio del suelo. La asociación de vecinos habla de organizar turnos para darle alivio y planea para este verano aprovechar un día de mucho calor, si es que llega, para derretir y limpiar el exceso de grasa de cocina con la que se lubricaron hace tiempo los engranajes. El atracón de aliño es el culpable de que haya que subir todos los días. Si el mecanismo estuviese limpio, con dar cuerda cada 48 horas bastaría. Hay un relojero de Madrid inmigrante en As Nogais que los asesora. En esta operación y en la otra de hacer una modificación para que el reloj pierda la costumbre que tiene de dar las horas dos veces. A lo que se niegan es a ponerle un motor eléctrico. Eso no es humano.

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