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Rastreadores de bibliotecas escolares

Los colegios e institutos carecen de servicio de fomento de la lectura con personal formado Los puntos de lectura aparecen en aulas multiuso, pasillos o comedores

Jesús Huguet, Marta Roig, Ricard Abellàn y Vicent Giménez, en el debate en el Consell Valencià de Cultura.
Jesús Huguet, Marta Roig, Ricard Abellàn y Vicent Giménez, en el debate en el Consell Valencià de Cultura.NEUS CABALLER

Las bibliotecas escolares han de formar parte nuclear de la vida de un colegio o instituto. La Ley Orgánica de Educación (LOE) es clara al respecto. “Todos los centros escolares dispondrán de una biblioteca”. La realidad, no obstante, en el día a día del sistema educativo valenciano es que no sé sabe ni cuántas hay, ni cómo funcionan, ni dónde. La Consejería de Educación no tiene un censo ni un plan de bibliotecas escolares, a diferencia de autonomías como Galicia, Cataluña, Navarra o la Comunidad de Madrid que implantaron programas regionales de fomento a las bibliotecas en la red educativa desde 2004, 2005 y 2006.

“El gran problema es cómo hacer un análisis estadístico de cuántas bibliotecas tenemos y cómo funcionan”, señala Vicent Giménez, el presidente del Colegio Oficial de Bibliotecarios y Documentalistas de la Comunidad Valenciana.

“Por referencias que nos vienen desde los centros educativos, hay bibliotecas escolares en comedores o en aulas múltiples que se utilizan para dar clase”, describe Giménez, en la mesa redonda celebrada en la sede del Consell Valencià de Cultura (CVC) en la que se ha presentado un documento base para “delimitar las características y los principios que debe reunir una biblioteca escolar”.

En la práctica, se trata de rastrear dónde hay un espacio que encaje en la definición de biblioteca escolar, más allá de la pila de libros en una estantería.

La ley establece que deberá de tener un “espacio físico propio”. Esto es de 80 metros cuadrados para los centros de Infantil y Primaria y de al menos 120 metros cuadrados para los institutos de Secundaria. Además, de que deberá estar organizada según criterios técnicos y disponer de un sistema de gestión documental que permita el acceso en línea al catálogo. La figura del bibliotecario es, pues, clave para fomentar cambios en la metodología del aprendizaje en todo el centro.

Se trata de rastrear dónde hay un espacio que encaje en la definición de biblioteca escolar, más allá de la pila de libros en una estantería

“El bibliotecario ha de formar parte del claustro escolar”, señala el documento, que se ha hecho público en el grupo de trabajo, en el que han participado entre otros Ricard Abellàn y Jesús Huguet, por parte del CVC, y Marta Roig, como coordinadora del Colegio de Bibliotecarios y Documentalistas de Cataluña del programa autonómico Puntedu.

El concepto de biblioteca escolar propuesto recoge los principales ejes o criterios de las bibliotecas escolares en Europa. Un modelo que incorpora claramente el concepto de “biblioteca virtual”. El documento insiste en la necesidad de que cada “servicio de lectura” escolar esté dotado de, al menos, dos ordenadores y tres terminales por cada 250 alumnos.

En Cataluña el programa autonómico ha conseguido que, en este momento, haya ya unos 1.500 espacios catalogados propiamente como “bibliotecas escolares”. “Estamos hablando cada vez más de una biblioteca escolar que está formada por una gran parte de recursos digitales”, explica Marta Roig.

Del espacio físico al virtual. “Estos cambios en las bibliotecas escolares cada vez más digitalizadas están provocando un cambio en la metodología del aprendizaje”, subraya la coordinadora del Colegio de Cataluña.

“El cambio da más protagonismo al alumno en el proceso de aprendizaje y sitúa al profesor como un acompañante de los descubrimientos. El conocimiento ya no se transmite de forma vertical y unidireccional”, describe Roig. Las bibliotecas ofrecen al alumno la posibilidad de convertirse en exploradores y en auténticos descubridores de sus propias investigaciones y curiosidades.

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