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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un lujo

"La felicidad es un lujo filosófico que está al alcance de cualquiera, pero hace falta coraje para ejercer esa soberanía"

A algunos les parecerá frívolo que les hable del veraneo con el segundo rescate a la vuelta de la esquina, pero aunque no lo crean capear el temporal es más una cuestión moral que económica. ¿O es que ya no se acuerdan de cuando no teníamos ni un duro? Solo hace falta repasar el álbum de fotos y ahí estamos todos tal como éramos: más jóvenes, con los vaqueros raídos, la camisa remangada y el pelo mojado, haciendo autostop con una mochila colgada a la espalda. Olor a mar y a tostar piñas en los pinares de la playa, una guitarra, la piel de nailon de la tienda de campaña y el cielo entero con todas sus estrellas al alcance de la mano: las Pléyades, Andrómeda, junto al cuadrado de Pegaso, que los antiguos astrónomos imaginaban como un caballo alado visto del revés, Orión, mi preferida… Lo impecablemente limpias que eran las noches entonces ¿se acuerdan? cuando la felicidad todavía era una categoría del espíritu y no un indicador socioeconómico como la prima de riesgo o el Ibex 35.

Pasamos de pobres a ricos demasiado rápido, como dijo Vicente del Bosque, y ahora nos toca hacer el recorrido inverso. Se acabó el milagro de los panes y los peces. La vida misma resultó ser un fondo de alto riesgo en el que cuando hay vacas gordas gana la casa, y cuando vienen mal dadas pagan los de siempre. Pero venimos de una historia muy bronca como para tirar la toalla a la primera de cambio. Ya las hemos pasado canutas antes y conseguimos salir adelante. Se trata de encontrar una buena trinchera donde resistir: el amor propio, un sueño personal, el sentido de la propia dignidad, un hijo…, cosas por las que vale la pena batirse a cuerpo limpio como se baten estos días los mineros asturianos y leoneses. Gente dura de pelar, con orgullo de clase, que sabe que no queda otro remedio que tirar para adelante.

Estamos arruinados, vale. Ya lo sabemos. Pero no se imaginan la cantidad de cosas maravillosas que se pueden hacer gratis y sin rendir cuentas al Banco Central Europeo, por ejemplo, conducir por una carretera secundaria silbando con la ventanilla abierta, jugar un partido de fútbol en la arena a última hora, enseñarle a tu hijo a cambiar la llanta de la bici en un garaje lleno de trastos, leer En busca de April o la novela que a uno le salga de las narices, entrar en casa en el preciso momento en que la radio está retransmitiendo un concierto de la Orquesta Filarmónica de Viena. La felicidad es un lujo filosófico que está al alcance de cualquiera, pero hace falta coraje para ejercer esa soberanía.

Piénsenlo. Acaba de empezar un verano distinto, sin tabla de windsurf, ni gafas de sol Rayban, ni pareo de Ágata Ruiz de la Prada. O sea, como Dios. A pelo, con los tejanos viejos, la caña de pescar, las sillas plegables de toda la vida, cervezas bien frías en la nevera y risas de críos en la orilla del mar, que es la felicidad que nos sale más a cuenta. El mejor verano de nuestras vidas.

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