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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Camisetas políticas

Esperaba mi turno en la cola del supermercado, cuando me fijé en la mujer que se sumó a la fila. Como para no fijarse. Bajo su chaqueta destacaba una camiseta blanca con las letras EA, EA, EA repetidas de manera asimétrica alrededor del cuello. La tipografía negra y sencilla tampoco parecía dejar lugar a dudas. Pensé: eso sí que es militancia, ponerse una camiseta del partido hasta para hacer la compra. Me la imaginé agenciándosela en alguna campaña electoral, alabando además su diseño moderno. Sólo cuando la tuve muy cerca, me percaté de lo que rezaba la letra pequeñita debajo de tanta EA: Emporio Armani. Acabáramos.

Me di cuenta entonces de que sólo cabían dos posibilidades: o bien aquella mujer, a pesar de vivir en Euskadi, no relacionaba para nada EA con Eusko Alkartasuna, ni se le pasaba por la cabeza que mucha gente que la viera vestida con la camiseta pensaría —digo yo— lo mismo que yo; o bien era conciente del posible equivoco, pero no le importaba, precisamente porque simpatizaba con EA (el partido, no Emporio Armani, que también, claro). Pues bien, es obvio que la primera es la opción más probable. Dicho de otra manera, que como indican las encuestas una y otra vez, una gran parte de la población vasca no tiene la cabeza en la política, ni la política en la cabeza, que es más o menos lo mismo.

Ese parco interés por la política es un dato estadístico que no deja de ser asombroso: con toda la tabarra que damos, ¿cómo es eso posible? Seguramente porque otros la siguen con tantísima intensidad que la cosa se compensa. A pesar de ello, todo el que viva en Euskadi —por muy apolítico que se crea, por mucho que resople y le dé al zapping mental cada vez que surja el tema— sabe percibir muy bien lo que ordena “el otro generalizado” (según la acertada visión de G. H. Mead), lo que en cada ambiente es conveniente decir o expresar y lo que no, o lo que se arriesga haciéndolo. Por ejemplo, me cuesta imaginar a alguien en el mismo supermercado de barrio con un PP en la camiseta, aunque fueran las siglas de otra marca fashion…

Y ya que vamos de camisetas, déjenme contarles que Lacoste ha sacado una serie de polos conmemorativos de la Eurocopa que estamos a punto de sufrir (perdón, gozar), un polo por cada uno de los países que participan, con los colores de su bandera. En las tiendas de cada país, como es natural, han puesto en el escaparate el polo Lacoste con la bandera nacional. Ahora adivinen qué camiseta lucía el maniquí del escaparate de Donostia, al menos hace unos días. ¡Bravo, qué perspicacia, han acertado de lleno! El de Italia, claro. Una combinación de colores tan bonita, tan apropiada, tan familiar. He ahí una muestra clara de cómo actúa “el otro generalizado”, más allá de toda ideología expresa. Y es que, en ese sentido, no hay nadie —ni la señora del supermercado— que no tenga la política en la cabeza.

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