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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Limpieza general

Mentirosos,trepas, prepotentes lo tendrán duro. Las mayorías sensatas están dispuestas a señalar con el dedo

La tropa está agitada y enfurecida, pero aguanta. La gente funciona mientras todo lo demás se tambalea. El ciudadano resiste: lo hace “por el país” (tanto da que sea Cataluña o España para quien sabe que un país son sus ciudadanos) y paga sus impuestos en el incomparable marco de los 23.000 millones de Bankia, fabulosa puntilla a lo decente. ¿Alguien ha visto junta tal cantidad? ¿Qué haría con ella un ciudadano cualquiera? Solo falta un soplo (por ejemplo, que empecemos a preguntarnos para qué mantenemos a un cuerpo de fiscales y jueces aparentemente impertérrito ante la confirmación de la barra libre antidemocrática que corroe las instituciones) para que la tropa explote. Hay síntomas por todas partes.

Se sabía que este año los defensores de las leyes y de los ciudadanos tendrían trabajo extra, pero empieza un tiempo de inevitable limpieza general: hasta aquí hemos llegado. Pasemos cuentas, vayamos a los tribunales, queremos saber nombres y apellidos. El esfuerzo colectivo exigido reclama el fin de la irresponsabilidad en gobernantes y administradores públicos. Ha acabado la desregulación y es necesario que la ley vuelva a ser un pacto de todos: la imposición, el dictado, la arbitrariedad tendrán un costo social. La ley de la selva ya no vale. Vuelve la necesidad de la responsabilidad: es lo positivo de la situación, sin olvidar que la madeja del gran enredo está dejando demasiado sufrimiento en el fracasado camino de ida y vuelta entre lo local y lo global.

Nadie podrá decir que quienes contribuyen con sus impuestos a financiar los servicios comunes no han tenido infinita paciencia, generosa benevolencia. Cualquier gotita (un dívar más jugando con los dineros públicos) podría, aunque nadie tenga ganas de revoluciones entendidas a la manera clásica, pinchar el gran souflé de la contención social. Cambia el tercio: quienes confundieron la moderación con la indiferencia y la precaución con la pusilanimidad de la ciudadanía podrían ahora autoengañarse ignorando que los pasotas despiertan.

Hoy cualquiera estudia, por pura y frágil cautela, cómo y por dónde ha de empezar la limpieza general. Mentirosos, corruptos, tramposos, aprovechados, trepas, prepotentes lo tendrán duro. Las mayorías sensatas están dispuestas a señalar con el dedo de la gran vergüenza. Paso a paso se establecerán (pura supervivencia, nadie dice que sea fácil) nuevas normas de control social y responsabilidad. Describo algo que percibo como posible porque los síntomas del cambio están ahí: el hartazgo, el enfado son generales.

Contra la dimisión de los ciudadanos es el subtítulo un estupendo libro (Política para apolíticos, Ariel) escrito por 12 profesores de universidades barcelonesas en el que se repasa, uno a uno (desde fraude y corrupción hasta incompetencia y despotismo) los vicios que desgarran la política democrática y, en concreto, la relación entre ciudadanos y representantes. La conclusión es que es necesaria más democracia y otra —y mejor— política, lo cual solo se logrará cuando la gente se implique: una “utopía realista”, dicen. Es lo que está pasando, hay ganas de limpiar.

El diagnóstico de los desastres está más que claro: nadie quiere un mundo triste e histérico. Muy alejado del estilo universitario pero con implacable lucidez en Posteconomía. Hacia un capitalismo feudal (Los libros del lince) el periodista Antonio Baños constata que el mensaje del desastre ha llegado a todos. “Es el momento —describe— de la posteconomía, cuando la economía ya no es ciencia y se convierte solo en doctrina, cuando los economistas y su brazo armado (financieros y políticos) dictan sus instrucciones sobre la manera de vivir, amar e incluso morir, sin tomarse la molestia de justificar racionalmente sus órdenes. Es el instante en que lo económico se transforma en una dictadura teocrática”. Se ha tocado fondo.

Desde 2008 hemos aprendido mucho. No nos gusta lo que vemos, ni la triste obsesión por el cash. Se trata, como dice Baños, de “la pelea por mantener en nuestros espíritus la integridad de nuestra autonomía como individuos y nuestra dignidad como comunidad”. Muchos ya están en ello, con entusiasmo. Constato.

Margarita Rivière es periodista.

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