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Una tentativa de ciencia en O Courel

La Estación Científica de la Universidad de Santiago nace para alentar el desarrollo de un paraje natural lastrado por la falta de fondos

Una de las primeras misiones científicas colectivas: el Grupo Ornitolóxico Galego en Seoane do Courel, entre 1974 e 1975.
Una de las primeras misiones científicas colectivas: el Grupo Ornitolóxico Galego en Seoane do Courel, entre 1974 e 1975.

En 1901, el jesuita burgalés Baltasar Merino se adentraba en mula por las corredoiras de O Courel para elaborar la primera descripción científica de la flora de la sierra. Fue el precursor de una larga serie de investigadores que han encontrado en estas montañas un gran laboratorio de biodiversidad: en apenas el 5% del territorio gallego están presentes el 45% de las especies vegetales del país. En junio de 2010 se inauguró en Seoane do Courel la Estación Científica de la Universidad de Santiago (USC), promovida por el botánico Javier Guitián con una filosofía clara: alternar la “ciencia pura” con proyectos que contribuyan al desarrollo económico local.

El centro arranca al ralentí en plena crisis, ahogado por la falta de financiación y por lo que Guitián, su director, considera un enfoque insuficiente por parte de la propia universidad. El signo más evidente de penuria, dentro de un edificio que costó un millón de euros, es la ausencia de microscopios y material de laboratorio. “Están en depósito en Santiago, pero no se han podido instalar porque no hay fondos para comprar mesas”, explica el botánico. A la Universidad, que paga simplemente los gastos de mantenimiento, le reclama Guitián que finalice de una vez la dotación del centro, una mejor difusión del servicio —que hasta carece de web propia— y más implicación en la búsqueda de fondos. Pero, sobre todo, una apuesta clara por el concepto que más repite durante de la charla: Desarrollo rural.

El signo más evidente de penuria es la falta de material de laboratorio

“Desde el primer momento”, explica Guitián, “la Estación se planteó así, y no solo como una instalación más de la universidad”. El proyecto, de hecho, tomó cuerpo en una reunión entre representantes de la USC y alcaldes de la antigua área de desarrollo Río Lor del sur de Lugo, en la que se también se incluía O Courel. Aquello fue en el año 2000, y hasta 2007 no se logró que la Xunta, entonces bipartita, financiara la obra con 750.000 euros de la Consellería de Industria y 300.000 de la de Medio Ambiente. Los terrenos ya llevaban años comprados: los adquirió el pueblo de Seoane por suscripción popular y 800.000 pesetas de la época.

Esta implicación vecinal, recordada en una placa a la entrada del edificio, evidencia unas expectativas que ahora Javier se siente obligado a colmar. Sin fondos a la vista —buenas palabras de la Xunta actual y la Diputación de Lugo, pero nada firmado—, el grupo científico de la Estación espera un proyecto presentado al programa Life de la UE para investigar la explotación económica de los soutos de castaños y su fruto. Un trabajo con cuatro años de plazo y un millón de euros de presupuesto sobre el que las autoridades comunitarias se pronunciarán antes del verano. “Potenciar proyectos que ayuden al desarrollo rural es el sentido de esta estación”, insiste Guitián. “Por ese motivo fue incluida en el Plan de Reequilibrio Territorial del Gobierno Touriño”.

La población de principios de los ochenta ha caído a la mitad

Mientras no cuajan los “proyectos residentes”, generados desde la propia Estación, esta atiende el resto de sus cometidos. En apenas dos años de vida ha acogido a investigadores en la pequeña residencia de ocho camas integrada en el complejo. Ha desarrollado actividades con colegios y servido de sede para másteres y cursos. En materia de investigación, el equipo de seis científicos comandado por Guitián desarrolla ahora lo que éste llama “ciencia pura”, un proyecto financiado por el Gobierno central y centrado en la genciana. “Cómo varían sus colores a lo largo de la cordillera cantábrica en relación a los insectos que la polinizan y los herbívoros que la atacan”, resume el jefe de grupo.

Javier Guitián, compostelano de 54 años, lleva estudiando la flora de O Courel desde que la escogiera como tema de su tesis doctoral. Durante tres décadas ha prestado atención a diversas especies de la sierra, colaboró en algún proyecto con la Estación de Doñana y publicó sus hallazgos en revistas punteras de biología. Al tiempo mismo tiempo, era testigo directo del drástico abandono de la zona. La población de principios de los ochenta, unos 2.500 vecinos, ha caído a la mitad. La emigración de los jóvenes, la desaparición de líneas de autobús y servicios médicos, son indicadores de un panorama de extinción socioeconómica.

La forma de revertirlo, en opinión de Guitián, solo puede ser la explotación sostenible de recursos locales. Pone como ejemplo las casas de turismo rural que ya funcionan en diversas aldeas, promovidas por emigrantes retornados o ganaderos que acusan el derrumbe de su ocupación tradicional. Surgen también pequeñas industrias de transformación de la castaña. Para afianzar estos brotes verdes, el botánico apunta que “es muy importante la declaración de parque natural”. El paso previo, el Plan de Ordenación de Recursos Naturales, ya está elaborado, y “en una reunión reciente de asociaciones con la alcaldesa, la opinión fue mayoritariamente favorable”, añade Guitián. Si la Deputación de Lugo cumple el compromiso verbal de aportar 12.000 euros a la Estación, su director planea dedicarlos “a la formación de jóvenes en los recursos naturales de la zona, para que en el futuro, si llega la declaración de parque, puedan trabajar como guías de la naturaleza o en centros de interpretación”.

Que un científico se preocupe de la población local de O Courel es justo: desde siempre los vecinos los han acogido con los brazos abiertos. Al jesuita Merino lo guiaban y le daban posada los curas rurales. En los años setenta, zoólogos de la USC vivían en la escuela rural de Parada, en vecindad con el poeta Uxío Novoneyra. “Con ellos conocí la zona, en unas vacaciones de Semana Santa de primero de carrera”, recuerda Guitián. “Se lavaban en la fuente, dormían sobre paja y el vino era un componente esencial de la dieta. Era muy divertido”. Tras 30 años de visitas —en los meses de buen tiempo, viaja todas las semanas a la zona—, el botánico se siente enraizado allí. Lo que le hace ser consciente de los muchos amigos de juventud que ahora tienen que ganarse la vida en Madrid o Barcelona.

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