‘Benvingut’, Buenafuente
Hace tiempo que en la televisión, amén de películas (ayer vi El padre de la novia en su versión original, es decir, la de Spencer Tracy), solo atiendo tres programas. Los tres son de humor. A saber: Los Simpson; Buenas noches y Buenafuente y Sálvame. El regreso de Buenafuente ha ampliado mi margen de visión y me ha reconciliado con la televisión, aunque sea en una expresión tan mínima, es decir, tridimensional: a, b y c (películas aparte, insisto).
Ya sé que, con la que está cayendo, abrir la boca para reír o carcajearse es invitar a una inundación estomacal tan grande que difícilmente podría salir de forma ordenada por... donde tiene que salir. Admiro el humor de Buenafuente, porque es una mezcla de sentidos del humor que son como una ciclogénesis explosivas. En él se adivina a Gila, por la sencillez; a Eugenio, por su ingenio; a los buenos cómicos americanos —no, Reagan y Bush no están incluidos en esta lista—. Buenafuente tiene alma de clown, hasta aspecto de clown sin maquillar. Hay un aire de buen circo en el programa que vuelve, con la ayuda inestimable de Berto Romero, un tipo que lleva el humor grabado en la piel y pegado a la boca. Yo creo que me encuentro con Berto a la salida de un ascensor, me da los buenos días y me entra la risa.
Buenafuente es un soplo de inteligencia en el baldío intelectual en que se ha convertido este país y que amenaza con ser un desierto en breve plazo. Ya se sabe que la derecha y la cultura —el humor es cultura— se han llevado siempre a matar. En verdad que fue duro concebir la televisión en ausencia de Buenafuente.
Quedaba algo parecido en El Gran Wyoming, pero solo es parecido, más hiriente, pero menos fresco. Y quedaban, cómo no, Los Simpson, ese Homer caótico y cáustico, irreverente, egoísta, insolente que extrañamente patrocina la Fox, la cadena de Rupert Murdoch. Y quedaba Sálvame, el homenaje al humor más rancio, carpetovetónico, sucio, guarro diría yo, el asesinato de la inteligencia día a día y en directo, pero humor a fin de cuentas. Todos tenemos nuestro lado oscuro. A otros les gustaban Lina Morgan y Juanito Navarro o Arévalo o Pajares y Esteso. Cada enfermedad del alma necesita su medicina. Y cuando necesito un humor que me haga reír y maldecir al mismo tiempo, me enchufo Sálvame y me desahogo. ¿O no es humorístico escuchar a Rosa Benito disertando sobre el viaje del Rey? Y sin guión, con dos ovarios.
Por eso recibo a Buenafuente como un ejemplo de que este país tiene aún futuro o algo de futuro o un pequeño futuro. El día en que los únicos chistes de este país sean los de Gallardón o Wert sobre las mujeres, entonces cogeré mis bártulos y me iré a casa de Harald, mi rey noruego, a escribir novela negra. Naturalmente, Buenafuente, Berto y Corbacho, estáis invitados, aunque Harald no os entienda.
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