La diferencia
En este annus horribilis donde los acontecimientos se agolpan ofreciéndonos una realidad depresiva los hechos cercanos no dejan de ser menos perjudiciales, y quizás podamos sacar de ellos alguna lección.
Ninguna sorpresa ante el apoyo del nacionalismo radical a la presidente argentina por la expropiación de YPF, pues entra dentro de la lógica que Sabino Arana inaugurara cuando felicitó al presidente de EE UU por arrebatar a España Cuba. Tampoco que la Diputación de Gipuzkoa sea más dura que la fiscalía ante un delito económico cuando sus gestores hace poco contemplaban más que beatíficamente la extorsión. Finalmente, hubiera asumido con cierta simpatía que Bildu hubiera lucido en el Ayuntamiento donostiarra la bandera de la II República si no supiera que su intención nada tiene que ver con el republicanismo —la convivencia bajo el imperio de la ley— ni con aquel régimen ilusionante más parco con la autonomía que la monarquía constitucional. Más bien tiene que ver con el símbolo antisistema en que se ha convertido.
Lo realmente nuevo es la inauguración de una nueva época —portento lo califica Ruiz Soroa— en la que el consejero de Interior pide perdón por el lamentable accidente provocado por la Ertzaintza que acabó con la vida de Iñigo Cabacas, mientras la formación legalizada por el Tribunal Constitucional, que no lo ha pedido por los 800 asesinatos que justificaron (y justifican bajo la tesis del conflicto), le reclame responsabilidades y la dimisión. Este es el nuevo tiempo, no el marcado por ETA porque haya dejado de matar.
Es evidente la diferencia entre un político democrático, que pide perdón ante lo que puede ser un error de una policía acosada y los que hoy le piden responsabilidades sin solicitar perdón alguno, porque el Constitucional les permitió no mirar atrás. Un mirar atrás que hubiera constituido la condición necesaria para asumir la democracia, y por esa causa no lo han hecho. La diferencia consiste en que uno es demócrata y asume la actitud civilizada de pedir perdón, y los otros no, pues portan desde el reciente pasado su intolerancia para verterla sobre la sociedad con el fin, aprovechando cualquier hecho luctuoso, de transformarla a su imagen y semejanza. Dos planos, el democrático y el que usa la democracia para destruirla, que no se encontrarán. En estas circunstancias estamos.
Quizás los partidos importantes debieran ejercitarse más en pedir perdón o ejercer, al menos, el reconocimiento de que el sistema está en crisis debido a comportamientos unilaterales, si no sectarios, de los sucesores de aquellos políticos que forjaron en su día, mediante el encuentro, la transición a la democracia. Que los radicales agudicen la crisis va de suyo; que el PP y el PSOE no se encuentren es lo realmente grave en este año de los horrores. Cuando Bildu decide izar la bandera de la II República lo que está haciendo ondear es el símbolo del fracaso de España, del fracaso más trágico de su convivencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.