Literatura, flores y galgos
Decenas de colectivos aprovechan el escaparate de Sant Jordi para publicitar sus iniciativas
“Pon un galgo en tu vida” reza en el puesto de S.O.S. Galgos. No hay ni un libro, solo panfletos, una hucha y dos perros que acaparan todas las miradas. Casi no se puede andar. “60.000 galgos son maltratados cada año en España por los cazadores”, dice Isabel Vilaburgués, la cara visible esta tarde de una de las muchas asociaciones, fundaciones, ONG, partidos políticos y el sinfín de movimientos ciudadanos de toda índole que aprovechan el Sant Jordi barcelonés para conseguir visibilidad. Gentes que, en lugar de vender un libro, prefieren regalar una idea.
Hay puestos por toda la ciudad pero es en la Rambla de Cataluña donde se dan cita la mayoría de los que no son estrictamente literarios. Santi Llorens, creador del Cataclock, lo ejemplifica. “Me cuesta dar la hora en español”, dice el ideólogo de un reloj de pulsera (y de plástico) que da la hora siguiendo el sistema catalán y que cuesta 80 euros. Bajo una carpa más bien vacía en la que se lee “Este Sant Jordi los libros también cambian”, Llorens regala marcapáginas con extractos de novelas que utilizan dicha fórmula. El reloj de cocina, más grande y de metal, vale 40 euros.
A pocos pasos, la Fundación Catalunya Estat reparte adhesivos amarillo chillón para el coche en los que pone “No quiero pagar peajes”. Su portavoz, que prefiere no identificarse, cuenta que han iniciado una campaña en Internet con la difusión del vídeo de un conductor que consiguió convencer a un recaudador de la AP-7 para circular gratis por ella. La grabación ha tenido cerca de 200.000 visitas. “Cuando paguen peajes en España los pagaremos nosotros también”, concluye.
La Asamblea Nacional Catalana, un movimiento político ciudadano que pide la independencia de Cataluña, reparte chapas y panfletos. “La independencia es la solución, tendremos suerte y vas a verlo”, dice, eufórica, Carme Domènech, mientras apila calendarios de cartulina decorados con el mapa de los Països Catalans. Menos efusividad en el punto del Partido Popular, donde se amontonan los libros de Alicia Sánchez Camacho. Sus tres encargados se miran sin saber muy bien qué hacer. “Como las rosas eran gratis, se nos acabaron a la media hora”, cuenta Javier Domingo. Los libros cuestan 19 euros.
Pero no todos los puestos están teñidos de catalanismo. Alejandro González, un cubano que lleva 30 años en Barcelona, vende psicodélicas pinturas acrílicas decoradas con botones y todo tipo de utensilios de costura. El inglés Clive Booth, un clásico del Sant Jordi barcelonés, se pasea con un sombrero del que brotan varios folios, todos en un idioma diferente, que explican la mecánica de su “juego de la lengua”. La idea es que niños de distintas nacionalidades se acerquen a él para para aprender idiomas jugando a las cartas sobre la mesa que le cuelga del cuello. “Si no protegemos nuestros idiomas volveremos a la caverna”, dice con el rostro serio.
El sindicato de estudiantes vende libros de León Trotski y los del colectivo LGTB hacen lo propio con las obras de cualquier editorial que se ajusten a su temática. En Agrupament Escolta Aldaia reclutan a boy-scouts y en Catalunya Cristiana a creyentes: publicitan su emisora de radio y regalan un semanario “con noticias que no salen en los medios”, dice Alfonso Miralles.
No falta ningún partido político y ninguna ONG grande tipo Greenpeace. Pero Sant Jordi, como su leyenda del dragón y el caballero, respira literatura. La mayoría de los curiosos que se acercan a los puestos aquí citados responden con un “me parece muy bien” o “es una iniciativa muy interesante”, dándoles, por tanto, la razón a Vilaburgués, la cuidadora de galgos: “Este día la gente viene con mentalidad de libro y rosa. Nosotros nos limitamos a dar información de nuestra causa.”
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