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Tribuna
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Don Juan Antonio

"Hoy la tolerancia ha hecho mella hasta en los tradicionales partidos de derechas, antaño empedernidos defensores del dogma y las llamas. Quedan rescoldos, eso sí, que tienen a Reig como portavoz"

Se retorcía envuelto en llamas inquisitoriales y en los estertores de su agonía le gritó al rey, presente en el auto de fe, si también enviaría a la hoguera a su hijo, en el caso de que al heredero de la corona se le encontrase alguna desviación en sus creencias. Al rey se le oyó murmurar que él mismo encendería la leña si tales fueran las circunstancias. Quien ardía en las llamas era un hereje, un luterano del círculo de alumbrados de Valladolid. La realeza presente en el auto era su muy católica majestad Felipe II. Así termina la narración del también católico y tolerante Miguel Delibes El hereje; una novela histórica en cuyo preámbulo se reconocen los muchos episodios de intolerancia en el pasado en el ámbito de la Iglesia Romana, y se pide perdón por los mismos con la esperanza de que no se repitan. La intolerancia, con todo, no fue, históricamente hablando, privativa de la inquisitorial Contrarreforma católica. En la geografía de la Reforma protestante también hubo leña a la que metió fuego el mesianismo intransigente de origen reformista. Eran siglos demasiado dogmáticos, con confesiones religiosas cargadas de intereses políticos y económicos. Aunque la intransigencia reinó en las Españas hasta tiempos recientes: aquí hasta los años sesenta del pasado siglo no hubo realmente libertad de culto, y todavía hoy no se trata a todas las confesiones religiosas, mayoritarias o minoritarias, por igual. Y quizás por esto último habitó también entre nosotros un anticlericalismo tan trasnochado como el dogmatismo religioso, una de cuyos máximos exponentes fue el valenciano universal Blasco Ibáñez.

Aunque de las hogueras inquisitoriales o de los incendiarios anticlericales nos habíamos casi olvidado afortunadamente, cuando el valenciano Reig Pla, viene a recordarnos que todavía quedan rescoldos entre cenizas del pasado. Donde estuvo, nuestro prelado no dejó precisamente huellas de comprensión ni tolerancia. Y estuvo en Valencia y en la diócesis de Segorbe-Castellón, y en la de Cartagena-Murcia, y ahora en Alcalá de Henares y en la TVE durante la Semana Santa, donde lanzó proclamas flamígeras contra la perversión y el infierno, según su eminencia, en que viven los no heterosexuales, es decir, la minoría en lo relativo a sentimientos y gustos afectivos. Y hay que darle las gracias al Dios del Sinaí porque respiramos el aire en Europa, en España y en el País Valenciano, donde las proclamas flamígeras del mitrado valenciano no originan un anticlericalismo como contrapeso. Hoy la tolerancia ha hecho mella hasta en los tradicionales partidos de derechas, antaño empedernidos defensores del dogma y las llamas. Quedan rescoldos, eso sí, que tienen a Reig como portavoz.

Y aunque ahora no se compra el paraíso con indulgencias como otrora se hacía, cabe recordar a Erasmo de Rótterdam, y que la religión es una actitud interior, un sentimiento personal, una limpieza de corazón, ajena al ruido de tambores en la calle o en la televisión con Don Juan Antonio Reig Pla.

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