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Un jueves que quedó a medio camino entre festivo y laborable

La huelga general rebaja la actividad en las calles, pero sin alterar la rutina

Miles de personas apoyaron ayer la manifestación de UGT y CC OO en Bilbao.
Miles de personas apoyaron ayer la manifestación de UGT y CC OO en Bilbao.SANTOS CIRILO

A medio camino entre una jornada festiva cualquiera y otra laborable, la huelga general convocada ayer en Euskadi rebajó la intensa actividad de un jueves cualquiera. Sobre todo, en los principales núcleos de población, donde solo algunos piquetes informativos rompieron la tranquilidad de unas calles otras veces saturadas. Hacer gestiones en el banco o comprar en franquicias de grandes multinacionales resultó complicado, por su céntrica ubicación, pero la persiana echada en numerosos comercios de barrio no impidió adquirir la barra de pan, el periódico o incluso tomar tranquilamente un café a media mañana. Quien así lo quiso, pudo disfrutar de un día libre a mitad de semana, sin tener que alterar su rutina.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, resultó más fácil desplazarse entre ciudades con vehículo privado que en transporte público. Hubo más circulación hacia las playas, de hecho, que hacia los centros de trabajo. La fluida circulación de las carreteras vascas contrastaba, por ejemplo, con el malestar de las personas que en Bilbao tuvieron que renunciar a coger el metro que llegaba o esperar hasta el siguiente, varios minutos después, seguramente para dejarlo pasar también. “Así no se puede”, lamentó uno de los viajeros. Reducido a servicios mínimos, el suburbano no dio abasto para acoger a las miles de personas que en torno al mediodía se desplazaron hasta la capital vizcaína para respaldar las manifestaciones contra la reforma laboral organizadas por los sindicatos.

“¿Cuándo me van a volver a dar la cita para el médico?”, lamentó una paciente

Aunque los menos, algunos huelguistas fueron consecuentes con su decisión de secundar el paro, casi hasta el extremo. Como Marisa, una vizcaína que aprovechó parte de la soleada mañana para pasear, como si fuera fin de semana, pero sin parar en esta ocasión para tomar el almuerzo. Tampoco compró ayer pan, pues se había hecho con dos barras el día anterior y decidió congelar una de ellas. “Ni voy yo a trabajar hoy, ni pienso dar trabajo a nadie”, argumentó. No pensaban igual los cientos de personas que, al filo del mediodía, abarrotaban las terrazas de aquellas cafeterías que no se vieron sometidas a la presión de los piquetes.

Peor suerte corrieron quienes se vieron forzados a hacer huelga en contra de su voluntad, y no porque no compartan el rechazo a la reforma laboral, sino porque son dueños de sus propios negocios. Fue el caso, por ejemplo, de los hosteleros de las calles cercanas a las distintas manifestaciones convocadas. José Miguel trató de levantar la persiana de su bar, en Bilbao, a primera hora, pero no lo pudo hacer hasta pasado el mediodía, y con el temor a tener que bajarla de nuevo. “¿Ponéis hoy de comer?”, preguntó una clienta. “Si nos dejan, sí”, respondió impotente el propietario del local, partidario de cerrar definitivamente las puertas a primera hora de la tarde. “El día ya está perdido”, justificó.

En plenas manifestaciones por el ensanche bilbaíno, el silencio era casi sepulcral en el Casco Viejo. Las estampas más llamativas, sin embargo, estaban todavía por llegar a esas horas y no se vieron hasta concluidas las distintas marchas convocadas. Fue entonces cuando cientos de sindicalistas, banderas reivindicativas en mano, acudieron a algunos de los mismos bares que antes habían obligado a cerrar para tomarse en ellos el aperitivo, como si la huelga hubiera terminado de repente. Curioso fue ver también cómo los propietarios de una céntrica pastelería de Bilbao decidieron repartir gratis entre los viandantes de la Gran Vía los dulces de elaboración diaria que no habían podido vender al público.

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Varios sindicalistas consumieron en bares que habían querido cerrar antes

No fueron los únicos perjudicados. Por perdida también dio la jornada de ayer, “y dos o tres meses”, una paciente del hospital de San Eloy, en Barakaldo, que tenía cita para un tratamiento médico y a la que comunicaron, a su llegada al centro, que su especialista no había acudido al puesto de trabajo. “Con las listas de espera que hay, hasta cuándo voy a tener que esperar ahora para que me den la cita otra vez”, se preguntó resignada. “Me parece muy bien que hagan huelga, pero en casos así, al menos deberían avisar con antelación”, recriminó.

Incidentes aislados y polémicas al margen, lo cierto es que las manifestaciones de ayer se desarrollaron en un ambiente de pacífica reivindicación y movilizaron en la calle a mucha más gente que en los paros precedentes, muestra quizá del malestar asentado entre una ciudadanía cuya conversación del día giró en torno a la huelga. “Si aquí cabreados estamos todos”, manifestó un comerciante que sí pudo abrir su negocio. “Lo que tendrían que convocar es una manifestación multitudinaria en domingo y dejarse de tantas huelgas que muchos ni podemos ni estamos dispuestos a hacer”, aconsejó.

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