Las Fallas como objeto electoral
"El fondo de la cuestión no es si las Fallas son o no son apolíticas, que es donde el debate se ha centrado por uno y otro lado"
Todo se prendió con las protestas alrededor del Lluís Vives. Hacia el final de las mismas, el rumor en la calle y en las redes sociales era: ¿qué pasará con las Fallas? Los manifestantes lo tenían claro: con la difusión alcanzada por las acciones (sobre todo, gracias a la criticable actuación policial) se había abierto una ventana mediática que no podía ser desperdiciada. La feliz casualidad de tener las Fallas a renglón seguido era una forma excelente de mantenerla abierta. Al fin y al cabo, la fiesta es el tercer mayor foco de atención de los medios hacia Valencia, después de la corrupción y de la fórmula 1, y por delante de la (aparentemente desaparecida) Copa del América.
Puede que, en un principio, esto inquietase al PPCV. En las últimas dos décadas, su triunfo electoral se ha basado en parte en una cuidada estrategia de penetración en el tejido social, con los casales falleros como uno de sus lugares predilectos para sembrar y recoger. Las Fallas estaban, al menos en proyecto, bajo su control, formando parte de su gran idea de la Comunidad Valenciana, que unía tradición (ejemplificada sobre todo en la fiesta y en la gastronomía) y modernidad.
Pero esta idea se ha roto en mil pedazos, como bien sabemos. La causa ha sido la manera en que la crisis se ha cebado con nuestra tierra, por supuesto, pero la escenificación final sucedió con Francisco Camps saliendo de la Generalitat y de la cúpula de su partido. En este proceso, las Fallas se han ido quedando de alguna manera políticamente huérfanas, y es aquí donde la izquierda nacionalista ha visto una oportunidad que llevaba mucho tiempo esperando. Conforme las críticas en los monumentos y en los casales se hacían más cercanas al blaverismo, digamos, sutil, y se iban alejando de la mordacidad multifacética, nacía una pequeña pero firme contestación que la crisis ha hecho crecer, uniéndola en cierto punto con el discurso a la izquierda del PSPV-PSOE.
Ahora el contexto ha acompañado. Los rumores durante las protestas se han ido concretando en campañas que diversos colectivos han lanzado. Pitidos y pancartas durante las mascletades, conciertos alternativos, manifestaciones espontáneas, incluso monumentos puramente reivindicativos. Acciones no estructuradas ni dirigidas pero sí con un hilo conductor. Y, siguiendo el eslogan de los movimientos estadounidenses, afirman ser “el 99%”. Pero el asunto es que no lo son. Tampoco lo son las falleras mayores y su comunicado en el cual pedían que no se “politizase” esta fiesta. Pero probablemente representan a un mayor porcentaje que los anteriores. Considerablemente mayor.
Porque el fondo de la cuestión no es si las Fallas son o no son apolíticas, que es donde el debate se ha centrado por uno y otro lado. Está bastante claro que las Fallas, como cualquier otra parte de la cultura, están necesariamente relacionadas con el mundo en el que viven: entran en el juego del reparto de recursos y subvenciones, crean foros de discusión en los que también se tocan temas políticos, suponen un uso del espacio público, y a la vez son contenido mismo de un discurso u otro. La cuestión es quién está centrando el debate en este nivel, y por qué. Quién gana y quién pierde con ello.
Gana, desde luego, la izquierda nacionalista representada partidariamente por Compromís, con la figura de Mònica Oltra (pero no solo) a la cabeza. Gana porque son capaces de reivindicar una parte de la tradición de la (supuesta) nación valenciana que había quedado, como decíamos al principio, en manos de los conservadores. Recogen así un resentimiento en una parte de la sociedad valenciana, que sentía que quería celebrar la fiesta sin entrar en la dinámica en la que se encontraban muchas asociaciones y casales.
¿Quiere decir eso que pierde el PPCV? En realidad, no. Pierde respecto a la década anterior, sí, porque entonces, como decíamos, las Fallas y buena parte de su actividad social se encontraban, al menos aparentemente, bajo su cobijo. Pero no con respecto a hace tres meses. Por dos razones: primera, a medio plazo (pongamos 2015, la siguiente cita electoral) el único partido en condiciones de provocar un vuelco electoral es el PSPV. Con su situación actual y su histórica indefinición respecto a la identidad nacional y cultural valenciana, este conflicto le impide posicionarse y le deja fuera de juego en favor de quien, hoy por hoy, le disputa los votos: Compromís. Segunda, al no existir una alternativa fuerte en el centro-izquierda, deja a los moderados no demasiado preocupados por la política, que incluso en esta crisis son mayoría, un poco más cerca del PPCV.
Las Fallas ya no son “unas y grandes”. Nunca lo fueron totalmente, cierto, pero sí se intentó (y casi se consiguió) que así fuese. Es lógico (e incluso deseable democráticamente) que la izquierda nacionalista tenga la actitud descrita de cara a colocar su mensaje político ligado a la tradición y a la cultura valenciana, así como a uno de los principales foros de debate de nuestra sociedad. Pero el coste para el conjunto de la oposición también está claro. Y nadie en ese lado debería perderlo de vista.
Jorge Galindo es sociólogo.
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