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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los errores pasan factura

"Durante los años de bonanza económica, el urbanismo se consideró una complicación innecesaria que frenaba el crecimiento"

Como si se tratara de un efecto más de la crisis económica, Alicante parece haber entrado en una mala racha. No hay semana sin que una noticia u otra lleve al alicantino a pensar que su ciudad atraviesa un momento delicado. Si hace quince días se trataba de la paralización de las obras de Casa del Mediterráneo, ahora es el cierre de los cines Panoramis. La desaparición de unos cines no debería ser noticia en unos momentos en los que tantas salas cinematográficas cierran sus puertas. El problema, en este caso, es que los Panoramis eran el principal reclamo de uno de los centros comerciales de la fachada marítima de la ciudad. Su desaparición puede afectar al resto de la actividad comercial del centro, ya muy debilitada. Nadie desea ver en el corazón del puerto de Alicante —que es tanto como decir el corazón de la ciudad— un centro comercial cerrado.

Alicante sufre ahora las consecuencias de la mala planificación de su urbanismo. La ciudad se encuentra con un exceso de centros comerciales y zonas de ocio, que no puede digerir. Durante los años de bonanza económica, el urbanismo se consideró una complicación innecesaria que frenaba el crecimiento. Debíamos ser prácticos —se nos decía— y crear riqueza. En aquellos momentos, se pensaba que el futuro podría con todo. Pero el futuro ha llegado y no es el que entonces imaginábamos: Alicante se encuentra ante unas dificultades a las que no sabe cómo hacerles frente. Los errores de aquella mala planificación resultan muy visibles en la zona del puerto, donde la ciudad malvendió uno de sus grandes atractivos.

Alicante sufre ahora las consecuencias de la mala planificación de su urbanismo

Los problemas que atraviesa la marina de Alicante han venido a coincidir en el tiempo con la muerte de Solà-Morales, el arquitecto que remodeló el Moll de la Fusta, en Barcelona, una obra que tantos elogios ha merecido. Lo primero que hizo Solà-Morales, tras recibir el encargo, fue viajar para ver como habían resuelto el problema en otros lugares. Con la información recogida, el arquitecto se puso a trabajar y desarrolló sus propias ideas. Una actitud como la de Solà-Morales jamás habría sido entendida en Alicante. Uno de las características de nuestra política urbana ha sido ignorar los buenos ejemplos que ofrecen otras ciudades marítimas. Ante problemas que ya habían sido solucionados de manera adecuada y con éxito, en otros lugares, aquí se prefirió partir de la nada. Este adanismo no obedecía a ningún gesto de soberbia de los técnicos, sino que fue consecuencia de poner la ciudad al servicio de los intereses privados.

A la hora de urbanizar la fachada marítima, Alicante optó por privatizar el espacio público y construir una zona comercial, de pobre valor arquitectónico. La dársena, uno de los lugares más atractivos de la ciudad, quedó convertida en un enorme aparcamiento para embarcaciones deportivas. Todo esto —conviene recordarlo, porque estas cosas tienden a olvidarse con el tiempo— se hizo con un alcalde socialista en el Ayuntamiento, y una Autoridad Portuaria, Ángel Cuesta, del mismo partido. La coincidencia de intereses entre ambos fue total, y obtuvo el aplauso de la mayoría de los ciudadanos. Es cierto que hubo personas que manifestaron sus reparos ante una actuación que perjudicaba a Alicante. Nadie atendió, sin embargo, sus advertencias. En aquel momento, todo el mundo estaba encantado con unas obras que, como las autoridades repetían con insistencia, “devolvían el puerto a la ciudad”.

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