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Crónica
Texto informativo con interpretación

Una lanza por ‘War horse’

La película de Spielberg es emocionante, honesta, y refleja bien lo que fue la Gran Guerra para los caballos

Jacinto Antón
La carga de la caballería británica en 'War horse'.
La carga de la caballería británica en 'War horse'.

 Nunca he tenido un caballo, así que ni te digo un caballo de guerra, pero me ha conmovido profundamente War horse, la nueva película de Spielberg. Sí, sé que las críticas no son precisamente para ponerse a relinchar; pero, qué quieren, a mí escenas como la de la caballería británica avanzando entre los trigales dispuesta a ser segada por las ametralladoras alemanas o la del equino protagonista, Joey, presentándose voluntario para tirar de ese monstruoso cañón del Káiser en lugar de su fino amigo el corcel Topthorn, me hacen aún tragar saliva cuando las recuerdo. Por no hablar de ese momento central en que Joey se vuelve loco y arranca en una infernal cabalgada salvaje por las trincheras hasta adentrarse en tierra de nadie y enterrar su desesperación entre las alambradas. Me parece que la película muestra muy bien el ambiente en que lucharon esas pobres bestias en la I Guerra Mundial, en la que murieron ¡ocho millones de caballos! Solo en el frente del oeste, los británicos perdieron 256.000. Dulce et decorum est...

La escena de la carga — “¡draw swords!, ¡form line!, ¡gallop!, ¡¡¡charge!!!”— revela lo absurdo del viejo cavalry spirit, el élan si quieren, ante la realidad de la nueva guerra tecnológica. La mayor parte de las acciones de la caballería acabaron en carnicerías semejantes. En 1914, en Audregnies, el 9º de lanceros cargó contra la infantería alemana hasta quedar detenido por una doble barrera de alambre de espino; murieron 128 hombres y muchos más caballos. En Lajj, en 1917, el 13º de húsares tuvo pérdidas del 50% al atacar a un convoy turco sin apercibirse de que estaba apoyado por infantería atrincherada. Su comandante, el capitán Eve, murió a la cabeza de su escuadrón, sable en mano. Su montura, Caprice, desapareció galopando enloquecida, como Joey, y se la dio por muerta, aunque reapareció más de un año después en Bagdad en, lo que hay que ver, un regimiento indio de caballería, de donde fue reclamada y devuelta a Inglaterra por la viuda del capitán. Historias como la de Joyce, requisado por el ejército, hubo muchas: Lord Kitchener llegó a recibir una carta de unos niños que le suplicaban que no alistara a su poni. De los caballos británicos que lucharon fielmente en Palestina 20.000 fueron saldados en Egipto en vez de desmovilizarlos. A algunos se les pudo redimir años después en condiciones espantosas.

En la película probablemente se hubiera identificado con el cañón

He querido contrastar mis opiniones sobre War horse con la gente que conozco en la caballería militar, por aportar visiones más autorizadas que respalden la mía. Con sinceridad, no he tenido mucho éxito. El mayor Philipp von Boeselager,de la Kavallerie de la Wehrmacht, no me ha dicho nada, porque está muerto. Falleció hace ya años tras entrevistarle yo, no sin antes haberme regalado una foto suya de uniforme y montado. Adoraba a los caballos, sobre todo al suyo, un alazán que, decía, distinguía el olor del tabaco del Ejército Rojo, lo que le salvó de alguna buena. En la película probablemente se hubiera identificado con el cañón. Jan Morris fue oficial del 9º regimiento de lanceros de la Reina (The Delhi Spearmen) antes de su reasignación de sexo; es una buena amiga, pero aún no me ha contestado; temo que esté algo molesta porque me llevé subrepticiamente de su casa galesa el mapa de operaciones de su antigua unidad durante la guerra contra los bóers. Allan Mallinson, que comandó los regimientos 13º y 18º de húsares, siempre se toma su tiempo para opinar, igual que para quitarse las botas. Le veré en el club de la caballería en Picadilly (espero que no me recuerden de la última vez, cuando, pasado de oporto, confundí a un general con el camarero).

Tengan aquí, sin embargo, otra opinión de peso. La de Max Hastings, que, además de gran historiador y conocido mío (¡vaya tarde pasamos en el Imperial War Museum!), fue militar. Es cierto, no de caballería, sino paracaidista; pero, si nos han fallado todos los anteriores, no es cuestión de ponerse estrictos. Siento decir que para mi admirado Sir Hastings —al que me parece que la novela original de Michael Morpurgo le produce eczema— la película de Spielberg no es más que un lacrimógeno cuento de hadas acerca de un caballo que sufre en una contienda en la que murieron la friolera de 20 millones de seres humanos. El estudioso considera, además, que hay poca historia en el filme. Dice que la caballería británica nunca realizó en 1914 una carga como la de Spielberg contra una barrera de ametralladoras (digo yo que no será por falta de tradición, recuerden a la Brigada Ligera en Balaclava). Max Hastings aplaude la interpretación de los caballos, pero considera hueca la de los humanos. Reconoce que es verdad que los hombres eran afectuosos con sus caballos. Aunque luego recuerda la anécdota de aquel oficial que no pudo ver cómo remataban piadosamente a su montura, pero luego se comió tan ricamente los riñones. “Él hubiera preferido que lo hiciera yo”, justificó mientras le caía una lágrima en el plato rebañado.

Los alemanes trataban peor a sus caballos: perdieron cuatro por cada uno de los británicos

En fin, yo sigo en mis trece, rompiendo una lanza por War horse. Es emocionante, honesta, y refleja bien lo que fue la Gran Guerra para los caballos. Es cierto que sufrieron especialmente porque, ellos sí, no podían preguntar la razón de todo aquello. Aunque, con la experiencia, algunos aprendieron a lanzarse cuerpo a tierra y hasta a distinguir la aviación propia de la enemiga. Galllipoli fue una gran hecatombre equina: los lanzaban muertos al mar y las patas con los cascos eran confundidas con periscopios de submarinos. Es verdad que los alemanes trataban peor a sus caballos: perdieron cuatro por cada uno de los británicos, que a veces hasta los llevaban en ambulancia. ¿Peca Spielberg de sentimentalismo? No más que aquella famosa estampa de Matania Goodbye old man. “La poesía está en la pena”, decía Wilfred Owen (Poemas de guerra, Acantilado, 2011).

Me gusta que todos los personajes positivos de la película sean antibelicistas. El sensible capitán Nicholls, que se lanza a la carga con tan pocas esperanzas como los demás vamos por la vida; el padre de Albert, que no ha levantado cabeza tras luchar en la guerra anglo-bóer (en la que murieron, por cierto, 326.073 caballos; véase Jilly Cooper, Animals in war, 2000); el hermano mayor de los chicos desertores alemanes; el abuelo granjero francés... Unas palabras sobre el discurso de este acerca del valor. Pone como ejemplo a las palomas, y es verdad: fueron los verdaderos héroes animales de la contienda en su papel de mensajeras. Y las que ganaron, de largo, más medallas. Las palomas valientes, algo sobre lo que reflexionar...

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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