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Doscientos años después de La Pepa

Seguimos sin dedicar tiempo a reflexionar, agotados por el esfuerzo que realizó la anterior generación en la Transición, ensalzando la acción y vacíos de ideas, la misma actitud de las partidas guerrilleras, muchas de las cuales acabaron de asaltantes de diligencias para desgracia de los legisladores de Cádiz. Tomás y Valiente, que sí fue un hombre de profundo pensamiento, asesinado por ETA, llegó a atribuir a la Constitución de 1812 la triple dimensión de “origen, modelo, y mito”. Es muy posible que tras el trato padecido por su descendiente, la de 1978, esos caracteres hayan desaparecido.

Aquella nación constituida en Cádiz, y reformulada en 1978, pasó a depreciarse al ser tratada como “un concepto discutido y discutible” a la par que el presidente Zapatero convocaba en el Senado a los de las autonomías rememorando demasiado “Los Estados Generales”, pues era el poder el que convocaba a los notables. Mirabeau no hubiera podido argumentar que allí estada la nación, ni tan siquiera una confederación. Manera prodigiosa de avanzar hacia el pasado bajo la escusa del progreso, sin reflexionar que si la de Cádiz se erosionó en gran medida por la acción de las partidas que vivían sobre el terreno rapiñando lo que podían, se podía haber observado que los partidos en la actualidad estaban haciendo lo mismo, encastillándose en cada autonomía dotándolas de un discurso romántico que acaban llamando identidad. E iban más lejos que las partidas en 1812, pues los que no eran nacionalistas han terminado pensando como tales y los nacionalistas defendiendo la secesión.

En esta degenerada situación, que suma la crisis económica a la política, los medios de comunicación nos obligan a prestar atención de nuevo a Currin y a su comité que se acerca a promover la negociación con ETA, levemente quejosos porque sus miembros sigan llevando las pistolas, como si su delito fuera pisar las margaritas. A Gipuzkoa, parque temático de todas las experiencias desastrosas, Sudáfrica, Irlanda, Kosovo, ahora se acercan los sucesores de Rob Roy para publicitar su proyecto de secesión, recibiendo todos los problemas y ninguna solución. Seguimos sin reflexionar, apoyando el Gobierno vasco la espiral reivindicativa abertzale abierta por el prólogo del acercamiento de presos, siguiendo la agenda de sus promotores, posiblemente la agenda negociada en Loiola. Y luego el Gobierno se sorprende de que a Gipuzkoa no acuda el turismo.

Sería más enriquecedor, más ilustrado, poner en Euskadi una cierta atención a la conmemoración de la Constitución de Cádiz y de paso, si no es mucho pedir, un vistazo a la de 1978, la que nos sacó pacíficamente de una dictadura basada en una rebelión militar, y quizás aprendamos algo. Algo para oponer a la arbitrariedad liberticida que mediante la seducción del activismo provoque la falta reflexión, y por tanto de ideas, a los que nos gobiernan. Esperemos que un día podamos romper la frase maldita que Marx lanzara sobre la España de 1812: Cádiz, “ideas sin hechos”, el resto, “hechos sin ideas”.

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