Un millar de pequeños grandes milagros
El hospital madrileño de La Paz, tras 26 años de intervenciones, celebra su trasplante pediátrico número 1.000
Hace solo unos años había niños enfermos que se enfrentaban a un futuro muy incierto. Pero ahora, gracias al trasplante de órganos, muchos pueden llevar una vida casi normal. Corría 1985 cuando se realizó el primer trasplante pediátrico en el Hospital Universitario La Paz. Esta semana la institución ha celebrado una jornada de conmemoración por los 1.000 trasplantes pediátricos realizados.
Padres y pacientes, algunos de ellos ya mayores, han contado sus historias y han dado las gracias a los médicos, cirujanos, enfermeros, donantes vivos y familias de los donantes cadáver. “Ángeles de la vida”, les ha llamado un padre, reconociendo su “agradecimiento”. El jefe del equipo de coordinación de trasplantes, Santiago Yus, admitió que se le “cayó una lágrima al escuchar las experiencias”.
El primer trasplante realizado en La Paz fue de riñón. En 1986 se hizo el primer trasplante de hígado, en 1994 el primero de corazón, y en 2003 el primer trasplante multivisceral, el más complicado, hasta el punto de que solo se realiza en 20 centros de todo el mundo. En La Paz se han llevado a cabo ya 21, el 5% del total global.
Desde el punto de vista de los profesionales del hospital el objetivo fundamental es la “buena calidad de vida de los niños”, según explica la Doctora Paloma Jara, una de las coordinadoras del programa de trasplante hepático infantil. Y calidad de vida es lo que irradia Adrián Rodríguez, de 11 años. El corazón que recibió con un año le ha dado la fuerza para ser campeón en los mundiales para deportistas trasplantados.
“Es tarea de todos hacerlo posible”, es el lema del programa de trasplantes órganos sólidos. El jefe de servicio de cirugía pediátrica, Dr. López Santamaría, explica que “lo importante es el equipo entero. Si se mete el mejor cirujano en el mundo en un mal hospital, los resultados serían malos”. ¿Cuántas personas están involucradas? “Muchísimas. Cirujanos, médicos, anestesistas, enfermeros, pero también la gente de los laboratorios para hacer análisis en tiempo real, los bancos de sangre… y un largo etcétera”.
Diego Gil, un paciente de 15 años, lleva unas tres semanas con un riñón de su padre, José Antonio. El hecho de que fueran operados a la vez fue la inspiración para hacer el dibujo Mi padre y yo en quirófano, que ganó el concurso para la jornada de los 1.000 trasplantes.
Diego había recibido dos trasplantes antes. Fallaron. Una nueva operación no pareció asustarle: “Estaba mucho más preocupado por lo que le podría pasar a mi padre cuanto le quitaran el riñón”, cuenta desde detrás de la mascarilla que lleva para prevenir infecciones.
El adolescente sigue en el hospital, pero tiene muy buen aspecto, y dice que todo “va muy bien”. Lo que sí nota es que el riñón es de un adulto. “Es grande, y pesa dentro”, cuenta. Su padre espera, “con suerte, recibir el alta la semana que viene”.
Todos los profesionales destacan la importancia de la experiencia ganada a lo largo de los 26 años. El nivel alcanzado en La Paz está reflejado en la estadística. Los datos de supervivencia son iguales, o en muchos casos mejores, que los centros más prestigiosos de Reino Unido, Francia o Estados Unidos.
“En el tema de los trasplantes es el mundo el que nos mira a nosotros” destaca Antonio Burgueño, director general de los hospitales de Madrid, que asegura que España no tiene que envidiar a nadie. En los trasplantes hepáticos, por ejemplo, el hospital ha conseguido una supervivencia de un 90% a los 12 años de la operación. Burgueño insiste en la importancia de seguir invirtiendo en la investigación. “Si por unos recortes dejamos de investigar, si paráramos nuestra habilidad de avanzar, sería una estupidez”. El director confía en que “el gobierno de Madrid sabe que no puede permitirlo”.
En los próximos 1.000 trasplantes habrá alguno de pulmón. Aun no se han realizado este tipo de intervención en el hospital madrileño. “Recibimos la acreditación este año para realizarlo y tenemos un paciente que lo necesita”, cuenta Francisco Cobas, subdirector gerente del hospital materno-infantil.
¿Y otros retos? “Queremos, por supuesto, llegar a una supervivencia de 100%” dice el doctor Cobas. Es difícil, porque muchos de los bebes y niños están muy malitos, pero el médico quiere que el Hospital, “no pierda ni un paciente”.
El objetivo de trasplantar un órgano a un niño es el de que pueda vivir una vida lo más normal posible. Como ha conseguido Julio Bogeat, de 35 años. Recibió un riñón en La Paz en 1986. Ahora, además de ser psicólogo profesional, es padre de Hugo, un niño de 14 meses.
Nueve días sin parar
A principios de julio, el equipo de cirujanos de La Paz que realiza los transplantes hepáticos e intestinales vivieron unos días a tope. Hicieron siete en solo nueve días. “En general hacemos dos o tres al mes” dice el jefe de servicio de cirugía pediátrica Dr. López Santamaría y asegura que “hacer siete trasplantes en un plazo tan corto de tiempo no es, desde luego, frecuente”. Desconoce si es un récord.
Los siete receptores eran “muy chiquititos todos… de unos meses hasta cuatro añitos”, dice Dr. López Santamaría. “De repente, además de tener programadas dos donaciones de donante vivo de un familiar al paciente, llegaron unas ofertas de cadáveres”. Una oferta pediátrica es mucho más rara que las de cuerpos de adultos, por lo tanto no podían desaprovechar la situación. En total realizaron cinco trasplantes de hígado, uno del intestino y uno multiorgánico.
Seis de los pacientes están bien. “Algunos siguen en el hospital, pero los demás ya están en casa”, dice el médico. Tristemente uno no sobrevivió. “Era un niño muy deteriorado, estaba muy grave y prácticamente muriéndose antes de la cirugía.
Las operaciones para insertar los órganos “son cirugías largas, de 10, 12 horas”, explica el médico, de 59 años, que lleva desde los ochenta trabajando en equipos de transplantes. Pero, además, cada operación requiere dos procedimientos anteriores, “hay que extraer el injerto del donante, sea vivo o de cadáver, y luego preparar el tejido, antes de, finalmente, implantarlo en el paciente”.
“Fuimos descansando en las camas de guardia a ratos, todo el equipo de cuatro cirujanos participamos en los siete transplantes”, explica Dr. López. “Pero no eran solo los cirujanos, para la enfermería y todos los otros profesionales supuso una carga importante”. Eso sí, “el hospital está preparado para estos momentos, lo importante es siempre el paciente”, destaca el profesional.
Y después, ¿se fue el equipo al bar a tomar algo? “No, en este trabajo no solemos ir mucho a los bares, porque nunca se sabe cuando va a sonar el teléfono, con la posibilidad de hacer otro trasplante”.
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