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Tribuna
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Clase magistral sobre el uso del yo

La escritura de Liliana Viola en ‘La hermana’, retrato de la monja argentina Martha Pelloni, no es intrépida pero es honesta y se gana la confianza del lector

Silvia Cruz Lapeña

Leila Guerriero dijo una vez que los cronistas creen que su mejor conquista es haber obtenido el derecho a escribir en primera persona. Entiendo la exageración y la uso para proponer que cambiemos “derecho” por “opción”, pues el primero se ejerce sin dar explicaciones y en este oficio, por más artista que sea el periodista, siempre hay que darlas. Lo hace ella misma, que es la mejor, en La llamada y tuve que hacerlo yo, con mucho menos talento, cuando escribí Crónica jonda, un viaje con el que quise retratar el complejo mundo del flamenco recorriendo sus principales festivales. Recuerdo que me peleé mucho con la narradora que quería ser y también con los colegas que fruncieron el ceño: “Silvia, tú también un egotour...” Pero mi editor y yo acabamos concluyendo que tenía que meterme. ¿Cómo no decirle al lector que mis oídos siguen condicionados por la primera saeta que escuché a los seis años? ¿O que el modo en que me criaron mis abuelas ha marcado incluso el tipo de flamenco que me chifla y el que me deja fría? No quería contar mi vida, quería que supieran que no podía darles la verdad absoluta, pero que era una verdad y que era honesta. Y ofrecí mi “yo” como garantía. ¿Que cuál es la diferencia con el egotour? Hablemos de La hermana (Anagrama, 2025) de la periodista argentina Liliana Viola.

La hermana es Martha Pelloni, la monja que a principios de los noventa inició las marchas silenciosas por Argentina que pedían justicia para María Soledad Morales. La alumna del colegio que Pelloni dirigía en San Fernando del Valle, provincia de Catamarca, fue asesinada, violada y arrojada a una zanja en septiembre de 1995. Enfrentándose a políticos, cuerpos de seguridad, jueces y su propia iglesia, logró que, primero un pueblo y luego un país, exigiera justicia. Así, “los hijos del poder” de Catamarca acabaron entre rejas y Pelloni, que fundó la Red Infancia Robada, se convirtió en el azote de la trata de personas en Argentina.

Con los hechos expuestos, Pelloni en el centro y el lector dentro, la cronista empieza a diluirse hasta evaporarse

Con esa historia y esa protagonista, ¿qué falta hace que se cuele la periodista? Además, Viola expresa dudas sobre si es ella la indicada: “Soy una cronista de escritorio, si es que eso existe”, dice distanciándose de la épica del reportero que se mete en el barro hasta las ingles y colocándose en la posición de una narradora no fiable. ¡Ja!

No es intrépida, pero es honesta y le basta para ganarse la confianza del lector, un básico para dar información. Otra virtud de su “yo” tiene que ver con esta frase del profesor de Escritura Creativa de la Universidad de Columbia, Phillipe Lopate: “Hasta la primera persona más simple y despojada puede sugerir una caricia en mitad del lenguaje más impasible”. Le viene al pelo: Viola narra hechos durísimos, pero su presencia y su prosa ayudan a soportar y quedarse. Esa es su “caricia”.

¿Y con qué pretexto se mete ella en el texto? Educada en un colegio de monjas, Viola ya no cree y por momentos parece que a la autora le importe más su falta de fe que su entrevistada. Pero a medida que la monja contesta lo que quiere y no lo que Viola espera, deja de hacerse preguntas... personales. “Ahora que la Argentina está gobernada por un presidente que asegura que existen ‘las fuerzas de cielo’ y que él mismo es el elegido de Dios para una cruzada que no merece piedad con el enemigo, al que señala como ‘el maligno’, comprendo más que nunca hasta qué punto las cuestiones de la fe merecen un análisis más profundo”. Ahí quería llevarnos Viola, que unió los puntos y ofrece algo que no dan los titulares.

En esa cita habla de las supersticiones que encontró en las historias contra las que lucha Pelloni y que usan gobernantes y videntes para dominar a gentes con poca instrucción a quienes les hacen creer que el secuestro, violación o muerte de sus menores es obra del diablo y no de un sistema corrupto. Un sistema que solo se atrevió a enfrentar una monja, también creyente. Y entre las férreas creencias de unos y de la otra, una periodista (oficio descreído de por sí) que además perdió la fe es la grieta por la que se nos invita a mirar y analizar toda esa historia.

Eso es un “yo” pertinente, nada que ver con un ego. Porque además, con los hechos expuestos, Pelloni en el centro y el lector dentro, la cronista empieza a diluirse hasta evaporarse. Cuando ya nos ha regalado lo que importa, que no era ella, sino su mirada.

Lo que hace Viola en La hermana es literatura. Una de no ficción, es decir, comprometida no solo con los lectores, también con los hechos y las fuentes. Una que rinde cuentas, algo por lo que no quieren pasar ni redactores laxos, ni novelistas que confunden “basado en hechos reales” con los hechos y a las fuentes, con personajes a los que moldean (o desechan) para que no estropeen la historia que imaginaron. Seguro que no hay mala intención, pero sí consecuencias.

¿Exagero? Creo que no. Es cierto que hay “hambre de realidad”, pero no hace falta comerse cualquier cosa. Y en esa crisis de legitimidad del periodismo de la que tanto hablamos, hasta un “yo” deshonestamente usado contribuye a enturbiar los conceptos y la función de este oficio. Y sabemos quiénes se aprovechan de que todo parezca mentira. O casi peor, un cuento.

Silvia Cruz Lapeña es periodista de EL PAÍS Audio y escritora. Es autora de ‘Crónica jonda’ (Libros del K.O., 2017) y de su ‘podcast’ homónimo, publicado en Podium Podcast.

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Sobre la firma

Silvia Cruz Lapeña
Periodista en EL PAÍS Audio. Ha publicado en los principales medios españoles, colaboradora en RNE o CADENA SER y ha sido jefa de Actualidad en Vanity Fair Licenciada en Periodismo, es autora del libro 'Crónica jonda', y de su podcast homónimo publicado en Podium Podcast, así como de la biografía de la boxeadora Lady Tyger.
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