‘La gaviota’ de Chéjov: un fenómeno que sigue arrasando un siglo después
La creciente omnipresencia del autor ruso en los escenarios actuales explota estos días en los teatros españoles con cuatro versiones diferentes de una de sus obras fundamentales
“Soy una gaviota. No… no es eso. ¡Soy una actriz!”. Es una de las frases más icónicas del teatro universal. Como el “ser o no ser” de Hamlet o el “adiós” con portazo de Nora en Casa de muñecas. Escrita hace 128 años por el ruso Antón Chéjov para la protagonista de La gaviota, centenares de intérpretes la han pronunciado de mil maneras diferentes y lenguas distintas, ha sido fuente de inspiración de nuevas obras y es material de estudio en las escuelas de arte dramático.
Coinciden ahora en España cuatro gaviotas diferentes. El Teatre Lliure de Barcelona estrenó la semana pasada una adaptación de Julio Manrique en catalán. En el Valle-Inclán de Madrid se puede ver la producción que el Centro Dramático Nacional presentó en julio en la última edición del Festival de Aviñón: una versión libre de la peruana Chela De Ferrari con un reparto formado mayoritariamente por actores ciegos o con baja visión. De gira por varias ciudades está un montaje del argentino Guillermo Cacace que ha sido un exitazo en su país, con solo cinco actrices —que interpretan papeles masculinos y femeninos— en una escenificación íntima alrededor de una mesa a la que se sienta también parte del público. En el Teatro del Barrio de Madrid se representa La persistencia, un monólogo escrito y dirigido por Fernanda Orazi derivado del último parlamento de Nina, la protagonista de Chéjov, justo ese en el que dice “Soy una gaviota. No… no es eso. ¡Soy una actriz!”.
¿Casualidad o fenómeno? Posiblemente ambas cosas. La gaviota, como todos los textos teatrales de Chéjov, mantiene su vigencia por todo lo alto porque no está directamente vinculada a un contexto concreto. Se desarrolla en una casa de campo donde apenas ocurre nada y solo importa lo que dicen los personajes: una actriz en el crepúsculo de su fama, un reconocido escritor que le hace las veces de amante, el hijo que los desprecia por sus formas artísticas caducas y la joven a la que ama, Nina, aspirante a actriz cargada de ilusiones, presa fácil como una gaviota rodeada de cazadores. Todas las acciones que hacen avanzar el argumento suceden fuera de escena, técnica dramática inaugurada por Chéjov, de manera que la obra parece transcurrir fuera del tiempo. Por eso tal vez reverbera de forma especial en estos días llenos de ruido y exhibicionismo. La gaviota se nos aparece como un oasis donde pararse a escuchar lo que pasa en lo más profundo de nuestro ser. Fernanda Orazi lo resume así: “Resuena en la actualidad precisamente porque no dialoga con lo actual, sino con lo vital”.
La decisión de Guillermo Cacace de montar la obra solo con cinco actrices tiene que ver con eso. “No responde a un intento de resignificación desde un punto de vista feminista, sino que se debe a que quería hacer este texto con actores que nos ayudaran a escuchar lo que dicen los personajes. Escuchar de verdad. Resultó que los mejores intérpretes que encontré eran mujeres. Y me dije: por qué no, el teatro es un arte que permite cualquier licencia”, explicó Cacace durante su presentación en el festival Temporada Alta de Girona, donde hizo su primera parada en España el sábado pasado. La escenificación en torno a una mesa sin distancia con el público surgió también de manera casual, tras la interrupción de los ensayos que iban a empezar en marzo de 2020, justo cuando estalló la pandemia. El equipo organizó lecturas por videoconferencia y eso les llevó a concentrarse tanto en la sustancia del texto que todo lo demás se volvió superfluo. Eliminaron personajes y escenas no trascendentales y hasta quitaron el artículo del título para dejarlo en crudo: simplemente Gaviota.
Esta gaviota esencial dio la campanada en su estreno en Girona. Los espectadores salieron conmocionados por su intensidad emocional. Las actrices, sin moverse de sus sillas, insuflan tanto significado a cada una de las palabras de Chéjov que consiguen lo imposible: que suenen como si fuera la primera vez que alguien las pronuncia. ¡Qué otra cosa es el teatro! Se aprecia incluso en la grabación de una función en Buenos Aires, visionada para escribir este artículo, a la espera de poder disfrutar del montaje en directo en alguna de las representaciones de su gira por España durante octubre: hasta el domingo en el Auditorio de Tenerife, la próxima semana en los Teatros del Canal de Madrid, después en el FIT de Cádiz y finalmente en el Festival Internacional de Vitoria.
La persistencia de Fernanda Orazi es un monólogo y se despega del argumento original, pero resulta plenamente chejoviano porque desarrolla uno de los temas centrales de la obra: ¿para qué sirve el teatro?, ¿qué sentido tiene ser artista? A través del personaje de Nina, encarnado con una fuerza inusitada por Ángela Boix, nos adentramos en los rincones más recónditos de la mente de una actriz. Miedos, inseguridades, deseos de gloria, vanidad. En escena no está solo Nina, sino que se invoca a toda una estirpe de intérpretes: Ana Magnani, Gena Rowlands, Isabelle Huppert. “Un personaje que a su vez es una actriz… ¡es monstruoso!”, subraya la protagonista de Orazi varias veces en su monólogo. Se trata también aquí de escuchar de verdad las palabras de Chéjov, tirar de ellas y desplegarlas. “Y te darás cuenta de que todo lo que dice Nina es una bomba”, advierte Orazi, que aquí ejerce de autora y directora pero que también es una de las mejores actrices que pueblan los escenarios españoles (argentina afincada en Madrid).
Paradójicamente, pese a mantener la trama, la versión de Chela De Ferrari está más alejada del espíritu chejoviano. Digamos que la directora peruana usa el texto como pretexto para mostrar “la compleja realidad que viven las personas con discapacidad visual”, según sus palabras, tejiendo las historias personales de los intérpretes con las de los personajes de La gaviota. “Hacer visible lo invisible”, frase con la que a menudo se define el teatro de Chéjov, se repite como un mantra durante la función, pero el subrayado explícito que realiza continuamente De Ferrari para remarcar su lectura introduce demasiadas distorsiones y mucho ruido: apenas se escucha a Chéjov.
El montaje de Julio Manrique en el Lliure “lleva la acción a un presente de móviles y redes sociales, pero el deseo de modernizar la pieza es, paradójicamente, lo que provoca su alejamiento”, según escribe Oriol Puig Taulé en su reseña para Babelia, que pueden leer aquí completa: ‘La gavina’: una adaptación más.
Una conclusión final, en palabras de Guillermo Cacace: “La gaviota es una obra a la que le podemos poner cientos de palabras, cientos de análisis, pero nunca terminaremos de decir qué es y por qué la queremos hacer una y otra vez”. Y un aviso: el próximo 26 febrero el Barbican de Londres estrenará una nueva producción protagonizada por Cate Blanchett. Ahí lo dejamos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.