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CRÍTICA LITERARIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘El silencio de la guerra’, el alegato de Antonio Monegal contra la épica de la guerra

El ensayo del filósofo y escritor es un necesario discurso sobre los peligros de la glorificación de la violencia y del culto al heroísmo en tiempos de discursos bélicos ante los nuevos conflictos

El silencio de la guerra
'La carga de los coraceros franceses en la batalla de Waterloo' (1872), de Félix Philippoteaux, en el Victoria and Albert Museum.GL Archive / Alamy / CORDON PRESS
Jordi Amat

La guerra, que es consustancial a la humanidad, tiene un lenguaje que funcionaba antes y funciona ahora. Incluso tiene su estructura para ser contada. A lo largo de la historia, los códigos para representarla no se han modificado tanto, como ya se fijó en la civilización clásica y como explica Antonio Monegal en la aventura de saber que es El silencio de la guerra.

“Si estamos marcados para morir, somos bastantes para que nuestro país sienta la pérdida; y si es para vivir, cuantos menos hombres, más grande la porción de honor”. Son palabras del monólogo que el Rey pronuncia en el cuarto acto de Enrique V. Es el día de San Crispín, la batalla de Azincourt va a empezar y los franceses los superan clarísimamente en número. El monarca inglés asume su función como líder del ejército y pronuncia una arenga que concentra toda la potencia de la épica heroica, que es la forma tradicional y efectiva de la mejor propaganda bélica. “Jamás pasará el día de San Crispín y San Crispiano, desde hoy hasta el fin del mundo, sin que seamos recordados en él nosotros pocos, felices pocos, nosotros, grupo de hermanos”. Son los valores patrióticos y de camaradería masculina que movilizan al joven dispuesto a luchar y sacrificar su vida.

'Infierno', óleo de Georges Leroux en el Museo Imperial de la Guerra de Londres.
'Infierno', óleo de Georges Leroux en el Museo Imperial de la Guerra de Londres. Photo 12 / Alamy / CORDON PRESS

En 2002 Monegal —catedrático de literatura comparada y ganador del último Premio Nacional de Ensayo— publicó un primer estudio sobre dos obras que abordaban la guerra de Bosnia: la película Antes de la lluvia, de Milčo Mančevski, y la novela El sitio de los sitios, de Juan Goytisolo. En 2004, comisarió la exposición En guerra junto a Francesc Torres y José María Ridao. Desde entonces ha acumulado un archivo amplísimo de objetos artísticos —de la literatura a la pintura, del cine a la fotografía, incluso los juguetes— que le permite sustanciar una potente hipótesis.

El discurso épico, formalizado por la Ilíada y que tiene en esos versos de Shakespeare una de sus cimas, configuró un sistema para contar la guerra que es ideológico sin que lo parezca porque ya es un mecanismo cognitivo que tenemos arraigado a través de la tradición cultural a la que pertenecemos. Pero dicho sistema de representación ha sido cuestionado por un corpus notable del arte moderno con el propósito de tomar conciencia, más allá de los himnos, los heroísmos y las epopeyas, de qué es la guerra. El análisis de ese corpus es el núcleo del libro.

Antes que el arte y la literatura impugnasen la épica, la confusión de Fabricio en la batalla de Waterloo ya fue un aviso del advenimiento de una nueva época de la cultura. “¿Quién antes que él había descrito la guerra así, es decir, como realmente es?”, se preguntaba Tolstoi en sus diarios. La cartuja de Parma se publicó en 1839. En 1874 Félix Philippoteaux pintó la batalla de Waterloo. Aún era una pintura historicista con la pretensión de mostrar la integridad de un combate. Con la Gran Guerra, como primera guerra moderna, ese paradigma cambió. Hace más de un siglo que las soluciones innovadoras para mostrarla coincidieron con el advenimiento de las vanguardias, pero también con la posibilidad de fotografiar el frente por los soldados. Desde entonces no han dejado de explorarse estrategias para subvertir el orden de representación épico. El trastocamiento del lenguaje del Guernica sería el mejor ejemplo de cómo hacer sentir al espectador el sinsentido. Lo es incluso el silencio, como en Shoah de Lanzmann o en la tragedia Incendios de Mouawad.

La manera de contar la guerra es ideológico sin parecerlo porque es un mecanismo cognitivo arraigado por la tradición cultural

Uno de los principales atractivos de El silencio de la guerra es la conexión que Monegal establece entre distintos campos del arte. Las fotografías de las torturas en Abu Ghraib, con resonancias críticas, reaparecen en una exposición en Nueva York o en un mural en Bagdad. La fotografía clásica de la toma de Iwo Jima la recicló Eastwood en el cine —el lenguaje que hoy más épica transmite—, pero antes de la película también tuvo su estatua en un memorial y esa estatua, a su vez, fue objeto de una reinscripción icónica por parte de Ed Kienholz para denunciar la atrocidad de la Guerra del Vietnam, un momento fundamental en la evolución del tratamiento artístico de lo bélico: “El de traer la guerra a casa para provocar la toma de conciencia”. ¿Cuál es nuestra conciencia hoy después del infierno de Mariúpol? ¿Qué retórica usar para defenderse cuándo hay que batallar?

Ahora que el discurso de la guerra se vuelve a normalizar en nuestra conversación pública, porque la tenemos más cerca y no sabemos hasta qué punto nos acecha, de alguna manera escuchamos el retorno del lenguaje de la épica. Este lunes, el presidente Biden llamó a los soldados integrados en los escuadrones de cazas 335 y 494. La noche del sábado al domingo pilotaron sus F-15E Strike Eagley y F-16 Fighting Falcon y derribaron 70 drones lanzados por Irán para atacar a Israel. “Ey, chicos, sois lo mejor de este maldito mundo”, les dijo. No es tan fácil saber las palabras que deben usarse. No hay opción inocua. “No ceder a la tentación de la épica, apartarse de ella, es tomar partido en contra de la glorificación de la guerra y el culto al heroísmo”.

Portada de 'El silencio de la guerra', de Antonio Monegal. EDITORIAL ACANTILADO

El silencio de la guerra

Antonio Monegal
Acantilado, 2024
320 páginas. 24 euros

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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