‘El problema de Bill Gates’: contra el hombre más rico del mundo
El libro de Tim Schwab arremete contra el magnate y filántropo estadounidense, a quien presenta como alguien desagradable en el trato cuyas obras benéficas responden en realidad a una operación de poder
Cuando Clinton se estrenó en la Casa Blanca, se dijo que los chinos querían ver a Bill cuanto antes, pero no a Bill Clinton sino a Bill Gates. Corrían los finales años noventa, todavía internet era menor de edad y no había estallado la burbuja digital de principios de este siglo. Ese personaje tan deseado por el creciente imperio asiático es ahora descrito en El problema de Bill Gates como “un hostigador, mandón y grosero, un hervidero de pasiones que estalla a la menor ocasión” y, según declara al autor un antiguo empleado suyo, “un gilipollas total en su trato con la gente” el 70 por ciento de su tiempo. Aunque durante el resto, parecía “un empollón empedernido, divertido y superinteligente”
También en los noventa sucedió el conflicto entre Microsoft y el navegador Netscape, hoy desaparecido, que desafió lo que abiertamente ya se describía como prácticas monopolísticas del primero. Gates fue investigado y acusado en el Congreso por esas prácticas aunque finalmente ganó la batalla. Sin embargo el caso afectó a su reputación y dimitió en el año 2000 como primer ejecutivo de su empresa. A partir de ahí emprendió una ampliación de la fundación que había establecido con su mujer y a la que ha dedicado sus principales esfuerzos en las dos últimas décadas. En 2006, la Fundación Bill y Melinda Gates recibió el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.
Con 100.000 millones de dólares de fortuna personal y decenas de miles de millones más en su fundación privada, Gates figura desde hace décadas como uno de los hombres más ricos del mundo, y la fundación como la entidad más generosa de su especie. Está especializada sobre todo en ayudas a la salud, a la educación y a la alimentación infantil, con gran presencia en África y la India, entre otras regiones del otrora llamado tercer mundo. Schwab, colaborador de The Nation, mítico semanario de la izquierda estadounidense, ha llevado a cabo una prolija investigación para denunciar lo que en realidad ya se sabía: que las fundaciones americanas, como las españolas, son en gran medida una vía para eludir impuestos por parte de los multimillonarios. A fin de demostrarlo ha indagado hasta la extenuación las cuentas y procedimientos de la de Bill Gates, los fracasos y eventuales éxitos de sus políticas filantrópicas, y llega a la conclusión de que bajo esa máscara de ayuda a los necesitados se esconde en realidad una operación de poder. Es despiadado en sus críticas, aunque acertado en sus análisis sobre la desigualdad creciente en el mundo. No obstante su literatura recuerda demasiado a las soflamas ideológicas de los indignados franceses o los podemitas españoles. Absorbido por la retórica revolucionaria se lamenta de que la Fundación Gates haya guardado “un silencio sepulcral” sobre movimientos como Occupy Wall Street o Black Lives Matter, que exigen un cambio social frente “al exceso de riqueza y la mentalidad de salvador blanco que impulsa la labor filantrópica de Bill Gates”. No deja de atribuirle algunas buenas intenciones, pero su crítica es inmisericorde, en algunos casos procaz, mientras la ausencia de soluciones para los problemas que denuncia, fuera de las llamadas al buenismo, resulta frustrante.
El ensayo aporta una gran información, no sé si absolutamente contrastada, y un montón de ideología barata
Sus capacidades como periodista de investigación se ven así ensombrecidas por una militancia un poco naíf contra el capitalismo creativo que Gates promueve y un evidente propósito de desprestigiar no solo su obra sino sobre todo su persona. La demandas que hace de transparencia y las acusaciones de oscuridad se ven deslucidas por el propio autor en las páginas que dedica a la relaciones de Gates con Jeffrey Epstein, el famoso alcahuete y delincuente, corruptor de menores al servicio de la jet set internacional. Gates ha explicado hasta la saciedad los encuentros y entrevistas con él y en ningún caso se ha demostrado otro tipo de relaciones que las comerciales o algunas confusas gestiones para que le concedieran el Nobel de la paz. Pero Schwab se plantea textualmente, sin prueba alguna, la posibilidad de que “la conexión entre los dos hombres pudiera tener algo que ver con las principales actividades de Epstein: la gratificación sexual y el ejercicio del poder”. La obra está plagada de este tipo de opiniones y conjeturas, en perjuicio de un análisis más serio sobre los errores cometidos por Gates en la gestión de su fundación, los problemas de blindar la propiedad intelectual de las vacunas en manos de las industrias farmacéuticas y, en definitiva, sobre el poder objetivo que las grandes tecnológicas tienen en la sociedad global.
Conocí a Bill Gates en su casa de Seattle, donde estuve un par de veces, y en las reuniones anuales que solía organizar en la sede de Microsoft. También en sus visitas a Madrid, donde le entrevisté largamente y le invité a visitar la Real Academia Española. No me pareció ni vanidoso ni arrogante, ni que estuviera tan pagado de sí mismo como Schwab asegura. Con la RAE firmó un acuerdo de colaboración para mejorar el corrector gramatical de Microsoft y se mostró interesado por la unidad sustancial de la lengua española en cuantos países la hablan, casi 600 millones de personas. Alguien muy lejos del miserable depredador, machista y arrogante que Schwab retrata. Tampoco deduje, y esto es extrapolable a la aventura personal de Steve Jobs, Larry Page, Zuckerberg o Jeff Bezos, que su objetivo vital fuera la dominación del mundo como se desprende de este libro. Si han llegado o pueden llegar a ostentarla es por la propia dinámica de la civilización digital y las dificultades objetivas para gobernarla. La desregulación del capitalismo financiero, que ha multiplicado la desigualdad entre el género humano, se debe a la incapacidad de unas obsoletas instituciones políticas y unos dirigentes más atentos a su propio destino que al de sus pueblos. Las críticas contra el exceso de burocracias gubernamentales “cojitrancas y despilfarradoras”, pueden ser parte de la propaganda impulsada por los ricachones del mundo, pero también las hemos visto estos días en las bocas de campesinos minifundistas de media Europa.
En definitiva, el libro me ha resultado más entretenido que interesante. Aporta una gran información, no sé si absolutamente contrastada, y un montón de ideología barata. Sobre todo ello resplandece el desafío personal del autor, dispuesto a demostrar que Bill Gates es un problema para la democracia y los millonarios filántropos una banda de defraudadores. El mundo necesita su dinero, no se sabe si administrado por las burocracias de los partidos. El dinero del Bill Gates, quiere decirse, pero no a Bill Gates.
El problema de Bill Gates
Traducción de Ricardo García Herrero
Arpa, 2024
600 páginas, 24,90 euros
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