Abel Azcona: “Me siento cómodo en la hostilidad, detesto la admiración”
En ‘Mis familias (1988-2024)’, muestra abierta en La Panera de Lleida, el artista de ‘performance’ hurga en la herida de su crianza malograda
El material de la obra del artista de performance Abel Azcona (Madrid, 1988) no es otro que su propia biografía. Hijo de una prostituta toxicómana, ha sido censurado por la iglesia y ha colaborado con Marina Abramovic. En la muestra Mis familias (1988-2024), abierta en La Panera de Lleida hasta el 28 de enero de 2024, hurga en la herida de su crianza malograda.
Su actual exposición en La Panera gira en torno a la idea de la familia como constructo social y político. ¿Cómo influyó la suya en su trabajo? Al no haberse cumplido los deseos de mi madre, ni el derecho de ambos de haber interrumpido el embarazo, nací con una vida impuesta. En esa imposición se incluye las familias que me abusaron, maltrataron, adoptaron y moldearon. Así que no solo contaminan, sino que fundamentan toda mi obra.
Dado que su obra se nutre de su propia biografía, ¿dónde dibuja la línea que separa a la persona del artista? La persona murió en el momento que le obligaron a nacer, la persona murió entre las piernas de un violador, la persona murió en cada una de las violencias sufridas. Sobrevive el artista que grita, denuncia y crea contra el público.
A lo largo de su trayectoria, sus obras han sufrido las consecuencias de la censura. ¿Qué dice esa reacción de nuestra sociedad? La moral católica vigila cada una de mis obras, desde el nacimiento hasta hoy. Si la obra denuncia esto y el fundamentalismo, ellos dan la razón de la necesidad de creación, al reaccionar violentamente.
Al echar la vista atrás a su trabajo, ¿cuáles han sido sus obsesiones recurrentes? El abandono de mi madre que tras una gestación marcada por la prostitución y drogadicción, me abandonó en la maternidad para no mirar atrás.
¿Cuándo supo que se dedicaría al arte? Soy un hijo de puta antes que artista, el arte surgió como arma y catarsis. Tiene algo de supervivencia, algo de transformación y algo de venganza.
¿Qué obra de arte ajena le habría gustado crear? Cualquiera de las Pinturas negras de Goya o alguna macarrada barroca de Caravaggio.
¿Con qué tres adjetivos definiría su obra? Sentida, llorada y dolida.
¿Cuál es el mayor halago que le han dicho sobre su trabajo? Que es obra de Satanás.
¿Y el más extravagante? Estoy vivo gracias a tu obra. Me siento cómodo en la hostilidad, detesto la admiración.
¿Qué ha aprendido del mundo del arte que no se pueda aprender en un libro? La miserabilidad de sus habitantes, el poder transformador de una obra o usar el cuerpo y el discurso como política y detonante de batallas.
¿Qué libro tiene abierto en la mesilla de noche? Mientras agonizo, de William Faulkner.
¿Uno que no pudo terminar? En la tierra somos fugazmente grandiosos, de Ocean Vuong.
¿Cuál es la película que más veces ha visto? Un triple empate entre Los siete samuráis, de Kurosawa, El club, de Larraín y Spotlight.
¿La última serie que vio del tirón? Succession, un Rey Lear moderno.
Si tuviese que usar una canción o una pieza musical como autorretrato, ¿cuál sería? Luka, de Suzanne Vega.
¿Qué está socialmente sobrevalorado? El nacer por encima de todo. El vivir por encima de todo.
¿Cuál es el suceso histórico que más admira? No admiro casi ninguno, porque están escritos por quién gana. En 2020, un grupo de indígenas Piurek, del Cauca colombiano, derribó la estatua de Belalcázar. Aplaudo que tras esa acción se derribaron cientos de estatuas de genocidas y asesinos.
De no haber sido artista sería… Un cadáver.
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