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Angélica Liddell: sin sangre no hay teatro

La artista inaugura el Festival de Otoño de Madrid con ‘Liebestod’, su espectáculo más nítido de los últimos años, en el que vuelca su manifiesto artístico

Angélica Liddell
Escena de 'Liebestod', de Angélica Liddell.Christophe Raynaud de Lage
Raquel Vidales

Angélica Liddell vuelve a estar de actualidad en España. La semana que viene estrenará en el festival Temporada Alta de Girona su nuevo espectáculo, Vudú (3318) Blixen, que parece un proyecto de los grandes: seis horas de “itinerario fatal hacia mis propios funerales”. Máxima expectación. Pero antes de eso, hace tres semanas regresó a Sevilla después de 16 años para presentar su antepenúltimo trabajo, Liebestod. El olor a sangre no se me quita de los ojos. Juan Belmonte, con el que además ha inaugurado este jueves el Festival de Otoño de Madrid.

Después de algunas piezas crípticas como Terebrante, esta es una obra perfecta para reconectar con el universo Liddell: es una especie de manifiesto artístico en el que confluyen todas las claves de su teatro. El sufrimiento, el dolor, la violencia y el amor como detonantes: “No saldrá de mi boca una sola palabra sobre la felicidad”. La muerte como horizonte: “Lo único que nos libra de la muerte es desearla”. El arte como expresión, no como representación: “No estás llena de vida, estás llena de palabras”. Pocas veces se ha mostrado tan nítida e incluso tan desnuda, pese a que justo en esta pieza no se desnuda físicamente como suele hacer.

Tres ideas recorren la obra. En el título están las tres. Liesbestod: la muerte por amor, sublimada por Wagner en Tristán e Isolda. El olor a sangre no se me quita de los ojos: cita de Francis Bacon, recogida a su vez de la Orestiada de Esquilo. Belmonte: el torero que vivía como toreaba y toreaba como vivía. ¿Qué tiene que ver todo esto entre sí? Todo tiene que ver con Liddell. Con una fila de burladeros de fondo y la escena teñida de albero, Liddell entrega el primer principio de su manifiesto. Se hace cortes con una cuchilla a ritmo de una canción de Las Grecas. Basta de imposturas, el arte tiene que ser de verdad igual que la muerte del toro. Igual que el amor de Tristán e Isolda. Después la artista dialoga con el toro en una escena que se alarga deliberadamente hasta el paroxismo. Luego llega una de las imágenes más poderosas del espectáculo: una vaca abierta en canal como aquella que Francis Bacon colocó rodeando la figura de Inocencio X.

Por último, la confesión: Liddell se abre ella misma en canal en un monólogo furioso contra el arte funcionarial, sin sangre ni misterio. Contra los actores, las actrices, el público. Y contra sí misma: “El público está harto de ti, Angélica”. Ahí está la Liddell auténtica. Con todas sus obsesiones, sus contradicciones, sus pasiones y sus furias. Odiosa y todo lo contrario. Pero siempre auténtica.

Liebestod. El olor a sangre no se me quita de los ojos. Juan Belmonte

Texto, dirección, escenografía y vestuario: Angélica Liddell. Con: Angélica Liddell, Borja López, Gumersindo Puche, Palestina de los Reyes, Patrice Le Rouzic, Ezekiel Chibo y la participación de figurantes. Teatros del Canal. Madrid. Hasta el 12 de noviembre.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.
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