Yo, presa común
Publicado meses antes de su suicidio, ‘Carne apaleada’ recoge la vivencia luminosa y triste de Inés Palou, condenada por estafa en el tardofranquismo
La historia termina con Inés Palou tumbada en la vía del tren tras dejar una nota al editor José Manuel Lara: “Le ofrezco en bandeja de plata el éxito para el próximo Planeta”. La historia comienza cinco meses antes, cuando esa mujer de 52 años publica Carne apaleada: una novela tremenda, escrita en solo 25 días, donde relata sus vivencias en las cárceles para mujeres del tardofranquismo. La chapa con el número 24. El uniforme gris tristeza. El grito que no cesa. El miedo, pegajoso como el suelo de orines y excrementos. La primera noche en vela. La comida repugnante. El chillido de las ratas. El horror por las peleas. La misa diaria, el rosario diario, el rezo diario antes y después de las comidas. La asfixia de la soledad. Las humillaciones de monjas y guardianas. La nostalgia dulzona de los sábados tarde. La diarrea continua cuatro o cinco meses. La metamorfosis larvada entre rejas. La fuerza de las pasiones en noches negras. El enamoramiento de la dulce Senta: joven, 25 años, rubia, delgada, inteligente, con clase. El desasosiego por no entender ese lesbianismo repentino. La espera desesperada. Las radionovelas que escupe el transistor. La escritura en el semanario carcelero Redención. Las lecturas rebeldes de Freud, Miller, Whitman, Unamuno, Pávlov.
Las cuentas repasadas cada noche en la cama: tanto tiempo de preventiva, tanto de penada, tanto de redención. El egoísmo que brota en la prisión: nada impele más que sobrevivir. Las cartas de amor escritas a un chico enfermo para que obtenga lo más sagrado en la cárcel: la ilusión. El sueño de la fuga al sacar la basura. La cabellera larga de La Andaluza. La Clavel llorando. La Collares vestida de paje en Navidad. Las presas de Burgos que han puesto bombas. La prima gitana del Lute, fuguista profesional. Las historias de atracadoras, drogadictas, hippies extranjeras, asesinas. Las caras envejecidas como la de La Pino, que mató a cuatro personas y a un perro con veneno de ratas, y solo lamentaba la muerte del perro. Y luego, permeando estas páginas, las frases puñetazo. “Muchas veces, el miedo vuelve borrego. Entonces, claro, al corral o al matadero”. “La imaginación es el pasaporte para superar la frontera de la desesperanza”. “Cualquier fracaso en la vida —ir a la cárcel es un fracaso— está al alcance de todos”. “El cordero transformado en tigre. Arrojado después a la selva de la vida, ataca para defenderse. Las consecuencias son tremendas”. “No se puede vivir sin fe. Sin creer en algo. Lo malo es que la nueva sociedad ha confundido la necesidad con el deseo. Pierde la ilusión al perder el tiempo buscando la manera de satisfacer la necesidad”. Y luego, y es la lección más triste de este triste y luminoso libro, el miedo a la libertad recién estrenada. La inadaptación social como cárcel invisible, que abre la puerta a otras celdas: alcohol, drogas, de nuevo el pozo. La certeza de que la libertad no conlleva la felicidad. La necesidad de Dios. La cárcel última del desamor.
El libro, de escritura rápida y vivaz, describe la metamorfosis larvada entre rejas; la fuerza de las pasiones en noches negras
Inés Palou, presa común que venía de la burguesía catalana, entró en la cárcel en mayo de 1968 condenada por estafa. Con esta novela-ensayo-memorias, publicada en 1975, demostró el portento de su escritura: rápida, vivaz, de fraseo corto. Un striptease de conciencia. Una denuncia de esa —esta— “escuela de vicio” que es la prisión, “un engendro de tormento y dolor creado por el hombre y para el hombre”. A ella, ese trauma la empujó al tren. El Planeta no lo ganó: quedó tercera con su segundo libro, Operación Dulce. Daba igual. Para entonces, el tren ya la había arrollado. “Marchó sin dejar señas”, decían en las cárceles de su tiempo. Eso había sucedido con Inés Palou. Qué suerte haberla encontrado.
Carne apaleada
Colectivo Bruxista, 2023
368 páginas. 21,50 euros
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