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Marruecos a través de los libros: un territorio minado por la desigualdad y el desamparo

Autores como Binebine, Taia, Slimani o El Hachmi son los topógrafos de las injusticias que el terremoto ha puesto de nuevo en evidencia

Obras de restauración de la casba de Agadir en 2022, 60 años después de que un terremoto la devastara.
Obras de restauración de la casba de Agadir en 2022, 60 años después de que un terremoto la devastara.Moises Saman (Magnum Photos / Co
Berna González Harbour

Viajar a través de los libros puede ser tanto o aún más enriquecedor que recorrer sus calles; y nuevas generaciones de autores nos han puesto a Marruecos en un mapa literario nuevo que hoy es imprescindible para conocer el país. En general han pisado ya otros mundos, la emigración, el exilio o simplemente la huida de la opresión que aún respiran en su casa al desafiar la forma de vida estandarizada. Pero su país sigue siendo su material literario. Su mundo. Como el canario en la mina o la alerta temprana del tsunami, llevan mucho tiempo pintando el universo de la desigualdad descomunal que acaba de quedar de nuevo en evidencia con el terremoto que ha azotado la tierra del Atlas. Ver las casas de adobe aplastadas por los movimientos de tierras, ver a la población inerme combatir sola las desgracias como si fueran designios divinos, la ayuda llegando en burra y el rey Mohamed VI visitando días después a unas víctimas escogidas para la ocasión son imágenes que estos días nos trasladan a escenas que ya hemos leído. Porque están escritas.

La librería ya estaba poblada por nombres consagrados que abrieron el camino, desde un clásico como Tahar Ben Jelloun, nacido en Fez en 1947, premio Goncourt 1987, que ha retratado las grietas sociales y los años de plomo de Hassan II, a Mohamet Chukri (1935-2003), que encarnaba en su propia identidad de niño de la calle, analfabeto, la esencia de quien ha sobrevivido a la violencia y la miseria cotidianas del país.

Pero a ellos se han sumado otros topógrafos de este mapa en construcción que es la literatura marroquí contemporánea. En la línea de Chukri, desde los recodos más perdidos de las calles y las tripas del Marruecos más pobre surgen por ejemplo la vida y la pluma de Abdelá Taia (Salé, 1973), que ha convertido sus libros en un golpe de conciencia sobre la violencia, el desamparo, la desigualdad y la lgtbifobia que vive una sociedad sin ninguna protección a la vista. Él mismo ha sufrido soledad y violaciones en una niñez de diez hermanos, de la que huyó para instalarse en París. Y su literatura, como él, ha dado el salto mortal de alcanzar a narrar aquella descomposición junto al racismo y la exclusión que también le esperaron en Europa. Con La vida lenta, Infieles, Mi Marruecos o El que es digno de ser amado (Cabaret Voltaire) ha puesto su lugar en ese mapa.

Uno de los más pioneros y rupturistas de esta camada ha sido Mahi Binebine (Marraquech, 1959), un artista con obra reconocida en los mercados occidentales (está expuesto en el Guggenheim de Nueva York) y que no solo ha agarrado la pluma para retratar a varias generaciones de marroquíes, sino que también se ha convertido en activista en contra de la desigualdad. Binebine se vio tan vapuleado por los atentados en Casablanca en 2003 que regresó a su país para ponerse manos a la obra. En vista de que los crímenes los habían cometido chicos desarrapados sin oportunidades, ha ido creando varios centros culturales para acoger a cientos de ellos y escribió Los caballos de Dios (Alfaguara), que vio su adaptación al cine en 2012. Binebine supo retratar a esa generación de chavales de arrabal, de calles sin asfalto, de cancha de fútbol en el vertedero y baños en vertidos malolientes. La desigualdad en el Marruecos del siglo XXI se puso al descubierto de su mano para enfocar el fracaso de un Estado donde el PIB crece al ritmo de la riqueza de su soberano, Mohamed VI, mientras la población no ha tenido apenas ayuda oficial para afrontar el terremoto.

Al igual que las vidas de Chukri o Taia rezuman la calle que han pisado y sufrido, Binebine ha encarnado en su propia historia familiar la realidad más acuciante de Marruecos en todas sus etapas: su padre fue bufón del rey Hassan II, lo que le ha dado un conocimiento del régimen desde su interior; y su hermano pasó años en las mazmorras más oscuras del régimen por el intento de golpe que pretendió precisamente derrocarle en 1971. Lo narró en Yo, bufón del rey (también Alfaguara), donde desdobla su elocuencia entre un sátiro como su padre, capaz de reír las gracias al soberano y contarle cuentos para que conciliara el sueño en sus momentos de mayor crueldad, y su hermano, que empequeñeció literalmente en la prisión secreta de Tazmamart hasta el punto de que, cuando salió, 18 años después, era tal despojo que la familia no pudo reconocerle. Había encogido 50 centímetros.

A esa misma realidad se ha acercado también, desde otros ángulos muy diferentes, la mayor estrella del momento: Leila Slimani, nacida en Rabat en 1981, que ha ido alejándose de unos libros iniciales más parisinos para adentrarse en el retrato de su país de origen. El país de los otros y Miradnos bailar, las dos primeras entregas de una trilogía aún pendiente de completar y que publica Cabaret Voltaire, conforman un verdadero manual de la vida de Marruecos desde los años cuarenta que atraviesa el rigorismo, la lucha por la independencia, la desigualdad brutal y, de nuevo, el desamparo ciudadano ante un status quo reinante del que conviene más bien protegerse. Slimani acudió a París para ir a la universidad y ha vivido en Francia hasta que se instaló recientemente en Lisboa, por lo que sus libros acogen también ese doble desarraigo del magrebí en Europa y del europeo en su región. Ganadora del premio Goncourt de 2016 con Canción dulce, ha estado a la altura de una ambición histórica que borda los años de la independencia, el endurecimiento del régimen de Hassan II y la creación de una clase frívola y rica que no tiene ojos para la pobreza de su país. En ese humus que ya ha consolidado está rematando ese tercer libro de su trilogía que nos llevará al presente y en la que todos los elementos de la dislocación marroquí que contemplamos ya están plantados.

A ellos se suman otras voces marroquíes ya crecidas en el exterior desde sus primeros años como Najat el Hachmi (Nador, 1979, instalada en Cataluña desde los ocho años) o Mohamet el Morabet (Alhucemas, 1983, llegado a España en la adolescencia), que bucean en sus orígenes para ofrecernos en español una literatura que en esencia también es marroquí. El Hachmi, premio Nadal 2021 con El lunes nos querrán (Destino) aporta sobre todo la mirada de una sociedad opresiva y patriarcal en la que las mujeres -las niñas- sufren además de todos los problemas ya citados el sexismo de un mundo clásico sin ventanas para prosperar. Aunque se hayan mudado a Europa. La desigualdad, en sus carnes, también es de género.

Entre todos conforman esa cartografía del Marruecos real que ha vuelto a ponerse en evidencia.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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