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Última entrega de los diarios de Rafael Chirbes: la crónica de una demolición

‘A ratos perdidos 5 y 6′ ofrece juicios acerados como un cuchillo, pero nunca malintencionados

Rafael Chirbes
Rafael Chirbes, en 2014.Philippe MATSAS (Agence Opale /

“Soy el peor autor de diarios de la historia”, anota Rafael Chirbes el 28 de mayo de 2008, convencido de que, siendo un escritor de los que encuentra o descifra su pensamiento escribiendo y volviendo una y otra vez sobre lo escrito para darle forma, en el diario, dado que suele ser una práctica sobre la que no se vuelve, que no se corrige (porque carece de una estructura narrativa que lo haga necesario), la escritura resultante —razona Chirbes pensando en su caso—, es la de un parvulista, no merece atención literaria. Sin embargo, nada más lejos de lo que tenemos y a lo que nos enfrentamos, como lectores, en esta tercera y última entrega de sus diarios, sin duda la mejor, pero también la más lacerante no solo porque conocemos el final (murió seis semanas después de la última anotación publicada, a los 66 años) sino porque desde las primeras líneas de esta entrega (2007-2015) la muerte, y ya no solo la decrepitud presente en los volúmenes anteriores, ronda a su alrededor y él lo sabe, o lo intuye o lo presiente.

Sea como sea, su sombría atmósfera constituye la espina dorsal de estos cuadernos, donde la preocupación por su pésima salud es un crescendo que se cierra, precisamente, deseando que no ocurra lo que viene temiéndose desde un principio. Podría decirse que la experiencia de la enfermedad es central en la escritura diarística, porque cuando se sufre se está solo y pendiente de la propia existencia: llevar un diario puede ser un modo de conjurar la quiebra con el mundo. En esta línea, a medida que su estado de salud empeora, sin tener un diagnóstico de lo que le ocurre, Chirbes va dejando constancia de los problemas a los que se enfrenta (eczemas, apneas, vértigos…), aunque el problema mayor y sostenido sea la soledad existencial: “Mi vida es eso que no tengo (nada: si exceptúo los libros y la música)”. Es un pesar inconsolable que conmueve porque como lectores se nos ofrece la oportunidad de observar cómo avanza la vida hacia su propio desastre.

El autor de Crematorio se ha destapado como un diarista excepcional y el conjunto de sus diarios, escritos más o menos ininterrumpidamente entre 1984 y 2015, constituye ya una obra de referencia imprescindible en la historia del diarismo hispánico. ¿Y eso por qué? Porque más allá del interés por los temas que trata, el hecho de escribir a calzón quitado, de balizar el tiempo conteniendo por pura desesperación la pérdida incontenible de existencia, el diario se convierte para Chirbes en una manera de entender la vida y de dolerse por ella. Para nosotros, sus lectores, es el crudo testimonio de un escritor que aspiró a dejar constancia de su intimidad malherida.

A medida que crecen sus problemas personales se refugia en la lectura, muy presente ya en los diarios anteriores. Lee y lee de forma compulsiva: de Homero y Juvenal a las novelistas más recientes, sus impresiones de lectura se suceden hasta formar, en conjunto, una especie de historia privada de la literatura universal. Hay toda una visión de la literatura concebida por alguien que no solo conoce el oficio y ha ascendido en él desde muy abajo —es difícil engañarle con triquiñuelas narrativas—, sino que tiene una forma de entenderla. Leemos juicios acerados como un cuchillo, pero nunca malintencionados, ni siquiera con Vila-Matas, al que dedica algunos comentarios ácidos en defensa de su propia estética literaria, hecha de cañas y barros. Sus diarios son la crónica de una demolición, si la identidad es interpretada como un edificio (auto)maltratado que ve venir en el aire una enorme bola de acero avanzando a toda velocidad contra sus frágiles muros. El edificio cae, pero hay que ver cómo cae.

Portada de 'Diarios. A ratos perdidos 5 y 6', de Rafael Chirbes. EDITORIAL ANAGRAMA

Diarios. A ratos perdidos 5 y 6

Rafael Chirbes
Anagrama, 2023
961 páginas. 27,90 euros.

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