Fuentesal Arenillas, escultores de mudanza
El dúo andaluz, protagonista de un ascenso fulgurante en el último arte español, despliega un imaginario impregnado de cultura popular y bailes tradicionales en una muestra en Sevilla. Sus obras danzan y dialogan
En 2015, unos jovencísimos Fuentesal Arenillas ganaron la beca Iniciarte y tuvieron en Sevilla su primera exposición individual, comisariada por Juan de Nieves. Ahora vuelven a la ciudad por la puerta grande y en el CAAC ocupan toda un ala del claustrón de la antigua Cartuja con una selección de obra reciente (y recentísima, porque traen mucho de lo que están haciendo ahora mismo en la Academia Española en Roma). La comisaría Bea Espejo, que ha seguido de cerca y desde el principio uno de los progresos más coherentes y brillantes de los de su generación. Fuentesal Arenillas son los apellidos respectivos del dúo formado por Julia (Huelva, 1986) y Pablo (Cádiz, 1989). La edad y la patria chica compartidas vienen a cuento, porque en el espíritu de su trabajo cuentan mucho los recuerdos similares de la infancia, la memoria profunda de texturas, luces, sonidos y modos de vida de la vertiente atlántica de Andalucía: los corrillos y tertulias en los espacios permeables entre la casa y la calle, la presencia latente del mar y su luz líquida, la pervivencia de oficios y artesanos, los pasatiempos, bailes y juegos parecidos.
Precisamente La danza mudanza, el título de esta exposición, se refiere a los compases de bailes tradicionales en que los pasos del ejecutante son causa y efecto de los del contrario y el resultado suma más que las partes. Lo mismo podría decirse de su forma de entender la escultura: como un vaivén fluido y portátil de materiales dúctiles (telas, escayola, cartulinas, cuerdas, tablillas pandeadas de madera) que se arman y rearman o nos dan ganas de hacerlo. Más que rotundas o monumentales, sus obras se presentan como pasos intermedios de una contradanza doble. Por un lado, ese paso a dos que ejecutan a cuatro manos sus autores: charlando, jugando, lanzándose ideas, improvisando sobre motivos comunes. Por otro, el baile mental al que invitan al espectador que en la sala se amolda al espacio que crean las obras y se acompasa a ellas sutilmente. El montaje en el CAAC subraya esto armando camarillas y corros de series diversas y animando a un recorrido mucho más bailado que rígido y lineal, que aguza el sentido del tacto, pero también casi el del oído: con sus codas, estribillos y ritornelos de formas y de ideas.
La danza mudanza es también el título de la serie de obras recién llegadas de Roma que marcan los pasos de baile de la muestra. El proyecto que les valió la beca allí explora la tradición italiana de los teatri dei piccoli para marionetas y títeres y su relación con La Tía Norica de Cádiz y tantas compañías de títeres de la gran tradición andaluza. Popular desde luego, y también sofisticada, poética y culta: precisamente ahora en Granada el Centro García Lorca dedica una exposición a los títeres de cachiporra, El retablo de Maese Pedro y otras colaboraciones de Lorca, Falla y Hermenegildo Lanz, y es elocuente y hermosa esa coincidencia y esa continuidad entre las dos muestras.
Las piezas/personajes de la serie son verticales, abstractas y a la vez de escala humana. Están hechas de telas enyesadas sobre armazones ligeros y cuelgan de cuerdas suspendidas a la altura del techo de unas crucetas de madera como las que se usan para manejar los hilos de las marionetas. Las de la serie Familia, en cambio, son cajones verticales y huecos plantados en el suelo desde los que asoman versiones reducidas de esos personajes. Recuerdan a teatrillos improvisados de títeres, a esas cajas llenas de compartimentos y trampillas en las que los magos sierran y recomponen a incautos voluntarios, a las barracas teatrales de mírame y no me toques, a base de palos y telas enyesadas, que han ido naciendo y mutando en muestras previas como Casapuerta en la galería Luis Adelantado en Valencia en 2022 o Cubierta brillante, margen delgado en 2021 en la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid.
Más que declaraciones, sus obras son conversaciones. Y las conversaciones son al fin y al cabo danzas y mudanzas verbales. Ya parecía una tertulia casual el brevísimo pero fundamentalísimo Sobre el teatro de marionetas, de Von Kleist: se camuflaba como charla ligera sobre títeres y marionetas, el más leve de los géneros teatrales, para plantear en cinco páginas escasas las claves de todo el arte que llegaba con la modernidad…, y en esas seguimos.
Viene a la mente al visitar el CAAC, y uno también se acuerda de otras formas leves (pero no livianas) de la escultura moderna que podrían ser parientes de lo que hacen Fuentesal Arenillas: de los Parangolés, de Oiticica, que se inspiró en los sesenta en la chabolilla callejera de un mendigo carioca y los armó con telas y palos pensados para que los vistieran y bailaran los miembros de Mangueira y otras escuelas de samba de los morros de Río (otro sitio donde lo popular y lo culto se diluyen sin sentir); o de aquella Escultura de viaje que improvisó Duchamp cortando tiras de gorros de piscina de colorines. La clavó y desclavó de las paredes según cambiaba de estudio y le hizo compañía en su camarote durante la travesía de Nueva York a Buenos Aires en 1918.
Esculturas para danzas, para mudanzas y hasta para largas travesías por mar. Muchos parangolés se traspapelaron tras los bailes, y el caucho de Duchamp se resecó y acabó hecho migas. Pero ahí siguen recordándonos que hay cosas en estos tiempos líquidos y virtuales que pueden ser perecederas, pero no caducan. Como lo que hacen Fuentesal Arenillas, quizá cambien o se pierdan entre tanta mudanza, sí, pero no por eso desaparecerán.
‘Fuentesal Arenillas. La danza mudanza’. CAAC. Sevilla. Hasta el 22 de octubre.
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