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Los libros infantiles se atreven a perder la palabra

Las obras silentes, que otorgan todo el poder de su narración a la imagen, crecen en difusión, variedad y relevancia en la literatura para niños y jóvenes

BABELIA 24/12/22
LORENZO MONTATORE
Tommaso Koch

Los dos hablaban varios idiomas. El problema es que ninguno coincidía. El que había llegado del mar traía la lengua de su remota casa, y a veces unas cuantas más. Todas desconocidas, sin embargo, para su interlocutor. Este ofrecía agua, una manta, una sonrisa. Pero no podía dar conversación más allá del inglés o el italiano. En el muelle, el diálogo mudo entre migrantes y voluntarios se repetía una y otra vez. “Quisimos llevar libros, pero no sabíamos cuáles. Ahí se hablaban todas las lenguas del mundo”, recuerda Deborah Soria. Así que se les ocurrió una idea: prescindir de las palabras.

Hace justo una década del arranque del proyecto Silent Books. Destinazione Lampedusa. Empezó con unos cuantos volúmenes, y las ganas de leer juntos y acercarse. “Es un álbum que elimina las diferencias: ofrece un viaje compartido, muestra que puedes reírte o emocionarte por las mismas cosas”, agrega Soria, responsable de la iniciativa, impulsada por la Organización Internacional para el Libro Juvenil (IBBY). Hoy los títulos son más de 500, se ha levantado la primera biblioteca de la isla, una exposición itinerante de estas obras recorre el planeta y, desde 2020, los libros silentes navegan por el Mediterráneo: su último paso, Books on Board, ha subido las historias a bordo de los barcos de varias ONG. Si a menudo los refugiados acaban retenidos allí, al menos que puedan escaparse con la imaginación.

LIBROS ZORRO ROJO
'Un camino de flores', de JonArno Lawson y Sydney Smith, publicado por Libros del Zorro Rojo.

Aunque, en realidad, no hay que zarpar hacia Lampedusa para encontrar estos álbumes: pueblan cada vez más librerías. Ni tampoco hace falta una barrera lingüística o una odisea de por medio: aparecen en hogares y aulas de cualquier país. Y en conversaciones entre autores, editores, profesores, familias y, por supuesto, sus pequeños lectores. Se comentan sus dibujos fascinantes, la magia universal de narrar solo por imágenes y empujar al público a sumarse al relato. De paso, se reivindica a los ilustradores, uno de los eslabones más castigados de la creación. Y, poco a poco, las voces más escépticas también se están quedando sin palabras.

“Su presencia, que se veía como una rara avis, ha aumentado por varias razones: la concepción que se tiene de la lectura hoy en día, la importancia creciente del mediador, el incremento de una oferta editorial más variada, y también nuevas necesidades sociales, como la alfabetización de migrantes o desde edades muy tempranas”, resume Lucía Pilar Cancelas, profesora de Literatura Infantil en Lengua Inglesa en la Universidad de Cádiz y autora de una reciente investigación sobre el fenómeno. Toda la decena de entrevistados coinciden en la subida, aunque con matices: las opiniones van desde un avance aún minoritario hasta una explosión.

Ilustración  de 45’, de Maurizio A. C. Quarello, publicado por Orecchio Acerbo Editore.
Ilustración de 45’, de Maurizio A. C. Quarello, publicado por Orecchio Acerbo Editore.Maurizio Quarello

Pero basta echar un ojo a los catálogos editoriales para descubrir todo tipo de tramas en imágenes: El paseo de un perro por el bosque (Celia Sacido, Cuento de Luz); la resistencia de una librería Desde 1880 (Pietro Gottuso, Kalandraka); el drama de la guerra del ‘45 (Maurizio Quarello, Orecchio Acerbo); o, precisamente, el periplo de tantos Emigrantes (Shaun Tan, Barbara Fiore Editora). Hace tiempo que la Feria de Bolonia, que llega en 2023 a su 60ª edición como la más relevante en Europa, creó una competición y una muestra solo para libros silentes. Y en su tesis doctoral de 2015, Emma Bosch ya destacaba la gran diversidad encontrada y concluía: “El álbum sin palabras no es un género”.

Lo cierto es que tampoco se trata de un invento reciente. Al revés, hace mucho que los libros se atrevieron a callarse. Elena Pasoli, directora de la Feria de Bolonia, cita entre los pioneros a sus connacionales Bruno Munari e Iela Mari —editada en España por Kalandraka—, cuyo repaso mudo al cambio de las estaciones ha vendido miles de ejemplares desde los setenta. Otros apuntan a El muñeco de nieve (La Galera), que plasmó Raymond Briggs en 1978. El viaje entre los primeros autores silentes continúa por los ochenta con “Monique Felix y David Wiesner, Istvan Banyai y su divertido Zoom en los noventa, Peter Spier, Raymond Briggs o Květa Pacovská”, como explica Ana Garralón, crítica, profesora, librera y responsable de talleres sobre estas obras.

Giovanna Zoboli, una de las autoras y editoras de libros infantiles más respetadas de Italia, se remonta a incluso más atrás: las pinturas rupestres, en el fondo, también narran sin palabras. “Hasta hace no mucho se miraba hacia estos libros con cierta desconfianza, porque de alguna forma el álbum ilustrado es la puerta de acceso a la lectura y, para una mente conservadora, sin texto no tiene sentido. Pero con el tiempo se han ido afirmando. Y hoy se ha desarrollado una corriente de pensamiento que subraya su valor positivo, que empuja a los niños a una participación incluso más activa”, agrega. De hecho, la autora señala que para ella misma el reto de usar solo imágenes resulta “mucho más difícil que un álbum tradicional”.

Porque, página tras página, las preguntas abiertas se multiplican. Y cada lector responderá lo que quiera. ¿Quién es ese hombre gigante que engulle coches en Un Señor Atasco, de Rosa Ureña Plaza (abuenpaso)? ¿Por qué van apareciendo manchas de colores en la ciudad gris de Un camino de flores (JonArno Lawson y Sydney Smith, Libros del Zorro Rojo)? Mientras fluye El río (Alessandro Sanna, Libros del Zorro Rojo), ¿qué sucede en sus orillas? ¿Y cómo es posible que un café se convierta en un transatlántico? “¡Oh!”, soltará asombrado más de uno, justo como el título de la obra de Josse Goffin (Kalandraka).

“Así se le concede al niño o niña un papel como lector capaz de construir significado y nos alejamos de algo que ha lastrado mucho la literatura infantil: la moraleja fabricada. Se le dice: ‘Mira, interpreta, exprésate’. Parece que el único rol frente a la literatura es el de receptor, pero aquí puedes crear también”, reflexiona Pilar Núñez Delgado, profesora del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Granada. Y explica que las “nuevas tendencias” educativas quieren alejarse del análisis literario del texto para impulsar el lado cultural, social y placentero de los libros: “El objetivo de enseñar literatura en la escuela es hacer lectores, no filólogos”.

Por más que fomenten cierto esfuerzo narrativo del público, eso sí, los libros silentes no quieren exigírselo a toda costa. Algunos invitan a jugar, a encontrar un detalle escondido en un dibujo. Otros encierran misterios que se descubren poco a poco. E incluso la opción de hojear las páginas y tan solo disfrutar de las imágenes se antoja igual de válida.

A BUEN PASO
Ilustración de 'Un libro de la selva', de Fernando Vázquez, publicado por A Buen Paso.

“La idea es perderse en cada una de las ilustraciones, es una invitación a viajar”, apunta Fernando Vázquez. Es justo lo que espera que suceda con su Un libro de la selva (abuenpaso). “Son obras que permiten lecturas sucesivas”, sostiene la profesora Cancelas. Y Ana Garralón destaca que, igual que cualquiera puede sumarse a la lectura, también se facilita que el niño lo disfrute por su propia cuenta. De hecho, resume así uno de los principales dilemas surgidos en un reciente taller que realizó con unos 60 mediadores (bibliotecarios, docentes, padres o madres): “No saber qué hacer: quedarse en silencio, contar algo, hacer preguntas… Al final, nos dimos cuenta de que hay que respetar el ritmo y el nivel de los lectores”.

También se mantienen inquietudes más profundas, tanto en los educadores como en las familias. Despedirse de las palabras, aunque solo sea de vez en cuando, cuesta. Y arrastra temores de que los niños renuncien al aprendizaje lector. Pero los entrevistados dibujan múltiples argumentos frente a las dudas. “El libro silencioso apela a dos habilidades para las que el cerebro humano está preparado desde los primeros años: la de interpretar imágenes y la de hablar”, apunta Estrella Borrego, editora de Libros del Zorro Rojo. “Respecto a una obra con texto, son experiencias distintas y complementarias, ambas necesarias y fundamentales, tanto para los pequeños como los adultos”, tercia Elena Pasoli.

El desarrollo de la creatividad es otro de los puntos a favor más citados, igual que la importancia de aprender a interpretar las imágenes. Tanto, que Zoboli avisa del error de considerar todos los libros mudos como universales: “Hay que tener cuidado con eso, porque igual que hacen falta códigos culturales para entender las palabras, a veces se necesitan también para las ilustraciones”.

De la página, además, los álbumes silentes pasan fácilmente a la pared: El río, de Sanna, por ejemplo, se expuso en la librería especializada Mutty, en el norte de Italia. Y Aixa Durán, orientadora educativa, añade a la lista de pros su propia experiencia. “Me encontré con un grupo de chicos y chicas de PMAR (Programa de mejora de los aprendizajes y rendimientos), decentre 13-15 años. Algunos ya habían permanecido alguna vez en la etapa de la ESO, o repetido la etapa de primaria incluso, mientras que otros presentaban diversas necesidades específicas de apoyo educativo”, introduce. Primero, se pusieron a leer juntos Ladrón de gallinas (Béatrice Rodríguez, Libros del Zorro Rojo). Luego, se grabaron mientras formulaban sus distintos relatos de la obra. Pasaron a escribir la historia según la veían. Concordaron una versión común. Y, finalmente, hasta la trasladaron al teatro de títeres.

Para obras tan cuidadas gráficamente, eso sí, el precio puede subir. Y la cartera supone otra fuente de resistencia. “Me gasto 20 euros, quiero también los textos’. Sí, ese discurso existe”, apunta Zoboli. Y, acto seguido, tranquiliza a los bolsillos de los escépticos: “Las palabras, en el fondo, sí están. Es el lector que las busca y las saca, a la hora de contar”. Aun así, el resumen de Ana Eulate, editora de Cuento de Luz, es relativamente habitual: “A nivel comercial, el riesgo es mayor. No sabes hasta qué punto va a ser acogido”.

'Profesión: Cocodrilo', de Giovanna Zoboli y Mairachiara di Giorgio, publicado por Pípala.
'Profesión: Cocodrilo', de Giovanna Zoboli y Mairachiara di Giorgio, publicado por Pípala.

Pero los sellos dispuestos a jugársela están aumentando. Y la apuesta puede salir incluso más que ganadora. Profesión: Cocodrilo (Zoboli y Mariachiara di Giorgio, Pípala) ha vendido miles de copias y se ha traducido —he aquí otra ventaja evidente de estos álbumes— a varios idiomas. Muchos lectores se han apuntado a la búsqueda de Una pelota para Daisy (Chris Raschka, Corimbo). Y cada vez más pasajeros se han sacado un billete para los plácidos viajes ilustrados a Europa e Italia de Mitsumasa Anno (Kalandraka, en España). Y aunque la mayoría por ahora deba conformarse con un éxito relativo, Fernando Vázquez sigue viendo el vaso medio lleno: “Muchos no van a ser superventas. Pero si nos dejamos llevar por el mainstream, el mundo sería gris”. Este, en cambio, no puede tener más colores.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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