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Aixa de la Cruz: “Antes nos drogábamos para divertirnos, ahora lo hacemos para producir más”

Después de su arrolladora autoficción ‘Cambiar de idea’, la escritora vasca regresa con un libro muy distinto: la novela ‘Las herederas’, donde cuatro nietas se reparten el legado de una abuela suicida

Álex Vicente
La escritora Aixa de la Cruz en la Cala de Aila, en Laredo (Cantabria).
La escritora Aixa de la Cruz en la Cala de Aila, en Laredo (Cantabria).MARKEL REDONDO

Aixa de la Cruz habla deprisa, tal vez para solventar el relativo pánico escénico que supone comentar su nueva novela por primera vez frente a un auténtico desconocido. Pero existe otra hipótesis: su cerebro parece ir a una velocidad bastante superior a la de la media. Podría ser la parte perceptible de una inteligencia que intimida, siempre acompañada de una amabilidad inalterable, pero frente a la que nuestras preguntas, sin falsa modestia, no siempre parecen estar a la altura. Hizo gala de ella en su libro anterior, Cambiar de idea (Caballo de Troya, 2019), un “autoensayo” arrollador, electrizante y pasado de voltios que la reveló como una de las voces más prometedoras de la literatura española. Ese cruce de testimonio biográfico en primera persona y humilde tratado sociológico desmentía que la autoficción fuera un coto reservado “para señores aburridos y escritoras judías”. Hablaba del fracaso estrepitoso de un matrimonio temprano, de su aborto en una clínica decorada con estampas de la Virgen del Rocío, de las arrugas que empezaban a dibujarse en su rostro y en el de sus amigos, de su largo historial de autolesiones, de su juventud abertzale en el Euskadi de los dosmiles, de su bisexualidad asumida, de aquel “biopadre” que un día desapareció y nunca regresó, de la violencia que descubrió durante los años en los que residió en México, de su cambio de parecer sobre las agresiones sexuales en pleno juicio de la Manada. Todo ello, en 140 páginas escasas y sin haber llegado aún a la treintena.

A los 34 años, la autora vuelve con un libro completamente distinto. Las herederas (Alfaguara) es una novela en la que se distancia de la primera persona y también de lo autobiográfico. “Aunque todo aquel que diga que hace ficción pura, en la que el peso de lo vivido no existe, o miente descaradamente o lo está haciendo muy mal. Si tratas un tema sobre el que tienes cero experiencia, siempre te acabas dando contra el muro”, dice en una tarde veraniega en el centro de su Bilbao natal, delante de una caña con la que intenta combatir la (moderada, por vasca) ola de calor. En el libro, cuatro nietas se encierran en una casa de pueblo para repartirse la herencia de su abuela Carmen, que se abrió las venas en la bañera meses atrás. Las protagonistas deben decidir qué hacer con esa vieja residencia. Lis se recupera de una crisis nerviosa y preferiría venderla cuanto antes. Su hermana Erica quiere convertirla en un centro de retiros espirituales y paseos botánicos. A Nora, medianamente toxicómana, le gustaría usarla como almacén para la mercancía que distribuye su camello. Y Olivia, la prima mayor, intenta descubrir por qué su abuela se quitó la vida. Es la excusa argumental que permite que De la Cruz trate algunos de los grandes temas de nuestro tiempo: la precariedad laboral, la fragilidad psicológica, la indigencia sentimental.

El resultado es una mezcla de drama familiar, costumbrismo castellano y tintes de novela gótica. Y este último componente le hace especial ilusión a la autora, porque temía que pasara desapercibido. “Así la concebí desde el principio, aunque mis editores no han querido venderla de esa manera, porque generaría expectativas que luego tal vez no se cumplen. Es decir, no hay fantasmas en la novela, o no los hay de manera explícita”, sonríe. De la Cruz se aficionó a este género durante sus estudios de Filología Inglesa y Teoría de la Literatura por su habitual exploración de la psique de los personajes de mujer. “La tradición de la escritura femenina siempre ha estado muy relacionada con la novela gótica, un terreno en el que se podía decir lo que no estaba socialmente permitido, un espacio en el que los autores verbalizaban el tabú”, sostiene la escritora, que aquí también ha aspirado a escupir algunas verdades incómodas propias de nuestro tiempo. Dice la historiadora del cine Mary Ann Doane que un texto solo necesita dos cosas para quedar vinculado a lo gótico: “mujer más residencia”. La más reciente novela en castellano ha asumido como propia esa estética literaria, de Mariana Enríquez (Nuestra parte de noche) a Layla Martínez (Carcoma). Y las mujeres encerradas en sus domicilios podrían ser, además, la principal tendencia de esta rentrée literaria, como demuestran los casos de Sara Mesa (La familia) y Lara Moreno (La ciudad).

“Toda familia es una pequeña secta donde se cometen todas las tropelías. La casa familiar es el lugar donde se origina la violencia”

De la Cruz tuvo un referente muy ilustre: Henry James y Otra vuelta de tuerca, la novela que estrenó ese tropo que mezcla el terror y la salud mental. “El lector cree que en el libro hay elementos sobrenaturales, pero al final descubre que solo había un enfermo mental en la casa. Es una idea muy conflictiva a la que quise dar la vuelta”, afirma la autora. “Tengo muchos problemas con la visión biomédica de la psiquiatría. Se trata el dolor psíquico como si fuera una diabetes, y no como algo culturalmente construido que es producto de violencias sistémicas”. Ella pone en duda el carácter hereditario de la enfermedad mental. “Y, a la vez, es algo que muchos hemos podido sentir en algún momento. Todos tenemos la aprensión de haber heredado cosas de nuestros padres que, en realidad, no son transmisibles, pero que nos hacen creer en la existencia de una maldición bíblica dentro de cada familia: acabarás cometiendo los errores de tu padre, acabarás suicidándose como se suicidó tu abuela”.

La novela cobró forma durante el confinamiento de 2020. La autora, que acababa de dar a luz a su hija Noa, decidió instalarse en la casa de su abuelo, donde ella solía pasar las vacaciones de niña, en el páramo burgalés, en un contexto parecido al de su libro (aunque puntualiza que no hay nada estrictamente autobiográfico en él: en realidad, De la Cruz es hija única). “El confinamiento nos pilló viviendo en Bilbao, en una casa diminuta con una niña de nueve meses. Aprendió a caminar en el vestíbulo del edificio, porque en casa no había espacio. Con mi marido [el escritor Iván Repila, autor de El aliado], decidimos que era la gota que colmaba el vaso. Llevábamos acumuladas muchas pequeñas violencias que procedían de la ciudad, como los alquileres o el espacio reducido. Cuando te quitan todo lo que forma parte de una ciudad y solo te queda tu casa, se acaba volviendo un espacio inhabitable, invivible”. La casa de su abuelo estaba destartalada, pero por lo menos tenía un jardín. “Nos dejamos seducir por la idea romántica del pueblo como refugio, que durante la pandemia se convirtió en realidad, a pesar de todas las problemáticas y las desatenciones que son propias del mundo rural”.

De la Cruz comparte una parte del discurso sobre el pueblo como Arcadia contemporánea, que a tantos debates habrá dado lugar en el microcosmos literario en los últimos años. “Hay un valor en lo rural, en el campo, en el pueblo. Abrir la puerta de tu casa y no ver asfalto y un sinfín de tiendas, sino los efectos del paso de las estaciones, me ha cambiado la mirada. He aprendido a nombrar plantas y pájaros”, admite. “El problema llega cuando se nos olvida politizarlo. Lo rural está abandonado. Yo me quise quedar en esa aldea, pero no era posible. No conduzco y no quiero conducir, y vivía en un sitio sin transporte público donde todos los servicios están a 10 kilómetros, lo que te obliga a depender del coche, y no hay alumbrado público a partir de las cinco de la tarde. Todas estas cosas también están impidiendo que se viva en los pueblos. Esos discursos románticos que no problematizan nada resultan peligrosos”. Desde diciembre pasado vive en Laredo (Cantabria), a menos de una hora de Bilbao, donde siguen residiendo sus padres, periodistas. De la ciudad no echa nada de menos: “Al revés, echo cosas de más. El afán consumista, por encima de todo. Cuando desaparece de tu vida, empiezas a usar tu tiempo de ocio de manera mucho más enriquecedora”.

La escritora vasca Aixa de la Cruz, retratada en Laredo (Cantabria), donde vive desde diciembre.
La escritora vasca Aixa de la Cruz, retratada en Laredo (Cantabria), donde vive desde diciembre.MARKEL REDONDO

Las herederas desprende una imagen calamitosa de la familia, escenario de un sinfín de rituales sádicos donde las hermanas se llevan a matar y los progenitores brillan por su ausencia. “Toda familia es una pequeña secta donde se cometen todo tipo de tropelías. Es un lugar muy tenebroso. Por suerte no es mi caso, pero estoy rodeada de personas bellísimas que siguen arrastrando heridas horribles que les causaron en casa”, responde De la Cruz. Opina que, durante la crisis de 2008, se produjo un cambio de percepción respecto a la familia. “Incluso la izquierda, que siempre había sido la más crítica con la institución, empezó a defender a los abuelos, los únicos que nos cuidaron cuando nos quedamos sin nada, los que mantuvieron a familias enteras solo con su pensión. Se instauró la idea de que la familia es el último lugar donde cobijarse. Cuando nos quedamos sin hogar, lo único que nos queda es la casa familiar, que puede ser un refugio, pero también es el lugar donde se origina la violencia”.

Desde que tuvo a su hija, De la Cruz ha entendido los peligros que conlleva su nuevo papel. “La familia siempre privilegia el abuso. Ser madre es como llevar una pistola cargada y hacer todo lo posible por no apretar el gatillo. Hay una relación de autoridad, una tendencia al abuso de poder. Un grito para un niño no es un grito para un adulto, por mucho que hayas tenido un mal día. Hay que ir con sumo cuidado: cualquier pequeño traspié deja unas secuelas increíbles”, asegura. No es partidaria, sin embargo, de abolir la familia. “Lo que quiero hacer es convertir ese espacio cerrado en un lugar de paso para mucha gente. Hay que diluir todo lo que tiene de tóxico”, responde la autora, apuntando a una posible solución que también esboza su libro. “En realidad, centrarlo todo en la familia impide los movimientos colectivos y políticamente relevantes que puedan producirse en el futuro”.

“Hay un valor en el campo, en el pueblo. El problema es que se nos olvide politizarlo, porque lo rural está abandonado. El discurso romántico es peligroso”

El otro pilar de la novela es su reflexión sobre las adicciones entre la juventud actual, como ya hacían libros recientes como Facendera o Supersaurio. “La novela nace de una reflexión sobre las drogas. Me fascinan las distintas dimensiones que tiene el fármaco. La misma pastilla para tratar a un niño de nueve años con déficit de atención es la que luego le compramos al camello por la noche. Legalidad e ilegalidad son conceptos muy relativos. No tengo experiencia con el consumo de drogas psiquiátricas, pero sí he comprobado los efectos de tomar estimulantes para trabajar, que luego te obligan a consumir otras drogas por la noche para apagarte, y luego a tomar 25 cafés al día siguiente para no dormirte. Se crea un círculo infinito de dependencia”, dice De la Cruz. En el libro aparecen distintos tipos de estupefacientes: médicos, recreativos, chamánicos. ¿Todos son iguales? “No. Hay una diferencia entre tomar MDMA con tus amigos un fin de semana y tomar drogas para funcionar. Es peligroso cuando las drogas se alían con el sistema, porque entonces es el sistema el que te está drogando”, contesta la escritora, que opina que los tratamientos psiquiátricos no siempre curan, sino que estabilizan al paciente para que siga siendo operativo. “Antes nos drogábamos para divertirnos. Ahora nos drogamos para producir más y mejor”. A De la Cruz le parece positivo que la salud mental haya dejado de ser un tabú, aunque con eso no baste. “Está bien exteriorizarlo y decir que todos tenemos sufrimientos. No veo ningún victimismo en ello. Pero, si hoy todos necesitamos ansiolíticos, ¿por qué no nos estamos organizando colectivamente para dejar de necesitarlos?”.

La autora bilbaína se siente parte de una generación en la que figuran autoras como Luna Miguel (su editora en Caballo de Troya junto a Antonio J. Rodríguez), Andrea Abreu o Cristina Morales. “Cuando Cristina ganó el Premio Nacional, di saltos de alegría. En lo temático y lo estilístico hay una disparidad absoluta, y sé que mis amigas escritoras no siempre lo comparten, pero yo sí que reivindico sentirme parte de esa generación. Para mí, es como pertenecer a un equipo de fútbol”, bromea De la Cruz. “Siento como propios los triunfos colectivos, y para mí esa es la idea central de esta generación. Igual tiene algo que ver con la emoción que supuso, hace solo cuatro o cinco años, empezar a ver nombres de mujeres jóvenes en las mesas de novedades. En muy poco tiempo se ha producido un relevo generacional muy fuerte. Y muy femenino, la verdad...”.

Cuando terminó Las herederas, la autora sintió que era el comienzo de algo nuevo, por primera vez desde que debutó en 2007, siendo una autora precocísima, con Cuando fuimos los mejores (Almuzara). “Los dos libros anteriores, Cambiar de idea y La línea del frente (Salto de Página, 2017), tenían puntos en común. Este ha sido otra cosa”, confirma. Le sorprende que, desde que es madre, su escritura se haya visto alterada. “Siento una forma de relacionarme con el lenguaje que es muy distinta, que se nota incluso en la prosodia de mis frases. Es algo que miro con asombro, pero noto que algo ha cambiado en mis dedos a la hora de teclear. Salen de tu cabeza frases con un sonido distinto, con una intención diferente”, se admira. “Cuando parí, tuve la sensación de cargar con algo muy frágil todo el rato. Y tal vez eso tiene una influencia, si no en los temas tratados, sí en el propio pulso de la escritura”. Pese a todo, su método de trabajo sigue siendo el mismo: acumular fijaciones y luego plasmarlas sobre la página. “Para mí, lo más sencillo habría sido volver a hacer otro autoensayo, un Cambiar de idea 2. Pero me di cuenta de que para tratar un tema tan complejo me hacía falta escenificarlo con diferentes personajes”, recuerda. “Lo que no sé es en cuánto tiempo voy a escribir algo nuevo, porque tengo la sensación de haber volcado todo lo que me obsesiona en Las herederas. Creo que llega el momento de quedarme callada un rato. Siento que no tengo mucho más que decir”, jura antes de despedirse para ir a tomar el autobús de vuelta a casa. Y queda claro, por descontado, que está mintiendo como una bellaca.

‘Las herederas’. Aixa de la Cruz. Alfaguara, 2022. 328 páginas. 19,90 euros. Se publica el 22 de septiembre.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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