El cerebro, nuestro unicornio
El CCCB recurre desde a animales espabilados como el pulpo hasta autómatas para reflexionar sobre la ‘máquina de pensar’ a través del arte
Coinciden en Barcelona dos muestras de lo más valioso y enigmático, con laberintos, curiosidades, ciencia pura y analogías. Ocurren en el CCCB y son una amalgama de todos los museos posibles del mundo, como en un relato de Borges. La primera, hasta el 28 de agosto, sobre la terapéutica de Francesc Tosquelles, quien revolucionó el campo de la psiquiatría del momento (la República y la Europa de los fascismos) y que lleva el estrambótico título de Como una máquina de coser en un campo de trigo. La segunda, que se podrá ver hasta finales de año, gira en torno al cerebro, el humano y el de esas otras constelaciones incorruptibles de animales, organismos colectivos (insectos, aves) seres unicelulares sin sistema nervioso (hongos), y las más corruptibles inteligencias artificiales. Un curioso panteísmo, el del cerebro, que tiene un poder de contaminación fabuloso, pues visitar este tipo de exposiciones que aglutinan antropología, etnografía, ciencias naturales y sociales, neurología, biología, ingeniería robótica y pensamiento provocan un vigor mágico, e incluso juegan irónicamente a devaluar lo que solemos encerrar en un aura privilegiada: el arte en la era de la reproductibilidad.
Cerebro(s), impecablemente urdida por el físico y biólogo Ricard Solé y Emily Sargent, responsable de contenidos de la Wellcome Collection de Londres (que ha cedido el repositorio científico y las líneas argumentales del recorrido), es una antología de lo activo y fantástico de nuestro principal órgano, donde surgen todos los enigmas: ¿cuándo aparece la conciencia?, ¿por qué hay cerebros?, ¿qué pasa cuando la mente enferma?, ¿qué podemos aprender de la inteligencia colectiva de las hormigas? o ¿se pueden crear máquinas inteligentes?, y, más importante, ¿podrían traicionarnos?
Los pulpos tienen tres corazones, nueve (!) cerebros y ocho brazos capaces de pensar por sí mismos de forma independiente
Entre todos los documentos, máquinas, artilugios y películas, los más fascinantes e inesperados son los que tienen que ver con los no humanos. Nuestras mentes han fantaseado con las formas más espantosas, utópicas (Frankenstein / Robocop), pero el mundo animal y vegetal supera cualquier dignidad estética. Los pulpos tienen tres corazones, nueve (!) cerebros y ocho brazos capaces de pensar por sí mismos de forma independiente. Además, son simpáticos y juguetones. Las arañas tienen una mente extensa; y hay un hongo, el Physarum, que es capaz de salir de un laberinto para encontrar alimento. El armiño, el animal de compañía de papas y cardenales, tiene una piel extremadamente delicada que cambia de color según la estación del año. Si se cazaba (en la Edad Media), prefería dejarse atrapar antes que pasar por el barro y ensuciar su piel. Un animal altivo, narcisista hasta el sacrificio supremo (Satanás lleva calzones de armiño). Leonardo da Vinci pintó su famosa Dama que acaricia a un visón, y al mismo tiempo ideó una de sus creaciones más fascinantes, un robot que tenía la forma de un caballero con armadura (exhibido en Milán en 1495). Una serie de engranajes provistos con piezas dentadas y unos motores accionados por un eje hacían de “mandos programables” (fue el primer ordenador analógico-programable). El autómata podía flexionar las piernas, girar el cuello, mover los brazos. Y cuando abría la boca, un tambor giratorio automático le permitía “hablar”. En Cerebro(s) leemos dos afirmaciones que, no por obvias, son menos revolucionarias: “El conocimiento humano tiene su origen en las percepciones” (Da Vinci) y “La cuestión es que, si no desarrollamos el lenguaje, simplemente no tendremos acceso a gran parte de la experiencia humana, y si no tenemos acceso a la experiencia, no podremos pensar correctamente” (Noam Chomsky). Separa estas dos ideas un robot que habla e interactúa con el público y que, a pesar de su apariencia futurista, no parece mucho más sofisticado que el de Leonardo.
Una selección de obras de 20 artistas atraviesa los tres apartados de la exposición: ‘Materia’, ‘Mente’ y ‘Otras mentes’. Hay documentales, como el de Werner Herzog La cueva de los sueños olvidados (2010) sobre las pinturas de Chauvet, una galería de arte natural que conserva un magnífico bestiario prehistórico de 32.000 años; la conmovedora película de Joaquim Jordà sobre la agnosia (incapaz de reconocer un objeto); pinturas, como los autorretratos hechos por un enfermo de Alzheimer (William Utermohlem), la videoinstalación de Àlex Guevara, que parte de su propia actividad neuronal mientras duerme, y la que firman Joan Fontcuberta y Pilar Rosado, donde aplican la tecnología de redes neuronales generativas a la colección de pintura del Museo del Prado. El resultado es otro museo “entrópico”, una especie de “inconsciente tecnológico” lleno de errores y pentimenti (arrepentimientos) sin los que el ser humano no podría alcanzar la singularidad y la perfección. El unicornio.
‘Cerebro(s)’. CCCB. Barcelona. Hasta el 11 de diciembre.
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